Diana, tú decías: “La vida es sólo un viaje”.
Quizá por eso no te conformaste
con transitar primorosos espacios urbanos.
Pisaste regiones donde la
ambición arranca piernas, pieles, pastos, piedras…
Los vulnerables del mundo desean todavía
la frescura que la seda de tus abrazos desplegó sobre los vulnerados, como portentosa
bandera incitando a otra clase de guerra.
Hollaste los páramos de la
indiferencia y del cómplice silencio, telarañas que segregan los poderes.
Y enredados tus pies, tu cuerpo
no pudo seguir viajando los viajes de este viaje. Bajo el Puente del Alma, tu
corazón escuchó la voz del altoparlante avisando el final de la migración.
¿Hacia a dónde habrán caminado los luminosos pies de ónix de tu alma en aquel exacto momento? ¿Hacia a dónde? Todavía nos preguntamos.
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