7 de noviembre de 1913- Argelia |
“Personalmente, no puedo vivir sin
mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de toda otra cosa. Por el
contrario, si él me es necesario, es porque no me separa de nadie y que me
permite vivir, tal como soy, al nivel de todos. A mi ver, el arte no es una
diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres
ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga,
pues al artista a no aislarse; muchas veces he elegido su destino más
universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas
porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su
diferencia sino confesando su semejanza con todos.
El artista se forja en ese perpetuo ir y venir
de sí mismo a los demás; equidistantes entre la belleza, sin la cual no puede
vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso los verdaderos
artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar, y sin han
de tomar un partido en este mundo, este sólo puede ser el de una sociedad en la
que según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador,
sea trabajador o intelectual.
Por lo mismo, el papel del escritor es inseparable de difíciles deberes.
Por definición, no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino
al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado
hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de
hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su
paso y, sobre todo, si lo consintiera. Pero el silencio de un prisionero
desconocido, basta para sacar al escritor de su soledad, cada vez, al menos,
que logra, en medio de los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio,
y trata de recogerlo y reemplazarlo para hacerlo valer mediante todos los
recursos del arte.
Ninguno de nosotros es lo bastante grande para
semejante vocación. Pero en todas las circunstancias de su vida, obscuro o
provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre de poder
expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva,
que le justificara a condición de que acepte, en la medida de lo posible, las
dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio de la verdad y
el servicio de la libertad. Y pues su vocación es agrupar el mayor número
posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira y a la servidumbre que,
donde reinan, hacen proliferar las soledades. Cualesquiera que sean nuestras
flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos
imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se
sabe y la resistencia a la opresión.
Durante más de veinte años de una historia
demencial, perdido sin recurso, como todos los hombres de mi edad, en las
convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que
escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a
escribir. Me obligaba, esencialmente, tal como yo era y con arreglo a mis
fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura
y la esperanza. Esos hombres -nacidos al comienzo de la primera guerra mundial,
que tenían veinte años a tiempo de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y
los primeros procesos revolucionarios, y que para poder completar su educación
se vieron enfrentados luego a la guerra de España, la segunda guerra mundial,
el universo de los campos de concentración, la Europa de la tortura y las
prisiones -se ven obligados a orientar sus hijos y sus obras en un mundo
amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que
sean optimistas. Hasta que llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin
dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de
desesperación, han reivindicado el derecho y el deshonor y se han lanzado a los
nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de nosotros, en mi país y en
el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de
una legitimidad. Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos
catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara
descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.
FRAGMENTO del Discurso
pronunciado por Camus cuando se le entregó el Premio Nóbel de Literatura en
Estocolmo, en 1958.
(*) Fuente: Albert Camus,
"La misión del escritor", antología de Visionarios Implacables ,
Buenos Aires, Mutantia, pp.20-23.
De: http://www.ddooss.org
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