Horacio Quiroga, Enrique Amorim,
Marosa Di Giorgio, Leonardo Garet -por citar a los más difundidos- justifican esa
visión, a interpretar en forma rigurosamente literal.
De esa realidad incuestionable
conversábamos, un mes atrás, con Nicolás Rodríguez, un joven químico oriundo de
ese bello y rico departamento del país, quien llegó a este Centro con la firme
decisión de liberar, al fin, la llama encendida en su adolescencia por el
querido Profesor Garet, nuestro venerado Maestro también, en Literatura
Uruguaya, en el Instituto de Estudios Superiores, cuando recién abrazábamos la
docencia. Tantas anécdotas mutuamente comunicadas en esa oportunidad jugaron a
tejer un invisible lazo, una especie de ADN irrenunciable.
Su profesión no le permitió a
Nicolás la integración en un Taller Grupal y concurre a un espacio
personalizado pero, para orgullo de su Formador y de sí mismo, ha continuado
mostrando y demostrando que aquella flama no pervivió sólo por una cuestión
afectiva; el conocimiento, la curiosidad intelectual, la avidez por la lectura,
el entusiasmo por encontrar su propia voz, son síntomas de otra especie de
siembra, en una tierra abonada por la insaciable sed del Arte.
Que nunca te sea suficiente
esa agua, Nicolás.
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