El error
El erótico error de mis padres
me dio luz, yo me llamo Fracaso...
es mentira que tengo otro nombre
por más que lo diga, lo grite o lo ladre
el severo y absurdo papel de un juzgado...
Fui un orgasmo fatal de un momento
fui un instinto morboso y malsano
y pasé de mi padre a mi madre
por un tubo convulso y enfermo
una noche, hace ya treinta años...
Pude estar encerrado en el vidrio
de la feria brutal de algún sabio.
Por error he nacido y existo
sin poder ayudar a la ciencia
conservado en el fondo de un frasco...
Pude ser una obra suprema
de monstruosa fealdad, una bestia,
pero tengo un defecto que impide
consumar tan macabra belleza...
Y es que en mí, tan deforme y enfermo
puso Dios con crueldad manifiesta
la espantosa salud de un cerebro...
Naipes rojos
El negro bostezo de una puerta abierta
se asoma a la noche en la calle muerta...
tras ella, inquietante y dormido un pasillo
se adorna con pasos nerviosos y alerta...
Se queja a intervalos la anciana escalera
y llora un polvillo de madera vieja...
Sepultan peldaños los pasos ansiosos
y suben adonde seis hombres esperan...
Con rasgos sombríos seis rostros de piedra
los ojos en sombras, las manos muy bellas
aguardan fumando que llegue el que falta...
Seis rostros sombríos rodeando una mesa...
Un último impulso del hombre que llega
entierra en las sombras la turbia escalera...
En forma elegante, discreta y muy blanca
su mano se eleva y la puerta golpea...
La puerta se abre, y doce pupilas
como doce manos lo examinan frías...
Se quita su abrigo, saluda y se acerca,
y sin más palabras ocupa su silla...
Un viejo encorvado con aire de apóstol
trae una bandeja con las copas llenas,
y su mano izquierda deja en el tapete
un mazo de naipes, y el juego comienza...
Dos manos morenas manejan las cartas
y éstas se atropellan de una a otra palma,
y su tableteo de cartón prensado
es el desafío de una carcajada.
Los oros, las copas, los bastos y espadas
se mezclan veloces por las manos sabias,
y el recién llegado confiado hace apuestas
dinero en la diestra y en la boca el alma.
Pasaron seis horas... ya es de madrugada...
Un cielo de humo moja las miradas...
en los labios resecos se apaga un cigarro
y hay sienes febriles y ojeras hinchadas...
Pálido, angustiado y en franca derrota
en la nueva apuesta vuelca su alma rota...
Y en la última chance del azar suicida
desprecia el caballo y elige la sota...
Y se juega entero lo que aún le queda...
Mas la sota ríe de su amarga espera
y el galope quieto del caballo de oros
al bando contrario su plata se lleva...
Aprieta los puños, maldice entre dientes,
mientras el que talla sigue indiferente...
mas su indiferencia pronto se hace espanto,
pues caen de su manga tres sotas sonrientes...
En la calle el alba moja las aceras
y el viento las barre con su voz doliente...
Tres sotas se bañan en sangre caliente
mientras un cadáver cae por la escalera...
Julio Sosa
Julio
María Sosa Venturini
2
de febrero de 1926
Las Piedras, Canelones, Uruguay.
Julio Sosa, el
poeta
Los
pocos transeúntes y conductores que transitaban esa calurosa madrugada del 25
de noviembre de 1964, cercanos a la esquina de la avenida Figueroa Alcorta y
Mariscal Castilla, en la populosa Buenos
Aires, se vieron sorprendidos por un auto que se desplazaba a excesiva
velocidad llevándose por delante una
baliza luminosa, el conductor del DKW modelo Fissore, víctima del accidente,
era el cantante uruguayo de tangos, Julio Sosa Venturini de 38 años de edad.
Su
vida y su obra son leyenda para los amantes de la música ciudadana, pero su
legado no es sólo su voz, sino también un libro de poesías, “Dos horas antes
del alba”, que apareció en el año 1960. Mi intención de presentar al libro no
es de crítico literario sino tratar de entregar al público la herencia poética
de un cantor de tangos.
Abro
el libro con un presentimiento que confirmo en la primera página a modo de
presentación, Palabras del autor, Sosa no se cree poeta y por eso se excusa
escribiendo, “Dos horas antes del alba, no ha nacido para desafiar la
crítica... pero puedo jurar, en cambio, que es un libro sincero". El
cantor desafía y entiende que todo ser es un artista y nos regala un
sentimiento en su voz que es el mismo al de su poesía, el poeta no se divide.
Hebert
Abimorad
De: www. rodelu.net
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