Y porque las almas
también de la sangre viven, en busca ha ido la tuya de la sangre de tu sangre,
ahora sí en certero rumbo.
Seguramente, de
memoria tu alma dijo:
Sefiní
basta por esta noche cierro
la puerta me pongo
el saco guardo
los papelitos donde
no hago sino hablar de ti
mentir sobre tu paradero
cuerpo que me has de temblar.
Seguramente ese
cuerpo tembló pero no de frío; de recogida emoción, largamente esperada, la invisible
carne de tu hijo contra tu alma se estrechó. Lo necesitabas: la constancia de
la dignidad atiesa hasta el hueso más escondido. Seguramente, eso sucedió.
Aquí, mientras tanto,
tus poemas, tu múltiple poema esperanzado “nada en un viento y brilla” pero no “morirá
a la intemperie de las bestias”; nos enseñaste que hay que “entender a las bestias
para entender a mi bestia”. Eso hará seguramente nuestra sangre.