miércoles, 4 de febrero de 2015

Producción de Taller de Iniciación a la Narrativa (personalizado) 2015

















La Carta de Idioma Español


Tomo la nota y regreso a mi banco.

Pensar que todo el asunto había rondado alrededor de las cartas. Una carta había iniciado aquello y ahora una carta lo terminaba.
La que tenía ahora en mis manos, les informaba a mis padres que debían presentarse a hablar con la profesora de Idioma Español.

Bueno, era una nota, no una carta. Porque para ser carta, según nos había dicho la profe, tenía que tener remitente, destinatario, fecha, lugar, empezar adecuadamente, tener un saludo apropiado y estar firmada. Ah y no olvidar, las cartas se escriben en hoja de carta, que es una hoja especial que nos mandó comprar en la papelería. Pero resulta que no podías comprar solo una. Así que tenía un montón de hojas de carta en casa, todas en blanco. No había usado ni una sola.

Ese había sido el problema, la bendita hoja de carta.
-Escriban una carta con todos los elementos formales que ya vimos.
En eso había consistido el escrito de Idioma Español.

Muy bien. No era problema. De hecho me había gustado este tema de las cartas pues siempre he sido medio romántico en las cosas relacionadas  con la escritura.
En especial me había gustado eso de doblar la hoja en tres. Realmente le daba mucha mejor presentación. Porque la verdad, pasarse papelitos cuadrados, doblados en cuarenta y ocho, hacía que fueran nada más que papelitos.

Volviendo al tema, mi carta quedó preciosa. Salvo por un detalle: no estaba escrita en hoja de carta. Mi idea había sido copiarla prolijamente, pero no dio el tiempo. A nadie le dio. Todos fuimos sorprendidos por el timbre y apurados por la profesora que se levantó y se dirigió a la puerta. Me apresuré a escribir los datos que faltaban en el sobre, doblar mi carta (escrita en una hoja común y corriente) y meterla en el sobre.

Un montón de compañeros se abalanzaron a interceptar a la profe en su camino a la puerta, entregando sus respectivas cartas. El último de ellos, el peor alumno de la clase, se la dio cuando la profesora ya estaba del otro lado de la puerta, con la mano en el pestillo para cerrarla.
Yo me quedé con mi carta en la mano, viendo cómo terminaba de cerrar la puerta y se marchaba. Después de todo, no estaba escrita en hoja de carta. La profesora había sido muy específica acerca de eso: debía estar presentada en hoja de carta.

A la semana siguiente, la profesora ya había corregido y,  como solía hacer, entregó los escritos para que viéramos la nota y los comentarios. Luego comenzó a pedirlos de vuelta, uno por uno, siguiendo el orden de la lista. Yo era el tercero. Me sorprendió que me llamara, pues suponía que se habría dado cuenta de que no se lo había entregado.
-Profesora, yo… no se lo entregué.
-¿Cómo?
Si había alguien que aún no me miraba, en ese momento me miró.
-Usted se fue y no pude entregárselo.
-Pero, Caputi, usted no puede no entregar un escrito. Aunque sea en blanco lo tiene que entregar.
(“Ahhhhh. Es verdad que se entrega en blanco. ¿Entonces por qué dijo que cuando saliera por la puerta no iba a aceptar más escritos?” pensé yo. Pero no dije nada.)
-Dígale a sus padres que vengan a hablar conmigo el lunes.
Ohhhh. Eso no me lo esperaba.

Era la primera vez que un profesor pedía para hablar con mis padres. No pensé que eso fuera a pasar algún día.
El problema no era que la profesora quisiera conversar con mis padres. Tampoco estaba preocupado por la mala nota del escrito. El problema era decirles a mis padres que la profesora quería hablar con ellos.

Sabía que no les caería bien. Ambos eran oficinistas muy ocupados y hasta yo me daba cuenta de que era una exageración. Me daba vergüenza que tuvieran que perder tiempo por algo como eso. Especialmente porque la carta me había quedado tan linda. Si la profesora no hubiera sido tan impaciente al recoger los escritos, nada hubiera pasado. Pero lo hecho, hecho estaba. Tenía que decirlo.
A mi madre, cuando llegara del trabajo. No, porque llegaba cansada y mejor dejarla disfrutar de la noche del viernes sin molestias. Lo diría cuando llegara mi padre, así se lo decía a los dos juntos, dado que era un tema de importancia.
Ni bien llegó mi padre, mi madre le empezó a contar cosas del trabajo y terminaron los dos matándose de la risa en la cocina (como suele suceder). Me dio pena darles la noticia en ese momento. Esperaría a que la conversación menguara.

