sábado, 21 de junio de 2014

“Lee y conducirás, no leas y serás conducido"- Santa Teresa de Jesús








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De una carta de amor






















(...)   Pues bien, en 1950 empecé a leer de todo, y Dios o la literatura saben a cuántos escritores he admirado y cuántos me han gustado desde entonces, sobre todo escritores vivos, de Francia y de otros países. Después he conocido a algunos, también he seguido la carrera de otros, y si bien todavía quedan muchos a los que admiro, usted es sin duda el único al que sigo admirando como hombre. Todo lo que me prometió a mis quince años, una edad a la vez severa e inteligente, una edad sin ambiciones precisas y por tanto sin concesiones, todas esas promesas las ha cumplido usted. Ha escrito los libros más inteligentes y honrados de su generación, ha escrito incluso el libro más rebosante de talento de la literatura francesa: Las palabras. Al mismo tiempo, siempre ha acudido humildemente al socorro de los débiles y de los humillados, ha creído en la gente, en las causas, en las generalidades, en ocasiones equivocándose como todo el mundo, aunque (y en esto, contrariamente al resto del mundo) habiéndolo reconocido en todo momento. Se ha negado obstinadamente a aceptar los laureles morales y todas las gratificaciones materiales de su gloria, ha rechazado el supuestamente honorable Nobel cuando nada tenía, tres veces fue objeto de atentados con explosivos durante la guerra de Argelia, se vio en la calle sin pestañear, ha impuesto a los directores de teatro las mujeres que le gustaban para papeles que no eran exactamente los que más se adecuaban a ellas, dando así fe con todo fasto de que, para usted, el amor podía ser, al contrario, «el duelo clamoroso de la gloria». En resumen, ha amado, escrito, compartido y entregado todo lo que podía dar y que era en realidad lo importante, al tiempo que rechazaba todo lo que se le ofrecía en nombre de la importancia. Ha sido usted hombre tanto como escritor, jamás ha pretendido que el talento del segundo justificara las debilidades del primero ni que la felicidad de crear autorizara de por sí a despreciar ni descuidar a sus allegados ni a los demás, a todos los demás. Tampoco ha afirmado nunca que equivocarse con talento y de buena fe legitime el error. De hecho, no ha buscado usted refugio tras la famosa fragilidad del escritor, esa arma de doble filo que es su talento, evitando con ello caer en el común de los narcisos, que no es sino uno de los tres roles reservados a los escritores de nuestra época, junto con los de pequeño señor y gran lacayo. Al contrario, lejos de blandir, como tantos otros, entre delicias y clamores, esa supuesta arma de doble filo, ha pretendido que fuera eficaz, ágil y ligera en su mano y se ha servido bien de ella, la ha puesto a disposición de las víctimas, de las auténticas víctimas, de las que no saben escribir, ni explicarse, ni pelear, ni siquiera a veces quejarse. 

(...)

Este siglo ha revelado ser loco, inhumano y podrido. Usted ha demostrado ser un hombre inteligente, tierno e incorruptible. Y sigue siéndolo. No sabe cuánto se lo agradecemos.

(...)

De Francoise Sagan a Jean Paul Sartre


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