"Olvidamos nuestra falta cuando se la confesamos
a otro, pero el otro no suele olvidarla".
-
F. Nietzsche - “Humano, demasiado humano”.
“Percanta que me
amuraste en lo mejor de mi vida” repta acompasadamente por el cable del MP3 la
voz raspada del Polaco, y así convocada, con prepotencia, una historia baja a
buscarlo de improviso; quizás sea hora de que pueda desgajarse del hilo
invisible que lo ata a la mirada sesgada de esa mujer que, desde el cuadrito
fiel, cuida desde hace tanto su sueño nervioso. Aunque, en esta trama, son dos
los tipos acorralados, pero por otro tipo...
- ¡Pa´qué me la
contaste!... “¡Pobre, pobre!”, como dice Vallejo; te moriste con un “charco de
culpa en la mirada”. Fui el único que te acompañó hasta el final. Yo pensaba
que estabas un poquito desequilibrada... ¡Bah!... Quién puede confirmar eso o,
mejor dicho, quién no lo está por estos días... A veces me parecía que te
emperrabas en escudriñarme; no sé qué buscabas, porque yo, yo soy un individuo
transparente. Tanto, que no puedo soportar más el peso que me dejó tu secreto y
hoy me voy a animar y me desligo para siempre. En fin, te traiciono, pero a
medias... porque voy a disfrazarlo.
¿Viste que a mí me
gusta garabatear de vez en cuando? Bueno, escribí, y chau; total, vos ya te
liberaste, y yo, yo no sé ni si tengo coraje para esto...
A ver si encuentro la
hoja... a ver, a ver; una confidencia no puede estar a la intemperie, ¿no?
¡Ayudame a buscar y no me mirés tan seria! ¡Ah! ¡Aquí está!:
El cuerpo atlético se recostó sobre la desnudez de
la amiga. Intentó tejerle una sábana de saliva, una manta de labios. Pero la
boca no lo obedecía. Remilgosa, atendía a otra carne que rodaba y rodaba por
cada neurona de aquella cabeza tan prolija: corte de pelo siempre reglamentario
a pesar del grado, pensamiento siempre ajustado a la doctrina.
“No importa, mi capitán”, le susurró inocentemente.
“Esta no es una prueba de equitación. No hay público que lo sancione con la
mirada”.
Y como ocultando su rostro, le empapó los senos pequeños
y apagados con sus lágrimas “el hermanito del alma”, murmurando en cuentagotas:
“Es que maté a un hombre, a un hombre que parecía indefenso, y me tiene
pialado; no me puedo deshacer de sus ojos, mansos, bien abiertos, convencidos
de lo que soy aún antes de que yo mismo me desengañara. Capaz que lo oíste por
la radio. Fue en la Central Comunista”.
Lo arropó con su silencio.
Cuando la oscuridad de la pieza se disipó, se dio
cuenta de que estaban solas, ella y su alma. El relojito marcaba las tres de la
tarde. Pero nunca pudo devolvérselo...
- Y yo, tampoco... ¡Quién
te parió, reloj de mierda!, rasgó de pronto la noche baldía con su aullido el
desolado, hasta que se lo arrancó de la muñeca.
Carbonilla