sábado, 7 de junio de 2014

La Poesía, una fisura para el escape de la cordura o para la invasión de la locura.














A 23 años de la riquísima experiencia que recoge esta obra plurisignificativa de “Desde la quinta del Reloj - 7 Poetas marginados”, están aún increíblemente paralizadas ciertas concreciones que autorizan a pensar que en Uruguay, teoría y práctica son manifestaciones de un divorcio secular, origen del caos social en el que estamos inmersos.

Como se plantea en “La sociedad del olvido. Un ensayo sobre enfermedad mental y sus instituciones en Uruguay”, de Andrés Techera,  Ismael Apud y Cristina Borges- 2009 (© Grupo Arte y Salud de Facultad de Psicología - Universidad de la República), en el Hospital Vilardebó funcionan en la actualidad algunos Talleres Artísticos implementados nominalmente por el Gobierno pero no existe una unidad, una estrategia pensada con criterios metodológicos y teóricos que se sostengan desde las instituciones responsables. Es el reflejo de una realidad institucional que no piensa un programa de rehabilitación psicosocial: muchas de las propuestas resultan un simple maquillaje institucional que pretende hacer rehabilitación...”.

En este marco, las concepciones y prácticas internacionales son convertidas en mero ruido y signo de verdadera miopía; no nos rasguemos las vestiduras, entonces, ante los insistentes síntomas de una sociedad cada vez más enferma, y en riesgo de transformarse a la brevedad en una epidemia, anunciada por los poquísimos focos de investigación que funcionan a pulmón y no bajo la protección de los rubros suficientes, como por otra parte es tradicional en el país.

La Sociedad del Olvido apunta a tratar un aspecto relevante y presente también en Desde la quinta del reloj: la categorización como artistas de los integrantes del libro y de los asistentes a los actuales Talleres del Vilardebó. Al respecto expresa:

“Otra cuestión es el estatuto de arte en las distintas producciones que realizan los usuarios de los talleres de rehabilitación. ¿Son acaso obras artísticas y podemos calificar al usuario como un artista porque produce dicha obra? La pregunta es tramposa, en tanto no podemos sustancializar el problema del arte, es decir, no podemos definir universalmente el estatuto artístico pues dicha condición remite a mecanismos de legitimación que valúan una obra como “artística” de acuerdo a un sistema de gustos y percepciones hegemónico relativo a determinadas posiciones sociales, tradiciones y oficios (siguiendo la perspectiva del sociólogo Pierre Bourdieu). Recordemos que los griegos no diferenciaban el artista del proceso de producción general y que etimológicamente la noción de artista como individuo creador comienza en el Renacimiento.

Creemos pertinente el concepto de “intención artística” (Kunst-wollen), que introduce Riegl en una suerte de relativismo cultural. Quizás podamos aplicarlo al arte de estos usuarios, en tanto hay una intención comunicativa que no puede insertarse en la circulación de bienes valuables e hipernarcisizados por una cultura hegemónica, pero no por ello dejan de buscar un reconocimiento en las relaciones yo-otro, en una reconfiguración de un vínculo, en un reconocimiento del mismo. Reconocer dicho estatuto de sujeto para con el “loco”, reconocer su “intención artística” o su necesidad de comunicación y su manera singular de “hacer lenguaje” es, siguiendo a Nelson de León, una cuestión ética que el técnico debe desarrollar en el campo de la salud.
La locura constituye un estado de sitio, un sitio de marginación, con el cual no hablaremos si no manejamos el lenguaje de las determinaciones que esto implica. Estableceremos monólogos, como en muchas ocasiones sucede, donde a la persona que debemos ‘ayudar’ siempre le toca ‘jugar de visitante’. Manejar este lenguaje alude a nuestra ética, hace referencia a tomar partido en cuanto a aquellas determinaciones institucionales que coproducimos en la relación que se establece entre el técnico y la persona paciente”. (De León, “Locura y cronificación II”).

Coincide la postura de estos investigadores uruguayos con la afirmación de Ana Constantini, responsable del atelier de pintura en el conocido Centro Diurno Desi Tres, en Italia:
                                                                                                      “Indudablemente podemos dar cuenta de la misma experiencia artística, cuando de frente a una obra de arte logramos compartir emociones fértiles, de modo sensible y receptivo. Este fenómeno que se reproduce en cada uno de nosotros, aunque artistas no somos, en general, en el momento en que ponemos en relación nuestro mundo interior con el mundo externo, la imagen interior, nuestra intuición con la acción creadora, se convierte en imagen externa, visible”.

Ya Eduardo Espina confirmaba su categoría de artistas en el Prólogo a Desde la quinta del reloj: “... esta invisible reunión de poetas... cuyo objeto es la belleza, belleza que no tendrá sentido más allá del sentido individual de lo hermoso.

Ojalá todos/as podamos compartir un puntito de ese sentido individual de lo hermoso porque es la única vía para transformarlo en sentido colectivo.