V
Una mañana estaba contentísimo
porque nos habíamos casado. Pero cuando Marisa fue a abrir un roperito de dos
hojas sentí el mismo problema de las ventanas, de la abertura que sobraba. Una
noche Marisa estaba fuera de la casa. Fui a sacar algo del roperito y en el
momento de abrirlo me sentí horriblemente actor en el asunto de las hojas. Pero
lo abrí. Sin querer me quedé quieto un rato. La cabeza también se me quedó
quieta igual que las cosas que habían en el ropero, y que un vestido blanco de
Marisa que parecía Marisa sin cabeza, ni brazos, ni piernas.
De: El Vestido Blanco, de
Felisberto Hernández
Entre indios y vestidos
El pasillo es largo, interminable, y mientras lo recorremos
simula al universo o a las dimensiones, multiplicándose segundo a segundo,
extendiéndose infinitamente, como las puertas que en él se encuentran, así que
nos decidimos por una y entramos juntos.
En la habitación encontramos colgado un cuadro de Magritte, que
muestra un vestido en el que parecen translucirse los senos de una mujer, sin
embargo nadie lo viste, sino que esta colgado en una percha. Debajo un par de
zapatos están sobre una mesa. Estos tienen la particularidad de ser tacos, pero
además tener como punta unos dedos. El surrealismo toma la habitación,
configura las percepciones y multiplica las opiniones de forma rizomática.
En otra habitación anexa y también surrealista, un hombre se
obsesiona con las puertas de una ventana que da a un balcón. Solo piensa y
concibe a las puertas en dos posiciones: simétricamente abiertas y enfrentadas
perfectamente una con la otra, o cerradas. La ventana pertenece a la casa de Marisa,
su novia, con la que termina casándose y la obsesión arquitectónica se traslada
de las puertas del balcón a las puertas de un ropero. Dentro un vestido de
Marisa sin Marisa cuelga de una percha. Felisberto Hernández nos espera fuera
de la habitación, con una sonrisa, y espera que entremos a la siguiente.
Existe una especie de necesidad en quien percibe esta pintura o
lee este cuento por primera vez, y es una necesidad heredera del capitalismo
más bruto. Es la necesidad por entender, o al menos descubrir significados.
¿Qué hay detrás del vestido? ¿Cómo ver lo invisible?
Magritte nos responde: “Lo invisible es sólo un estado de
insuficiente percepción de lo visible”.
Pero eso no alcanza para abrir las
puertas de la percepción, y dejar al arte expandirse como el universo, sino que
constantemente debemos criticarlo, limitarlo, o al menos descubrir de lo que
está hablando. Es una maratón por encontrar un sentido a las emociones,
descubrir algo que las haga racionales. Si no pasa el testeo, se descarta y se va
a la siguiente. Ford y la educación nos enseñaron muy bien el mecanismo.
Ninguna expresión artística, y por lo tanto ningún artista
escapa de este exhaustivo examen:
- ¿Cuál vanguardia o
cuál estilo? ¿Cuál etiqueta debemos ponerte?
Y por último, martillo en mano, nace el veredicto:
- Culpable, no se entiende sobre qué está hablando. El cuadro
no representa nada, el cuento no tiene sentido, la canción es resultado de
alguna droga.
Los críticos critican emociones y tienen muy claro cómo deben
ser expresadas: “La película es mala”, “El cuadro lo pintó un niño”, “No sigue
las reglas poéticas”, “Las letras del Indio Solari no se entienden”. Los
artistas contra la pared y los críticos apuntando. El consumo consume ideas y
las trasviste según el precio. El consumo apunta y dispara, y otro músico,
pintor, o poeta muere por tener conciencia. Pero de este fusilamiento, el
crítico sale impune, después de todo no es el culpable; culpables son aquellos que consumen a los críticos. Este es quien más perjudica, principalmente a sí mismo, poniéndose
límites donde no debe haberlos, evitando -como dice el Indio- “el efecto
poético que se produce por la capacidad de una obra de continuar generando
lecturas diferentes sin ser consumido nunca por completo”.
Nos apretamos fuerte las manos y con una sonrisa seguimos
caminando por este pasillo que no es pasillo, por este universo que por
momentos es inverso a toda lógica. A paso de vals, seguimos buscando ese arte
libre que evade los más ciegos racionalismos, ese teatro artístico surrealista
y anarquista. Después de todo lo disfrutamos y recordamos lo que Bretch dijo: “Si la gente quiere ver sólo las cosas que pueden entender, no
tendrían que ir al teatro: tendrían que ir al baño."
Carolina y Germán
Grafo al Aire
Taller de Lectura
Centro de Formación Humanística
PERRAS NEGRAS
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