Por supuesto que “menguar” es un término muy relativo y nunca hubo un momento claro que fuera propicio.
Mentira, sí, hubo: justo antes de sentarnos a mirar la película de las diez. Creo que hasta llegué a abrir la boca, pero se me hizo un nudo en la garganta.
No importaba, era recién viernes. Igualmente pesaba en mi conciencia, y me obligaba a repetir imaginariamente  las diferentes maneras que había de decirlo.
-Mami, Papi, tengo que decirles algo.
-¿De qué se trata, hijo mío?
-La profesora de Idioma Español quiere hablar con ustedes el lunes a primera hora.
-Qué mujer más molesta. Está bien hijo. Ahí estaremos.
Si tan solo...

El sábado hubo más tiempo ocioso, más oportunidades, pero el nudo se había trasladado a mi boca y esta ni se abría.
“Vamos, tienes que decirlo, tienes que decirlo. Ahora es el momento”.
Habíamos salido a cenar y estábamos todos sentados en torno a una mesa junto a la ventana. Por momentos, creí que lo iba a decir, pero volvimos de vuelta a casa y no lo había logrado.

El domingo ya me sentía derrotado y pese a que mi angustia crecía, mi voluntad tomaba el rumbo contrario.
Avergonzado de no haber pasado el borrador a la hoja de carta; avergonzado de no haber entregado el escrito y avergonzado de no ser capaz de decirles a mis padres que la profesora de Idioma Español quería hablar con ellos, me acosté.

Llegó el lunes.
Me levanté cuando sonó el despertador, sin quedarme más rato en la cama, de modo que salí de casa con suficiente tiempo. Me sentía extraño. Mientras me vestía, una sonrisa había estado haciendo fuerza para formarse en mis labios, lo cual era por supuesto una locura. Luego de haber sufrido tanto… Tal vez por eso. ¿Qué importaba ahora? Era un hombre caminando a su ejecución. Sí, eso. Me sentía como alguien condenado a muerte. Y vaya que se sentía bien. El aire de la mañana, fresco y limpio, nunca se había sentido mejor. Los árboles de la calle se balanceaban imperceptiblemente a mi paso. La vida era hermosa. Caminando tranquilamente, recorrí las pocas cuadras que separaban mi casa del liceo. Estaba feliz y di gracias por eso. Al fin era libre.

Cuando la profesora, al pasar la lista, llegó a mi nombre, me preguntó si mis padres habían ido. Yo le dije que no.
Con la mano me señaló que me acercara hasta su escritorio y en voz baja le dije:
-Yo no… no les dije.
La incredulidad y el asombro mantuvieron a la profesora en silencio por un momento.
-Ahora voy a tener que escribir una nota y va a ser peor –dijo luego.
Pero yo por dentro pensé: “No. Porque voy a poder pararme con la nota en la mano y no tener que decir nada.”

Así que esperé tranquilamente a que la profesora escribiera la nota y volví con el milagroso papel a mi banco. Entonces, sonreír para mis adentros no demoró ni in instante: “Que tu profesora de Idioma Español te dé una nota para informarle a tus padres que vayan a hablar con ella es, realmente... maravilloso”.


Tabaré Caputi

Taller de Iniciación a la Narrativa (personalizado)

PASIONES LITERARIAS
Centro de Formación Humanística 
PERRAS NEGRAS

Tabaré está en contacto con la Narrativa
desde mucho tiempo atrás, pero con otra
perspectiva ya que es un  narrador oral
de los que dejan fascinados a niñ@s y adult@s
por igual y ha diseminado este encantamiento
de su voz por diversos países.
Niñ@s uruguay@s gozan también
de este hechizo
pues recorre escuelas y diversos centros
con el sólo propósito de promover
el acercamiento a la Literatura.






























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