Los trabajadores indocumentados
nunca tendrán el más mínimo derecho de participar siquiera en algún simulacro
electoral, ni de este ni del otro lado de la frontera: han nacido sin tiempo y
sin espacio propio, con la única función de dejar su sangre en el proceso
productivo, en el mantenimiento del orden de privilegios que repetidamente los
excluye y, al mismo tiempo, se sirve de ellos. Todos saben que existen, todos saben
dónde están, todos saben de dónde vienen y hacia dónde van; pero nadie quiere
verlos. Tal vez sus hijos dejen de ser esclavos asalariados, malnacidos, pero
para entonces los esclavos habrán muerto. Y si no hay cielo se habrán jodido
del todo. Y si lo hay y no tuvieron tiempo de repetir cien veces las palabras
correctas, peor, porque se irán al Infierno, el reconocimiento póstumo en lugar
de alcanzar el olvido y la paz tan anhelada.
Mientras los ciudadanos, los
“verdaderos humanos”, mantengan los beneficios de sus sirvientes con salarios
mínimos y prácticamente sin derechos, día y noche amenazados por todo tipo de
fantasmas, no tendrían ninguna necesidad de cambiar las leyes para reconocer
una realidad instaurada a posteriori. Lo cual hasta parece lógico. Sin embargo,
lo que deja de ser “lógico” -si descartamos algún tipo de ideología racista-
son los argumentos de aquellos que acusan a los trabajadores inmigrantes de
perjudicar la economía del país haciendo uso de servicios como los de
hospitalización. Por supuesto que estos grupos anti-inmigrantes ignoran que el
Social Security de Estados Unidos recibe la nada despreciable suma de siete
billones de dólares anuales por parte de las contribuciones que hacen los
inmigrantes ilegales y que, de
morirse el trabajador antes de alcanzar la legalidad, nunca recibirán beneficio
alguno. Lo que significa menos comensales para un mismo banquete. Tampoco
pueden entender, claro está, que si un empresario tiene una flota de camiones
debe destinar un porcentaje de sus beneficios para reparar el desgaste, los
imperfectos y los accidentes que de dicha actividad se derivan. Sería un
razonamiento interesante, sobre todo para un empresario capitalista, no enviar
esos camiones al servicio para ahorrarse la erogación del mantenimiento; o
enviarlo y echarle luego la culpa al mecánico de estar aprovechándose de su
negocio. No obstante, esta es la clase y la altura de los argumentos que se
leen en los periódicos y se escucha en la televisión, casi a diario, por parte
de estos grupos de enardecidos “patriotas” que, aunque lo reclamen, no
representan a un pueblo mucho más heterogéneo de lo que puede verse desde
afuera -millones de hombres y mujeres, olvidados por la simplista retórica
anti-americana, sienten y actúan de otra forma, de forma más humana.
Claro que no sólo les falla la
dialéctica. También sufren de desmemoria. Olvidaron, de súbito, de dónde
descendían sus abuelos. Salvo un reducidísimo grupo étnico de
americanos-americanos -me refiero a los indígenas que llegaron antes de Colón y
del Mayflower, y que son los únicos que nunca se los ven dentro de estos grupos
de anti-inmigrantes, ya que entre los xenófobos abundan los mismos hispanos, no
por casualidad ciudadanos recientemente “naturalizados”-. El resto de los
habitantes de este país ha venido de alguna parte del mundo que no es,
precisamente, donde están parados aquellos con sus perros, sus banderas, sus
mandíbulas adelantadas y sus binoculares de cazadores, salvaguardando las
fronteras de malolientes descamisados que pretenden hacerles algún mal atacando
la pureza de la identidad ajena. Olvidan, de súbito, de dónde procede gran
parte de los alimentos y las materias primas y en qué condiciones se producen.
De súbito olvidan que no están solos en este mundo y que este mundo no les debe
más de los que ellos le deben al mundo.
Fragmento
de: Los esclavos de nuestro tiempo
Inmigrantes
apátridas: tírelos después de usar
Jorge Majfud
The University of Georgia
En: https://pendientedemigracion.ucm.es