Se dice que Méjico es la sociedad
machista por excelencia pero, señoras y señores, es un mito y nada más.
La sociedad machista por
excelencia, que va cambiando de careta a medida que pasa el tiempo es ésta, la
uruguaya.
Hoy no sería oportuno argumentar
detalladamente la afirmación; nos desenfocaría del hecho esencial: el primer
asesinato del año de una joven mujer a manos y cerebro de su pareja, en el
departamento de Colonia.
Ella se llama -sí, se llama,
porque quedará viva en la memoria de muchas personas-; ella se llama Jenny
Chico.
De él no se conoce el nombre. La
prensa, la Policía, el Poder Judicial, encuentran conveniente dar cumplimiento
a una cuestionable disposición acerca de los delincuentes primarios: no aportar
su identidad. ¡Qué curioso y conveniente acatamiento! Porque deslices referidos
a otros hechos podríamos enumerar en abundancia, hechos siempre vinculados
-claro está- a la propiedad, eje añejo de la ideología del Sistema.
Resulta que estamos ante un
individuo que no solamente no controla su ira sino que ipso facto al
apuñalamiento, pretende y prepara la escena para que se crea que fue un robo y
no un asesinato. Un verdadero riesgo social: antes, ahora y siempre. Pero no
conoceremos nunca su nombre; las autoridades suelen defender enérgicamente al
varón protagonista; de hecho, las mujeres son procesadas con el doble y triple
número de años en la condena por el mismo delito.
No se detiene aquí la
complicidad. Creemos que a la mayoría de l@s ciudadan@s horrorizad@s por esta
sangría en el país desde unos cuantos años atrás, nos gustaría que el Cuerpo de
Ministr@s y el Poder Legislativo estuvieran ya reunidos, adoptando reales
medidas, tal como lo efectivizaron para el salvataje de ANCAP. ¡Qué ilusas las
personas que deseamos una muestra de calidad ética en l@s gobernantes (y ningún
“pelo político” queda afuera de esta categorización)! Nada tendrá la relevancia
de ese minimizado error prolongado en el tiempo que fue ANCAP. Ni las decenas
de mujeres asesinadas por sus parejas, ni l@s hij@s a la deriva, ni el
creciente clima de violencia que parece sólo ser percibido por ciertos
termómetros... (¡Para qué continuar formulando la secuencia de la cultura de la
impunidad, de la atroz indiferencia instaurada! Ahora están en el Este; en el
otoño jugarán algunos partidos interminables en el Palacio y en los Ministerios;
en el invierno el Ejército se hará cargo de colaborar con los inundados de
quién sabe qué departamentos; y así seguiremos).
Por eso la reflexión esencial,
único tributo sano para homenajear a Jenny sería preguntarnos si realmente
estamos tan horrorizad@s tant@s ciudadan@s. Porque si lo estuviéramos, y por
derecho, deberíamos tocar en masa las puertas de la Presidencia, de los
Ministerios, de los legisladores, y exigirles que cumplan a cabalidad y ahora
mismo con el mandato recibido, o sea: velar por el bienestar material y
psíquico de la ciudadanía, aplicando efectivas medidas sobre la cantidad de
problemas relevantes que nos acucian y que están empeñados en emparchar, sólo
en emparchar.
El cuerpo de Jenny y los cuerpos
de todas las mujeres asesinadas, ya no necesitan parches. Pero en las
sociedades eminentemente machistas y nominalmente democráticas, una verdad de
Perogrullo como ésta es apenas un dato que incide en la contabilidad de los
escaños que podrán seguir ocupando los varones.