"Mis dibujos son una escritura privada" |
Durante la época de verano, Franz Kafka nadaba en la piscina de la Escuela Civil de Natación, instalada en la rivera, bajo la colina del Belvedere. Otra de sus aficiones era remar "en el mejor de los estilos" por el Moldava; acerca de ello le escribió a Milena Jesenská:
Hace
algunos años yo solía pasear frecuentemente por el Moldava, en canoa, remaba
aguas arriba y luego me dejaba llevar por la corriente, acostado bajo el
puente. Considerando mi delgadez, debe haber sido un espectáculo bastante
cómico para los que estaban en el puente. Este empleado [de su oficina], que
justamente me vio una vez desde allí, sintetizó de este modo su impresión,
después de hacer resaltar suficientemente el aspecto cómico de la misma: le
había parecido una escena previa al Juicio Final: el momento en que ya
levantaban las lápidas de las tumbas, pero los muertos seguían acostados e
inmóviles.
Le
gustaba también dar largos paseos. Caminaba ligero durante una o dos horas y,
en ocasiones, describía en sus Diarios algunos detalles de la ruta que había
seguido:
Bonito
paseo solitario más allá del Hradschin y del Belvedere. En la Nerudagasse, una
placa: ”Anna Krizrová, costurera, formada en Francia en casa de la duquesa
viuda de Ahrenberg, nacida princiesa Ahrenberg”. Me detuve en el centro del
primer patio del castillo y estuve mirando un ensayo de alarma de guardia.
(Diciembre de 1911)
A
veces se sentaba en los Jardines de Chotek, “el lugar más bello de Praga” y
disfrutaba del canto de los pájaros y “de los añosos árboles”. El 1 de
noviembre de 1914 anotó:
Hoy,
hermoso domingo en parte. En los jardines de Chotek he leído el escrito de
defensa de Dostoievski. La guardia en el interior del castillo y en el cuartel
general. La fuente del palacio de Thun.–Muy contento conmigo durante todo el
día. Y ahora, completo fracaso en el trabajo.
Solía
acudir a representaciones de teatro y de ópera. Desde muy joven frecuentaba el
Nuevo Teatro Alemán, donde compraba una entrada de estudiante; y, a menudo, se
le podía ver en el grandioso Teatro Nacional, construido frente al río.
Entre
septiembre de 1911 y enero de 1912 permaneció en Praga una compañía de teatro
yidish, de Lenberg. El grupo se alojaba en el hotel Central, y después en el
café Savoy, en el que, además, actuaba. “Anoche café Savoy. Compañía de teatro
judía”, escribía Kafka 5 de octubre de 1911.
El
Savoy, un oscuro y pequeño café, como lo describía Hugo Bergmann, se encontraba
muy cerca de la antigua judería, en la Ziegenplatz (Vězeňská). Allí Kafka trabó
una gran amistad con el actor polaco Jizchak Löwy, quien representaba para él
ese judaísmo oriental vivo, frente al judaísmo occidental asimilado de su padre.
Entusiasmado
por el teatro yidish, que tanto influiría en su obra, y por la propia jerga,
Franz Kafka organizó una velada en el Ayuntamiento. Sobre ella, el 25 de
febrero de 1912, escribió en su diario:
Hace
mucho que no escribo nada porque he organizado un recital de Löwy en el salón
de actos del Ayuntamiento Judío el 18 de febrero y en ese recital he dado una
conferencia introductoria sobre el yidish. He pasado dos semanas llenas de
preocupaciones, pues era incapaz de sacar adelante mi conferencia.
En
otra ocasión, Kafka intervino en un acto celebrado en la sala Toynbee del
Ayuntamiento judío en el que, según recuerda su amigo Hugo Bergmann, “con
entusiasmo leyó el Michael Kohlhaas de Kleist ante un público judío proletario
o semiproletario (el proletario en sentido estricto apenas existía en Praga)”.
Sin embargo, Kafka no se sintió satisfecho de aquella lectura, a la que se
refirió en los Diarios el 11 de diciembre de 1913:
He
leído en la sala Toynbee el comienzo de Michael Kohlhaas. Fracaso total y absoluto.
He elegido mal, recitado mal, a la postre braceado insensatamente dentro del
texto. Oyentes modélicos. En la primera fila, unos jovencitos. Uno de ellos
trata de escapar de su inocente aburrimiento tirando cuidadosamente su gorra al
suelo y recogiéndola luego cuidadosamente, y así una y otra vez. Como es
demasiado bajo para poder hacerlo desde su asiento, tiene que dejarse caer un
poco de la silla. He leído de forma salvaje y pésima y descuidada e
incomprensible. Y por la tarde temblaba de ganas de leer, apenas podía mantener
la boca cerrada.
