En este pequeño cuenco de etnias que es Uruguay, se celebra
hoy el Día de Iemanjá, la Diosa del Mar, divinidad procedente de la fecunda
cultura africana, hasta el presente depredada por sucesivos y variadísimos
dominadores.
Dato inherente a la psicología de todo opresor es el
desprecio por ciertas leyes universales, como, por ejemplo, la imposibilidad de
destruir el ideario de un pueblo, y en esto, otra vez pertenece a la palabra el
protagonismo. Una vez propagada por la palabra, no hay fronteras para el
itinerario de una idea.
Así ocurrió en esta tierra en tiempos de la cruenta
dominación europea. Hasta aquí llegaban en condiciones infrahumanas miles de
africanos, destinados a la esclavitud para los aristócratas -no sólo españoles
sino también criollos-. La Iglesia fue cómplice de ese proceso pero, en el afán
de disfrazar su connivencia, optó por el sincretismo: las ideas religiosas de
los subyugados fueron convenientemente revestidas por las católicas; así,
Iemanjá pasó a ser nombrada como Nuestra Señora de los Navegantes y, por
supuesto, su original tez oscura fue transformada en una de blancura
resplandeciente. El concepto “diversidad” no existía; el de “respeto” era
discrecional.
Sin embargo, ningún africano olvidó el sagrado origen de su Diosa.
La palabra ha circulado por siglos y dice que:
Iemanjá es parte del panteón de los Orixás. El dios supremo
Olorun creó a cada uno de los Orixás, que representan y se clasifican en las
diferentes fuerzas de la madre naturaleza. Este panteón de dioses nace en el
pueblo de los yorubas en África, en la ciudad de Ile Ife. El rey y fundador de
la ciudad fue Oduduwa.
Iemanjá procreó a todos los dioses Orixás, es la madre de
todos y comparte con Oxum el poder de procrear. La reina del mar también tiene
los poderes de la gestación, la fertilidad y une a las familias.
Era la esposa del rey Olofi, soberano de la ciudad de Ife, y
juntos procrearon diez hijos. Pero ella extrañaba a su pueblo y estaba a
disgusto viviendo en Ife. Decidió escapar de su esposo; éste mandó todo un
ejército tras ella. El ejército no tardó en alcanzarla y rodearla. Ella llevaba
consigo un frasco que su padre le había regalado años atrás para que, en caso
de una adversidad, lo rompiera. Así lo hizo y entonces se formó un río por el
cual pudo trasladarse a su tierra ancestral.
El clavel era su flor preferida. Por eso hoy, sus fieles se
lo tributan a raudales. En este cuenco, debe haber espacio para tod@s.
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