Uruguay:
Testimonios de ex presas abusadas sexualmente
"Cada uno tenía su mujer”
Sabemos,
porque lo registra la historia, que los ejércitos de ocupación, las tropas
victoriosas, los aparatos represivos, violan sistemáticamente a sus
prisioneros, como método de dominación, de destrucción sicológica e incluso de
eliminación de una identidad colectiva, además de la perversidad básica.
Sabemos que ha ocurrido en los más recientes escenarios de conflictos armados,
en Yugoeslavia, en Kosovo, en Etiopía, en Irak; y que en nuestro continente la
violación sistemática ha sido una herramienta del terrorismo de Estado, en
Guatemala, El Salvador, Honduras. ¿Qué cosa excepcional nos inducía a creer que
el terrorismo de Estado en Uruguay, el que torturó, asesinó, desapareció, robó
niños, se había abstenido de violar a las prisioneras y a los prisioneros, o
que se trataba de episodios aislados? La ignorancia nos daba cierta
tranquilidad de conciencia. Con lo que las víctimas, en especial y
mayoritariamente mujeres, se sintieron doblemente débiles, para superar el
trauma primero y para exponerse públicamente después al denunciar las
atrocidades vividas.
Ahora, la denuncia colectiva sobre abuso sexual en los centros de
detención de la dictadura abre el espacio para el conocimiento, por más que la
sensibilidad se resista. El valiente y descarnado testimonio de la ex presa y
hoy escritora Mirta Macedo nos introduce en ese submundo de horror e
inhumanidad. No ahorra detalle, porque eso significaría que el torturador y
violador seguiría teniendo poder sobre su víctima, 35 años después.
Un sentimiento de justicia movilizó a Mirta, desde chica y de adolescente, y la impulsó a militar políticamente. En su Treinta y Tres natal había muchas injusticias que ella no soportaba. La pobreza de don Isabelino, un señor que vivía en su carreta y la sacaba a pasear en ella, la marcó para siempre. Le parecía injusto que ese señor tan bueno, fuera tan pobre. A su vez, un tío “anarco”, que luego se pasó al comunismo, le dejó una marca a fuego de lucha y solidaridad. “Mi tío era tan maravilloso con su comunismo, parecía que lo iba a resolver todo”.
El
23 de octubre de 1975 Mirta estaba en su casa de Ciudad Vieja durmiendo junto a
su marido. Un grupo de militares vestidos de civiles entraron en la madrugada;
el único que reconoció fue al Pajarito Silveira. Era el segundo día de la caída
del partido, fue la número 27 en caer. “Entraron con una llave y nos
desparramaron toda la casa. Yo estaba en camisón, nos paramos junto a la cama y
cuando vi aquellos hombres me hice pichí del susto, se me aflojó el alma.
Después de eso Silveira me decía la meona. Mientras me vestía él revolvió todo
y abrió una caja de madera donde estaba mi sueldo, el de mi esposo y otro
dinero; lo agarró y se lo metió en el bolsillo. En ese instante sentí temor,
pánico, miedo porque ya había muerto mucha gente. Desde un primer momento
supimos que íbamos derecho a un picadero de carne, como efectivamente fue”.
“Nos
llevaron a la casa de Punta Gorda. Apenas llegamos nos sacaron la ropa. Después
nos pusieron de plantón. Así estuve cinco o seis días: te paraban con brazos y
piernas abiertas, después te decían ‘siéntense’ y cuando te estabas aflojando
te ordenaban volver a pararte. Era muy perverso, cansaba horrible. Todo esto,
desnudos. Cuando pasaban, te tocaban, te picaneaban e incluso me colgaron una o
dos veces. Mientras, me preguntaban qué hacía, cuándo me había afiliado al
partido, con quién estaba, si tenía armas. Nos ponían vendas con tela de poncho
que nos causaban conjuntivitis; además ellos pasaban y te frotaban los ojos
para que no lográramos ver nada”.
