porque es preciso
que no estemos tan solos,
que nos demos un pétalo,
aunque sea un pasito, una pelusa.
De: Hablen, tienen tres minutos...
Julio Cortázar
Se dice que un libro es compañía
incomparable. Y lo es. Con mágica sutileza nos rodea de seres, ideas,
sentimientos, realidades, que están más allá de la escasa certidumbre propia.
Así que, con naturalidad, lo
volcamos en la mochila, y nos vamos de paseo. Como Lola Luna. Una botellita de
agua mineral y un libro de Cortázar.
Quién sabe cuándo tenías
proyectado detenerte, sentarte, y acomodar al compañero entre tus manos. Ibas a
rendirle el tributo de tu amigable presencia a una tortuga que yacía muerta en
la playa... ¡Qué matiz fraterno el de tu personalidad, Lola! ¡Una tortuguita extinta
-otro ser- conmovió tus pasos bajo el sol de las dos de la tarde! ¡Un paseo muy
largo, Lolita, pero estabas dispuesta!
Quién sabe cuál de sus obras habían
elegido tus quince años para acompañarte. ¡Qué curioso! Cuando Cortázar escribió
Rayuela, tuvo la intención de que sus destinatarios fueran l@s jóvenes y, sin
embargo, fue la sensibilidad de l@s adult@s la receptora inmediata de su
novela. ¿Llevarías Rayuela en tu mochila, preciosa flor truncada por la mano feroz
que no se conformó con aspirar tu fragancia?
Ahora ya no importa cuál llevabas
contigo, niña-hija de tod@s los rioplatenses. Ahora importa que, a pesar del
horror, no estabas tan sola. Tú y Él ya se habían dado ese pétalo.
seguro que juntos están jugando ala rayuela en una pradera cubierta de flores amarillas
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