Nadie que se precie de una mediana cultura podrá ignorar que sobre el mundo pende la garra del buitre que ya Kafka había advertido, y que, metamorfoseándose tras una de sus múltiples máscaras de inocentón semblante, se revela tal cual es en una instancia casi frívola como la de un Encuentro Mundial de Fútbol.
Más allá de las disquisiciones acerca de si los
hechos se consumaron según las apariencias
-investigaciones que no sabemos si se efectuaron o no-, resulta trascendente estipular que:
-investigaciones que no sabemos si se efectuaron o no-, resulta trascendente estipular que:
- La talla moral
de la FIFA la inhabilita para sancionar a un cordero o a un lobo.
Una mordida -acto que vale la pena reiterar
no ha sido probado- resulta verdaderamente invisible ante robos, estafas,
fraudes,... en fin, la serie propia del accionar mafioso respaldado en poderes
económicos de magnitud inimaginable, poderes que, por otra parte,
están enraizados en el constante saqueo de nuestras piedras preciosas, de
nuestro oro, del sudor y la sangre humanas desde la época de los pueblos originarios
hasta el presente.
- El Derecho -patrimonio ancestral de la vieja
Europa- prohíbe que una misma transgresión
genere más de una sanción; menos aún tres. Extraña que el nivel intelectual
de uno de los mayores centros de poder terrenal se haya rebajado a semejante
ignorancia.
- Los propios hermanos brasileños han venido
reaccionando ante el despilfarro económico
que insumió la preparación de esta horrenda imagen especular del Pan y Circo
del Imperio Romano. Para los gobernantes no era conveniente ni siquiera la posibilidad de imaginar
que el fracaso inesperado del 50 se concretara de nuevo, porque tal vez la
meta “asegurada” haya sido la de ocultar el sol -el sol infernal de la realidad social
en Brasil- con un dedo, un dedo manchado por la traición de quienes se
sienten invencibles. Por eso es oportuno recordar unos versos antiguos que
dicen:
XI
Los estados e riqueza,
que nos dexen a
deshora
¿quién lo duda?,
non les pidamos
firmeza.
pues que son d'una
señora;
que se muda,
que bienes son de Fortuna
que revuelven con
su rueda
presurosa,
la cual non puede
ser una
ni estar estable
ni queda
en una cosa.
XIX
Las dávidas desmedidas,
los edeficios
reales
llenos d'oro,
las vaxillas tan
fabridas
los enriques e
reales
del tesoro,
los jaezes, los caballos
de sus gentes e
atavíos
tan sobrados
¿dónde iremos a
buscallos?;
¿qué fueron sino
rocíos
de los prados?
Coplas a la muerte
de su padre, de Jorge Manrique en http://www.poesi.as
La hipocresía de los soberbios es capaz de cualquier eslogan. Pero ya no hay máscara que pueda encubrirlos. |
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