Bajo el poder nazi fueron asesinados más de
un millón de niños y niñas judí@s.
Tal vez esta niña palestina se esté
preguntando qué número le han asignado a ella l@s adult@s responsables de este
progresivo y certero genocidio del que es víctima ignorada, cosificada, “daño
colateral” como reza el eufemismo más repugnante entre los que circulan por
estos tiempos de banalidad global.
Yo no me pregunto, yo afirmo que semejante
sangría está perpetrada por poderes realmente incompetentes, puesto que ni las
estrategias de la inteligencia natural ni las de la inteligencia tecnológica
les han dotado de la sensatez elemental para actuar con un mínimo de humanismo.
El primitivismo que evidencian sus prácticas nos retrotrae fácilmente a la
escala anterior a la de los homínidos, y quizás sea una categorización
insuficiente.
Decía Hanna Arendt que cualquier persona
mentalmente sana puede llevar a cabo los más horrendos crímenes cuando
pertenece a un sistema totalitario, sólo por el deseo de ascender dentro de la
organización y hacer carrera dentro de ella, sin reflexionar sobre sus actos: no
se preocupan por las consecuencias de lo que hacen, porque está amparados por
un marco “legal” y naturalizado.
El asunto es que estos pueblos se cobijan
bajo otro marco, anterior al político e introyectado por la fuerza de la
tradición: el marco religioso. Lamentablemente, vaciado de contenido.
“La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el
mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”, sentenció Einstein. Pero
tampoco fue asimilado.
La carrera del poder no admite demora, ni siquiera para una
sinapsis elemental. La avaricia es siempre una loba esmirriada: corre y corre
empujada por la tromba de su perpetua insatisfacción.
¡Filicidas! |
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