Esta tarde, Rosa Concepción -presencia permanente y afectiva e iluminadora en mis mails de Google, me envió este texto:
“Amar. Ser amado. No olvidar nunca la propia insignificancia. No
acostumbrarse nunca a la violencia incalificable y a la vulgar incongruencia de
la vida a tu alrededor. Buscar la alegría en los lugares más tristes. Perseguir
a la belleza hasta su guarida. No simplificar nunca lo complicado ni complicar
lo sencillo. Respetar la firmeza y la decisión, pero nunca la fuerza. Por
encima de todo, observar. Probar y aprender de los errores. No mirar nunca
hacia otro lado. Y nunca, nunca olvidar.“
Chantal Maillard
No
conocía a su autora -tampoco ahora, a pesar de haber buscado información-(sería
una osadía afirmarlo; esta escritora requiere tiempo, atención, compenetración.
análisis, y disfrute).
Pero
sí deseo compartir algunos de los textos que estuve leyendo porque no otra
intención esencial que la de continuar multiplicando la luz con que nos
entibian debe ser nuestro norte.
El pánico
El cansancio. La
sed. El pánico.
Dentro. Fuera no se
mueve. Dentro,
pánico. Humedad que
traspasa la
casa-huesos.
Entonces voy donde
hay muchos. Como si
algo fuese
cierto. Como si
algo cambiase y por
eso fuese cierto.
Entre todos. Entre
muchos. Cierto
porque se mueve.
Como si hubiese
meta. Si no se
alcanza no importa.
Mejor no
alcanzar. Como si.
Para que sea
cierto -¿cierto?-
La hora estimada.
La hora de llegada
estimada. Como si
algo ocurriese.
Por el movimiento.
Por el nombre
que cambia. El del
lugar. El de los
ojos, no. Los ojos
siguen fijos en el
rostro. El rostro
que no veo. Siguen
mirando fuera. Yo
nunca veo la
mirada de mis ojos
mirando fuera.
El movimiento
atrapando la
atención.
Reteniéndola. Guiándola.
Llaman historia a
ese movimiento
que retiene la
atención. Cuando no
hay movimiento
fuera, la historia
ocurre dentro.
Pueden haber muchas
historias a partir
de un solo
movimiento. Entre
todas forman una
situación. La situación
es un nudo, a
veces una madeja,
pero siempre es
un nudo. Algunos
nudos retienen el
pánico.
Se produce en el
silencio,
antes del
movimiento, y
también después. El
pánico es
un furor detenido.
En un principio
fue el pánico. Tuvo
que serlo. Luego,
el furor fue las
formas, ésas que el
movimiento produce
en razón de sus
detenciones, de sus
sacudidas.
Cuando el espacio
entre las
sacudidas se
prolonga, decimos
que alguien ha
muerto. Entonces vuelve
el pánico o, mejor
dicho, se abre. Se
abre el pánico y el
furor se detiene.
Suele ocurrir
también que alguien,
en el movimiento
aún sostenido,
caiga en la
abertura del pánico. Es
por efecto del
vértigo que arrastra
como un esfínter
los bordes de
la abertura. Su
tiempo,
entonces, queda detenido.
En el
pánico.
Por eso hago como
si algo ocurriese.
Ocurre al menos la
historia como si
algo ocurriese. Un
movimiento,
una vez más. Tal
vez sirva. Para que
haya historia y me
la crea. Lo justo
para poder caer más
adelante.
La otra orilla
Algún día, cuando
el aire pese como tierra sedienta sobre los cuerpos desnudos,
tal vez alcance a
ser la voz de aquel peregrino que enmudeció o el agua que,
gota a gota,
resbala por su pecho. Él nunca estuvo en la otra orilla pues sabe
que allí los dioses
duermen en el polvo. Y sabe que cuando un hombre por azar
se duerme en la
otra orilla -ese lugar que siempre ocupó la mirada-
ellos se despiertan
y se contemplan en él. Si ese hombre, entonces, se despierta,
se convierte en
espejo y estalla con el sol.
