Mi regalo
En el
último viaje a Salto traje un reloj de péndulo muy antiguo, regalo de mi abuelo
paterno. Me dijo que hacía más de cuarenta años que no funcionaba.
Como
afín a los objetos antiguos lo acepté con mucha alegría y prometí hacerlo andar.
Una
vez en casa, retiré la capa de años de polvo y contemplé su belleza: más que un
reloj, una obra de arte en madera. Del tamaño de una lámpara de pie, muy
pesado, color caoba; tanto la puerta como los laterales de vidrio dejan ver el
corazón de este objeto: círculo blanco de bordes bronceados, dividido en doce
números pintados al estilo gótico al igual que sus agujas negras; en su centro,
un perfil femenino en bronce. Por detrás de la circunferencia, un conjunto de
engranajes, áncora y cuerda, cada una cumpliendo con su función: una obra de
ingeniería.
Al
llevarlo a reparar, el relojero, muy emocionado, me dijo:
-¡Es
un Jounhes!!! De principios del siglo veinte, alemán - y cuando retiró la
máquina de la caja me mostró el símbolo del fabricante y la palabra ¨Germania¨.
-¿Tiene
arreglo?- pregunté con profunda alegría.
-Tengo
que revisarlo bien, pero al parecer tendría que cambiar la cuerda, engrasar los
engranajes y cambiar el sostén del péndulo. Además, revivir los colores de los
números y resaltar los detalles en bronce- contestó.
Salí
con el corazón apretado y, a la vez, con la intriga de si el relojero lo podría
remozar.
Apenas
llegué a casa, limpié, lijé y barnicé la madera. Me gusta dejar que el objeto
muestre el trajinar de los años.
-Me
lo gané en una carrera de viajes de caña de azúcar, en camión- me había
comentado el abuelo Melcho, cuando le pregunté como lo había conseguido. Y
continuó:-El ¨Flaco¨ Gutiérrez me apostó el reloj a que no le ganaba, en un
día, el número de viajes, entre Constitución y Palomas, ¡¡¡y así lo conseguí!!-
me dijo con mucho orgullo.
Fui a
buscar la máquina al mes.
-Quedó
funcionando perfecto- me dijo el relojero.
En
casa lo coloqué dentro de la caja, y lo colgué en la pared principal del
living, donde es muy elogiado por las visitas. Y cada vez que le doy cuerda
pienso: “¡Qué irónico y valiente su existir: ahí está, resistiéndose al tiempo,
pero también dejándolo pasar con su tic-tac, tic-tac …
Nicolás Rodríguez
Los sentidos
A papá
El
hombre se levantó apenas cantó el gallo, tanteó su ropa colgada en el respaldo
de una silla de madera, se la puso y el olorcito a café recién preparado lo
guió al comedor.
Su
mujer había colocado en un plato sobre la mesa unos trozos de pan con
mermelada, tomó uno, y al masticarlo, su blandura y la mermelada de frutilla
–su favorita- se mezcló con su lengua y saliva; era un sabor entre dulzón y
ácido.
Cuando
ella depositó el vaso de café en la mesa y se sentó al lado de su esposo, él
revolvió con la cuchara y el metal oxidado le transmitió cómo los granos se
entregaban al agua caliente; verificó que no quedaba ninguno y supo que estaba
lista. Entonces bebió: un sabor amargo se deslizó por su garganta.
La
mujer comenzó a leerle el diario; él recreaba sin esfuerzo las imágenes como si
se tratase de una película, y eran tan nítidas, que hasta creía estar
escuchando a los protagonistas, aunque los datos fueran de días anteriores y
lugares muy lejanos.
Se
levantó, y con paso sigiloso, murmurando algo, se dirigió a la puerta de
entrada.
Ella
lo quedó mirando mientras recogía la mesa y exclamó:
-Cariño,
no olvides los lentes de sol. Su luz es muy fuerte a esta hora.
Al
tocar el redondo, metálico y frío pestillo, giró sobre sí mismo, la miró con
sus cristalinos y azules ojos y dijo:
-No los necesito, mujer.