Varios
testimonios contradicen esa visión que Kafka tenía de sí mismo. Su íntimo
amigo, Oskar Baum –escritor, crítico musical y profesor de piano, que quedó
ciego a los once años–, nos dejó estos recuerdos: Cuando
leía en voz alta –era una de sus pasiones–, la expresión de cada palabra, en
medio de la total claridad de cada sonido, mientras la lengua se movía a una
velocidad capaz de marear, se subordinaba por completo a la amplitud musical de
sus frases de largo aliento, interminables, y a los crescendo en formidable
aumento de los dinámicos planos, como ocurre también con su prosa…
El
4 de diciembre de 1912, junto a otros escritores como Franz Werfel y Maz Brod,
Fafka participó en una velada organizada por el Círculo de Herder, en el hotel
Erzherzog Stephan de la plaza de Wenceslao. En una sala de ese hotel, ahora
llamado Europa, Franz Kafka leyó La condena. Rudolf Fuch, que formaba parte del
círculo escritores en lengua alemana que se reunía en el Café Arco, contaba sus
impresiones de aquella lectura: En una
ocasión, Willy Haas consiguió que participara en una lectura de autores
praguenses en una pequeña sala de un hotel, en la plaza de San Wenceslao. (...)
Kafka leyó la narración titulada “La condena”, que más tarde apareció en la
editorial Kurt Wolff. Leyó con una magia tan tranquilamente desesperada, que
aún hoy día, después de no menos de veinte años, le veo ante mí en la estrecha
y oscura sala de conferencias. Todo lo demás, evidentemente, lo he olvidado.
Aquella
noche, después de la lectura, Kafka escribió una carta a Felice Bauer:
¡Ay,
mi amor, mi infinitamente querida Felice! Tal como presentí con temor, se ha
hecho ya demasiado tarde para seguir con el cuento [La metamorfosis], tendrá
que quedarse hasta mañana noche sin terminar (...). Cualquier otra tarde es más
importante que la de hoy, que solo ha sido válida en lo que se refiere a mi
placer, mientras que las otras tardes están destinadas a mi liberación. ¿Sabes,
mi amor?, le saco un gusto endiablado a eso de leer en público, el que los
oídos preparados y atentos de los oyentes reciban mis vociferantes tiradas le
hace tanto bien a mi pobre corazón. Desde luego les he vociferado de lo lindo,
la música que venía de los salones contiguos, pareciendo querer ahorrarme la
molestia de leer, ni más ni menos que la reduje a la nada con mis voces.
Franz
Kafka no era un desconocido en los ambientes culturales de Praga. En su época
de estudiante había asistido a las veladas –en las que alguna vez quizá
coincidiera con Einstein– en casa de los Fanta, en el Altstädter Ring, como
recordaba su amigo Hugo Bergmann:
En
los últimos años de nuestros estudios universitarios nos encontramos de nuevo
en el círculo filosófico de la casa de los Fanta, del que más tarde surgió el
Círculo del Louvre –llamado así por el café Louvre, en el que se reunía, que se
encontraba bajo el patronato espiritual del profesor Anton Mary, discípulo de
Brentano.
El
Louvre era un elegante café que se había inaugurado en 1902 en la
Ferdinandstrasse (Národní trida). Pasaron allí “horas hermosas y amables”,
según escribía Max Brod en su diario.En 1907 se abrió el café Arco en la
Hibernergasse (Hyberská 16). Estaba cerca de la estación Central de Ferrocarril
y del Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo, donde trabajaría Kafka. El
Arco se convirtió en el café de los escritores alemanes; entre sus clientes se
encontraban Franz Werfel y el marido de Milena, Ernst Pollak. El 8 de abril de
1914 Kafka anotó:
El
café Arco (Hyberská, 16)
Hoy
con Werfel en el café. Su aspecto desde lejos, sentado a la mesa del café.
Encorvado, medio recostado en la silla de madera, la cara, de hermoso perfil,
inclinada, casi jadeante de plenitud.
Y el 17 de enero de 1915 escribe:
Ayer
dicté por primera vez cartas en la fábrica. Trabajo carente de valor (una
hora), pero no de satisfacción. Antes, una mañana horrible. Continuamente
dolores de cabeza, de forma que, para calmarme, hube de sostenerme
ininterrumpidamente la cabeza con la mano (mi estado en el café Arco), y en
casa, en el canapé, dolores cardíacos.
Años
más tarde, el Arco se había convertido para Kafka en el lugar que le recordaba
Milena, de la que, más que la distancia, «lo separaba el “mar” entre “Viena” y
“Praga” con sus olas inmensas e insalvables»:
¿Y
ahora? Ahora viene lo más estúpido de todo. Me voy al Café Arco, donde hace
años que no pongo los pies, para ver si encuentro a alguien que te conozca. Por
suerte no había nadie, y pude irme inmediatamente. ¡Nunca más un domingo
semejante, Milena!
Una
noche, a finales de octubre de 1921, los padres de Kafka jugaban a las cartas,
como era su costumbre. El padre le dijo que jugara con ellos, pero Kafka se
excusó:
¿Qué significaba ese rechazo mío, que se ha
repetido tantas veces desde mi infancia? Esa invitación me daba acceso a la
vida comunitaria, en cierta medida la vida pública, yo habría ejecutado, si no
bien, sí pasablemente, la acción que se me pedía para participar, es posible
que jugar ni siquiera me hubiera aburrido demasiado –no obstante, lo rechazaba.
