(Poznań, Polonia,1925 – Leeds, Reino Unido,
2017) |
Para Bauman existen dos teorías del arte que han tratado de explicar la íntima relación entre el arte y la
cuestión de la muerte-inmortalidad.
Por un lado, se encuentra la
propuesta del artista Otto Rank, quien ostenta que el creador artístico tiene
el deseo individual de inmortalizarse a través de su obra de arte; se trata de
un impulso de creación para la auto-inmortalización, en que el artista sustituye
la mortalidad colectiva y la convierte en inmortalidad individual.
Por otro lado, Bauman se refiere
a la propuesta de Hannah Arendt quien, por el contrario, sostiene que la
inmortalidad de la obra se da sólo en retrospectiva, y lo que pone en evidencia
es su calidad y no las intenciones del artista. De tal manera que lo que logra
la inmortalidad es la obra y no el individuo-artista, pero aquélla sólo puede
perdurar si se aleja de cumplir una función práctica y mundana, como el deseo
del artista de inmortalizarse individualmente.
Cuando el arte se aleja de la
funcionalidad cobra mayor belleza, pues: “Gracias al arte, una y otra vez la
muerte queda reducida a su verdadera dimensión: es el fin de la vida, pero no el
límite de lo humano”.
¿Qué ocurre con el arte en la
posmodernidad?
Irónicamente, el arte en la dinámica del consumo cobra una
función distinta: “la de compensar y equilibrar lo perecedero y lo mortal de
las cosas propias de lo cotidiano […], el arte supo preservar su vínculo con lo
perpetuo”. Sin embargo, si asociamos los hechos, los objetos y el arte a lo
consumible no como algo que se destruye, sino como la pérdida de su capacidad
de divertir, sorprender, seducir o emocionar, podemos observar que en la
posmodernidad el arte se vuelve algo tediosamente familiar, ya no seduce ni
emociona, y “acaba prometiendo la pasada sensación de déjà vu en lugar de la
aventura”. Por lo tanto, el arte tiene que ser “rescatado” de su cotidianidad
con eventos especiales, espectaculares, únicos e irrepetibles; acontecimientos
grandes, exposiciones únicas de las que “todos” hablan, a las cuales acuden
millones de personas, con rasgos carnavalescos e inclusive mercantiles;
cobrando un carácter de consumo que se inmortaliza pero que tiene una fecha de
caducidad.
José Luis Castillo
De: Una nota sobre arte, ¿líquido?, de Zygmunt Bauman y
otros
En: http://www.scielo.org.mx
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