Daniela Rostkier
Los boletos
Ya no
tenía salida, el silencio, la sorpresa, y su propia maldad los había puesto en
evidencia, ya no podía detener el tiempo, mucho menos dar marcha atrás.
Una y
otra vez se repetía la llamada, le pidió que no atendiera, él dijo que tenía
que atender, era su mujer, sería un segundo… pero no, su hijo se había caído en
la escuela, lo llevaban al sanatorio, sin duda no era menor, él se había
levantado de la cama, y caminaba por la habitación repitiendo ¡Ya voy, ya voy, pero
decime como está! Desde la cama ella podía sentir los gritos de la esposa. No
volvió a llamarla en todo el día, ella esperó en la habitación del hotel, se
fue vistiendo de a poco, como si demorándose le diera tiempo a volver, se
resistía a llamarlo, pero finalmente no pudo aguantar más, buscó el contacto en
el celular, Padre de Seba, él le cortó, hizo una larga pausa, volvió a mirar el
reloj del celular, no habían pasado ni 5 minutos, pero ya no podía esperar,
pero del otro lado habían apagado el celular.
La
sala había quedado casi vacía, a nadie importaba ya el estreno, las luces
permanecían encendidas, y la poca gente que quedaba aún no salía de su asombro.
Una y
otra vez se preguntaba en qué estaba pensando, ¿Por qué salió como desesperada
a tomar sus boletos? ¿Por qué no se quedó donde estaba? Cuando él había ya
había elegido la otra fila... La había
visto y sin duda expresamente se dirigió a la otra entrada. Él quiso evitarla. Claro,
y quizá nunca más volviera a llamarla, a hablar con ella, a mirarla a los ojos.
Y finalmente lo admitió, es que no pudo quedarse quieta, no pudo soportar el
plano de relegada; cambió de fila, tenía que ser ella quien los acomodara,
delante de su familia, frente a los amigos que los acompañaban.
Es
que el verdadero motivo, era hablarle, mirarlo a los ojos; necesitaba saber
cómo se comportaría, con ella, frente a su esposa, si de alguna manera le haría
o dedicaría algún gesto. Es que no podía haber cambiado tan pronto, abrazados
en el hotel, jurando que ella era lo mejor que le había sucedido en la vida, lo
más
hermoso,
lo más intenso, estaba segura de haberlo visto también en sus ojos.
Tenía
que demostrarle que estaba dispuesta a jugarse todo por él, y que solamente le
pedía un pequeño detalle, un guiño, una sonrisa, un mínimo gesto.
Y
nada, no haría ni pensaba hacer nada, no la miró siquiera, no le dejó opción.
Él le
entregó los boletos sin dejar de hablar con las personas que lo acompañaban,
ella no podía quitarle los ojos de encima, aun sintiéndose frente a un absoluto
extraño, los guió hasta sus asientos, se detuvo en la fila que les tocaba, y
antes de indicarle los asientos, mirando a ambos preguntó por la salud de
“Seba”, ante la sorpresa de todos.
–Bien,
bien –contestó la esposa- fue simplemente un susto, por suerte, gracias ¿lo
conoce? –preguntó sorprendida y con cierta desconfianza, mirando a su marido,
quien no quitaba la vista de los boletos en la mano de la acomodadora.
Ahora
ya no podía esperar nada, volvía a estremecerse repitiendo su gesto, levantado
lentamente la cabeza para querer atravesarla con la mirada, percibió su furia,
aunque no podía pensar que llegara a odiarla.
Pero
tampoco se iba a mentir, lo había hecho a propósito, con esa mujer él nunca
podría ser feliz, y tarde o temprano se lo agradecería. No, no se iba a mentir,
aunque se le erizara todo el cuerpo una y otra vez, y la dominara un
sentimiento casi desgarrador, todavía disfrutaba recordando cómo se les
desfiguraba el rostro al preguntarle si había logrado llegar a tiempo al
Sanatorio.
Mauro Vaghi
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para mayor información. Muchas gracias... |
Cuentos agradables, intrigante el de Daniela que dibuja muy bien la escena en apenas una página.
ResponderBorrarGracias, querido Hugo, por tus sensibles aportes.
ResponderBorrarAbrazo.