Si se juzga por eso, no tengo razón cuando me quejo de que a mí la corriente de
la vida jamás me ha arrastrado, de que nunca me he emancipado de Praga, de que
jamás he sido empujado al deporte o a un trabajo manual, etc. – es probable que
siempre hubiera rechazado esas ofertas, de igual manera que siempre he
rechazado la invitación de jugar a las cartas.
De: http://denadapuedovereltodo.blogspot.com
Unas cartas inéditas muestran a un Kafka naturista y receloso de la medicina
Un Franz Kafka escéptico con la medicina tradicional y partidario
de una filosofía naturista es el retrato que hacen del escritor checo las
cartas inéditas que acaban de ser recopiladas y publicadas en un libro.
Las misivas están escritas por el médico húngaro Robert Klopstock
y por el último amor de Kafka, la actriz polaca Dora Diamant, y dirigidas a la
familia del autor de "El proceso", en la época en que se encontraba
ingresado en el sanatorio austríaco de Kierling y su vida estaba a punto de
extinguirse por la tuberculosis.
"Estaba en contra de los medicamentos, de los rayos X, de las
inyecciones. Era incluso ingenuo en cómo usaba medios humanos que no resultaban
dañinos, pero que tampoco ayudaban", declaró hoy a Efe el germanista Josef
Cermak, que acaba de publicar en un libro esa colección de cartas inéditas.
En esas nuevas misivas "hay ahí muchas cosas desconocidas. Se
ponen de manifiesto las dos opiniones. Kafka era partidario de la medicina
natural, según el principio de que lo que naturaleza estropea, puede ella misma
arreglarlo", afirmó Cermak.
Por su parte, "Robert Klopstock era partidario del concepto
clásico de medicina, lo que significa que intentaba incesantemente aplicar la
cirugía", explicó el experto.
Esta nueva correspondencia forma parte del libro "Zivot ve
stinu smrti" (Vida a la sombra de la muerte), en concreto, en una sección
titulada "Cartas de Robert".
Además de las casi 66 cartas ya conocidas que documentan la
relación de amistad entre Klopstock y Kafka, el libro incluye otras 35 cartas
nunca publicadas que Klopstock y Diamantova escribieron a la familia del
escritor.
Kafka sucumbió a una tuberculosis de garganta y, según Cermak,
"Robert Klopstock le sirvió mucho como médico en los últimos meses de su
vida en el sanatorio austríaco de Kierling, donde Kafka murió. Se ocupó de él
de forma conmovedora, junto a su novia de entonces, Dora Diamantova".
El literato y Klopstock habían coincidido antes en el sanatorio
eslovaco de Tatranské Matliare, a los pies del macizo de los Montes Tatra, y
allí llegaron a intimar, a pesar de que el húngaro era 16 años más joven que el
autor de "La Metamorfosis".
Kafka, exceptuando a Max Brod y a ese círculo tan estrecho al que
pertenecía el médico, "no se refería a la gente por su nombre, y conseguir
su amistad, su verdadera amistad, no era fácil", afirma Cermak.
Tras examinar en su conjunto la correspondencia surgida de dos
años de trato entre ambos, es evidente para el estudioso la amistad sincera que
se profesaron y que llevó a Klopstock a posponer sus estudios por la situación
turbulenta que atravesaba Kafka.
Ambos "tenían intereses comunes, que eran filosóficos y
teológicos. Porque este judío húngaro tenía gran simpatía hacia el
cristianismo. Y después de la muerte de Kafka, se hizo protestante",
afirmó Cermak, que trata de reconstruir en el libro algunas de sus
conversaciones, en la frontera entre la filosofía y religión.
Cermak ha podido realizar este trabajo gracias a que en los años
60 la familia de Kafka le encomendó publicar las cartas del escritor a su
hermana Otilia.
"Y
esta publicación se vio frustrada por la llegada de los tanques soviéticos y la
prohibición de publicar cosas de Kafka en este país", apostilló Cermak.
De: http://www.elcomercio.com
Ernesto Ayala-Dip, El Correo
“Quien se sienta tentado por conocer al desnudo al autor de El castillo ha de leer este libro.”
Iñaki Urdanibia, Gara
“Un libro delicioso, que cuenta con 41 testimonios sobre el escritor, ordenados cronológicamente según la aparición de esas personas en la vida de Kafka”.
Paz Balmaceda, La Tercera (Chile)
“El conjunto de estos testimonios tiene la virtud de ofrecer un retrato colectivo que respira autenticidad y cercanía. Tras su lectura, el acercamiento a la obra de Kafka puede –y quizá debe– cambiar”.
Rodrigo Pinto, Mercurio (Chile)
“Una lectura deliciosa y justa con la «persona humana» de Franz Kafka. El lector no encontrará en librerías un libro más adecuado que éste para hacerse una idea de todo lo que las biografías ad usum no suelen traer nunca.”
Jordi Llovet, El País
“El Kafka menos kafkiano” (Sergi Doria, ABC)
De: http://www.acantilado.es
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