Como se plantea en
“La sociedad del olvido. Un ensayo sobre
enfermedad mental y sus instituciones en Uruguay”, de Andrés Techera, Ismael Apud y Cristina Borges- 2009 (© Grupo
Arte y Salud de Facultad de Psicología - Universidad de la República), en
el Hospital Vilardebó funcionan en la actualidad algunos Talleres Artísticos
implementados nominalmente por el Gobierno pero “no existe una unidad, una estrategia pensada con criterios
metodológicos y teóricos que se sostengan desde las instituciones responsables.
Es el reflejo de una realidad institucional que no piensa un programa de
rehabilitación psicosocial: muchas de las propuestas resultan un simple
maquillaje institucional que pretende hacer rehabilitación...”.
En este marco, las
concepciones y prácticas internacionales son convertidas en mero ruido y signo
de verdadera miopía; no nos rasguemos las vestiduras, entonces, ante los
insistentes síntomas de una sociedad cada vez más enferma, y en riesgo de
transformarse a la brevedad en una epidemia, anunciada por los poquísimos focos
de investigación que funcionan a pulmón y no bajo la protección de los rubros
suficientes, como por otra parte es tradicional en el país.
La Sociedad del Olvido apunta a tratar un aspecto relevante
y presente también en Desde la quinta
del reloj: la categorización como
artistas de los integrantes del libro y de los asistentes a los actuales
Talleres del Vilardebó. Al respecto expresa:
“Otra cuestión es el estatuto de arte
en las distintas producciones que realizan los usuarios de los talleres
de rehabilitación. ¿Son acaso obras artísticas y podemos calificar al
usuario como un artista porque produce dicha obra? La pregunta es
tramposa, en tanto no podemos sustancializar el problema del arte, es
decir, no podemos definir universalmente el estatuto artístico pues dicha
condición remite a mecanismos de legitimación que valúan una obra como
“artística” de acuerdo a un sistema de gustos y percepciones hegemónico
relativo a determinadas posiciones sociales, tradiciones y oficios
(siguiendo la perspectiva del sociólogo Pierre Bourdieu). Recordemos que los
griegos no diferenciaban el artista del proceso de producción general y
que etimológicamente la noción de artista como individuo creador
comienza en el Renacimiento.
Creemos pertinente el concepto de
“intención artística” (Kunst-wollen), que introduce Riegl en una
suerte de relativismo cultural. Quizás podamos aplicarlo al arte de
estos usuarios, en tanto hay una intención comunicativa que no puede
insertarse en la circulación de bienes valuables e hipernarcisizados por
una cultura hegemónica, pero no por ello dejan de buscar un
reconocimiento en las relaciones yo-otro, en una reconfiguración de un vínculo,
en un reconocimiento del mismo. Reconocer dicho estatuto de sujeto para
con el “loco”, reconocer su “intención artística” o su necesidad de
comunicación y su manera singular de “hacer lenguaje” es, siguiendo a
Nelson de León, una cuestión ética que el técnico debe desarrollar en el
campo de la salud.
“La locura constituye un estado de
sitio, un sitio de marginación, con el cual no hablaremos si no
manejamos el lenguaje de las determinaciones que esto implica. Estableceremos
monólogos, como en muchas ocasiones sucede, donde a la persona
que debemos ‘ayudar’ siempre le toca ‘jugar de visitante’.
Manejar este lenguaje alude a nuestra ética, hace referencia a tomar partido en
cuanto a aquellas determinaciones institucionales que coproducimos en la
relación que se establece entre el técnico y la persona paciente”. (De
León, “Locura y cronificación II”).
Coincide la postura de estos
investigadores uruguayos con la afirmación de Ana Constantini, responsable del atelier de
pintura en el conocido Centro Diurno Desi Tres, en Italia:
“Indudablemente podemos dar
cuenta de la misma experiencia artística, cuando de frente a una obra de arte
logramos compartir emociones fértiles, de modo sensible y receptivo. Este fenómeno que se reproduce en
cada uno de nosotros, aunque artistas no
somos, en general, en el momento en que ponemos en relación nuestro mundo interior con el mundo externo, la imagen
interior, nuestra intuición con la acción creadora, se convierte en imagen
externa, visible”.
Ya Eduardo Espina confirmaba su categoría de
artistas en el Prólogo a Desde
la quinta del reloj: “... esta invisible reunión de
poetas...” cuyo objeto es la belleza, belleza que no tendrá sentido más
allá del sentido individual de lo hermoso.
Ojalá todos/as podamos
compartir un puntito de ese sentido individual de lo hermoso porque es la única
vía para transformarlo en sentido colectivo.