De "La otra
orilla" 1990
Sin embargo...
Sin embargo,
sin embargo,
sin embargo... No
me
fío de mí. Nada es
permanente. Menos
lo es la palabra.
Esto
tampoco,
esto tampoco,
esto tampoco. No me
fío,
no te fíes de quien
dice, de quien
habla, de lo que se
dice, de lo que
dices,
de lo que digo,
no me fíes,
no te fío.
La lucidez es una
chispa, un
estado de
conciencia
en las
multiplicadas estancias
de la conciencia o
que hacen
conciencia, las
estancias
que se alargan, se
prolongan, se
continúan, y así
se le llama
conciencia
a aquella
continuidad.
No me fío, no te
fíes de las
estancias,
se estrechan,
se acortan,
se invaden,
desaparecen,
la lucidez es un
instante
entre estancias,
ventanas en la
mónada que
si permanece bajo
la luz del foco se
hace estancia,
también ella, y
sufre
las mismas
convulsiones.
Sin embargo,
sin embargo,
sin embargo... lo
que intuyo ahora
se borrará mañana,
luego,
ahora,
apenas se haga
pensamiento,
conciencia:
estancia. Atrapamos
la sensación que
invade las entrañas,
muy abajo,
muy adentro,
muy homogénea, la
atrapamos
y la hacemos eso:
"sensación",
la nombramos,
la describimos...
la perdemos. Ya
no es ella, ya no
es eso, ya no es.
Aún está allí pero
no es lo que digo,
lo es apenas,
no es lo que oís,
no es eso, no
os fiéis,
no me fíes,
no te fío.
De nuevo cae la
tarde,
mengua la luz.
Los colores del
otoño vienen del oeste,
decía aquel poeta
chino.
El mundo está en
mí.
No me apartaré.
Acojo todos los
colores, el
estío dentro de mi
otoño,
porque sé que no
hay fin, que no
habrá término.
Todo comienza y
termina en mí.
Yo soy el infinito
proyecto de mí misma
por encima de mí
me sobrevuelo.
De "Lógica
borrosa" 2002
Un hombre es
aplastado...
Un hombre es
aplastado.
En este instante.
Ahora.
Un hombre es
aplastado.
Hay carne
reventada, hay vísceras,
líquidos que
rezuman del camión y del cuerpo,
máquinas que
combinan sus esencias
sobre el asfalto:
extraña conjunción
de metal y tejido,
lo duro con su opuesto
formando ideograma.
El hombre se ha
quebrado por la cintura y hace
como una reverencia
después de la función.
Nadie asistió al
inicio del drama y no interesa:
lo que importa es
ahora,
este instante
y la pared pintada
de cal que se desconcha
sembrando de
confetis el escenario.
Tuerzo la esquina.
Apresuro el paso. Se hace tarde y aún no he almorzado.
De "Matar a
Platón" 2004
Mejor no diga
nada...
Mejor no diga nada.
Sería inútil. Ya ha
pasado.
Fue una chispa, un
instante. Aconteció.
Yo acontecí en ese
instante.
Puede que usted también
lo hiciera.
Suele ocurrir con
los poemas:
terminan
condensándose las formas
en nuestros ojos
como el vaho
sobre un cristal
helado;
las formas, con su
herida.
Pues quien
construye el texto
elige el tono, el
escenario,
dispone
perspectivas, inventa personajes,
propone sus
encuentros, les dicta los impulsos,
pero la herida no,
la herida nos precede,
no inventamos la
herida, venimos
a ella y la
reconocemos.
De "Matar a
Platón" 2004
Chantal Maillard es una poeta y filósofa española aunque nació en Bélgica, en 1951. Largos períodos de residencia en India le permitieron especializarse, en Benarés, en Filosofía y Religiones de esa cultura. Docente universitaria. Articulista en prestigiosos medios de comunicación escrita. Sus obras han sido reconocidas con diferentes Premios importantes.
Gracias, Rosa Concepción G+1 |
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