El corte de pelo
"Mi
mujer se fue", le había dicho el hombre que le cortaba el pelo, y él le
había preguntado: "¿Por poco tiempo? o ¿Es un viaje largo?".
La
primera mujer se había ido con otro, y quería no ser torpe con sus preguntas, y
recurría a eso del viaje.
"No,
se murió hace cinco días", le dijo el hombre.
"Caramba,
me sorprende, así tan de golpe, caramba", y no pudo, o no supo agregar
nada más.
El
hombre estaba nervioso. Parecía que los utensilios no funcionaban bien. Dos o
tres veces sintió que le tironeaba algún mechón de pelo.
"Ya
es tarde para rehacer mi vida, estoy viejo", le decía el hombre.
"Pero,
usted cantaba, le gustaba cantar. Podría intentar algo en ese sentido. Eso le
ayudaría a olvidar", le había dicho él.
"No,
le había respondido el hombre, no podría cantar ya, estoy deshecho, destruido,
derrumbado. ¿No se da cuenta de que estoy muy triste?, no sé cantar, no he
cantado nunca. El que cantaba era uno de mis empleados que ya no está en la
casa".
Ya
habían caído tres, o cuatro, o cinco gotas sobre su nuca. Era un líquido tibio.
No se trataba del sudor del hombre. No hacía calor, o casi hacía frío. Las
gotas salían de los ojos del hombre. Aquello resultaba desagradable, muy
desagradable. Tendría que lavarse la cabeza en seguida de entrar a su casa.
Tendría que lavarse muy bien.
El
hombre continuaba hablando: "Además, explotó después de muerta; ella, tan
delicada y tan limpia, y se llenó de líquidos de mal olor. ¡Horrible! Tuvieron
que llevarla al cementerio casi en seguida. El olor era inaguantable, y eso que
habían traído muchas flores. ¿Por qué tenía que explotar así? ¿Por qué tenía
que reventar de ese modo? Ella, tan cuidadosa de todo, tan educada. Limpiaba
hasta tres veces los muebles, en el día, y hasta cuatro, creo".
Notó
que le ardía una oreja, y unas gotas de sangre cayeron sobre la toalla.
"Me ha cortado", se dijo, "pero no puedo decirle nada, no puedo
quejarme. No se puede decirle nada a un hombre en ese estado. Tendré
paciencia". Estuvo por pedirle que interrumpiera su labor; volvería al día
siguiente, o esperaría a que lo atendiera otro operario. Pero se contuvo.
El
hombre retiraba la tijera manchada con sangre para limpiarla, y le pedía que lo
disculpara. "Perdóneme, no sé lo que hago", o "disculpe, no sé
lo que estoy haciendo", "estoy mal, etc.", o algo semejante,
eran las palabras del hombre. Terminó su tarea. El corte era malo, o muy malo.
Abandonó
el "local", y se metió en una farmacia para que le dieran algún
producto con qué curar la herida.
Si
ese hombre no hubiese puesto tanto de sí mismo en su mujer, y en su casa, y
hubiese hecho lo que él hacía, que estaba todo en su "obra", y se
reía de las mujeres, y de la familia, y de la casa, y, etc., etc., no le
sucedería nada, estaría conforme, o casi alegre con su nuevo estado, y él no
tendría la oreja estropeada y no se habría asustado, mientras le cortaban el
pelo.
Estuvo
por decirle, o casi le dijo, o pensó decirle, que aprendiera de él, que se
había ocupado de su "obra", y de nada más, y que darles mucha
importancia a las otras cosas de la vida corriente, no tenía sentido, y que
casi siempre eran cosas sin valor. Pero, el hombre estaba tan triste, o más bien
desesperado, que no le dijo nada.
Tendría
que usar un sombrero, hasta que el pelo nuevo cubriese los desniveles, y
vigilar su oreja, y tendría también que cambiar de peluquería. Ese hombre ya no
estaba en condiciones de hacer un buen corte.
L. S. Garini
Una forma de la desventura
Editorial Alfa
Montevideo - Noviembre de 1963
Héctor Manuel Urdangarín Zarauz,
para el
mundo literario L.S. Garini.
31 de marzo de 1903 -Mercedes
|
Adhesión del
Centro de Formación Humanística
PERRAS NEGRAS
a la Celebración
del Día Nacional del Libro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu interés