Tras
un breve paso por la cárcel del pueblo expropiada al Movimiento de Liberación
Nacional -era uno de los “300”, como llamaban a los centros clandestinos de
detención del OCOA-, el 2 de noviembre de 1975 Mirta, junto a un grupo grande
de presos, fue llevada al “300 Carlos”, ubicado en los predios del Servicio de
Material y Armamento en el Batallón 13 de infantería. “Un sargento del cuartel
nos dijo: ‘acá se les terminó lo bueno, mañana empieza lo bravo’. No nos
olvidamos más de ese día”. Allí sufrió torturas que hasta el día de hoy la
atormentan.
“Era
dantesco. En la mañana nos traían una leche quemada con una galleta que era
imposible comer. Después nos traían guiso, que era un asco, al mediodía y de
noche. Para poder comer nos hacían hincar y ponían la comida arriba de una
silla. La gente se moría de hambre, se moría literalmente”. “A veces nos
dejaban varios días sentadas en una silla sin llevarnos al baño. El tema de la
menstruación era horrible, nauseabundo. Nosotras pedíamos: ‘señor, estoy
menstruando ¿no me podrá conseguir algo?’ Y nada. Yo estaba con la misma ropa
con la que entré y nos manchábamos todas. Y no solamente eso, cuando te
colgaban o cuando estabas mucho parada te hacías caca y pichí. Ahí aprovechabas
para hacer; si hacías cuando estabas sentada se te desparramaba por todos
lados, era asqueroso. Cuando iba al baño trataba de sacarme las costras”.
“La
tortura especializada la aplicaban todo el tiempo, varias veces por día. A mí
lo que más me hicieron fue colgarme. Con un gancho te colgaban de las muñecas
juntas con los brazos para atrás, a tal extremo que mis brazos quedaban hechos
pelota. Mientras, me metían una tenaza en la vagina y me pasaban electricidad
que era muy doloroso, en los senos también. Te toqueteaban, te hacían
absolutamente de todo y siempre encapuchada. También te amenazaban con violarte
y varias veces, luego de descolgarme, me violaron ahí, en ese mismo espacio”.
“Yo
tenía un problema de circulación en el brazo derecho desde la operación del
corazón, por los cateterismos. Y no sé si era por eso pero me dolía muchísimo,
más que el otro brazo. Un día ya no podía más y les dije: por favor, mi brazo.
Me tiraron en una especie de camilla y llamaron a un médico. Le dije: ‘¿Usted
no puede dejar indicado que no me cuelguen más de este brazo? No puedo más’. Él
me agarró el brazo y yo pensé: ‘ay, qué buen hombre, me va a salvar”. Acto
inmediato me llevaron de nuevo y me colgaron de los pies con la cabeza para
abajo, lo cual era dantesco porque no podías respirar, me hice pichí, me tragué
la orina, era impresionante. Luego, me llevaron de nuevo a la camilla y el
médico me toca el brazo y me dice: ‘¿Y ahora qué tal?’ Cuando salí lo denuncié
ante el Consejo Central del Sindicato Médico. Fui a un careo y él negó todo,
quedó en nada. Creo que después lo echaron del sindicato”.
Al
tiempo logró que la llevaran a bañarse “y ahí vino la tragedia”. “Me llevaron
sola. Como yo no me sacaba la bombacha el hombre me dijo: ‘¿Dónde se ha visto
que una persona se bañe con calzones?’ Cuando me la saqué el hombre me apretó
contra la pared, me penetró, tuvo todas las relaciones del mundo. Esa misma
persona, cuando llegaba a la guardia, pasaba por donde yo estaba, apenas me
tocaba y yo ya sabía que era él, le tenía terror, pánico. Es más, los días que
ellos no tenían guardia iban a violarnos, éramos como sus putas. Ese hombre
siempre me violó mientras estuve en el 300. El tipo me agarraba y me llevaba al
baño. Uno al principio tiene intento de defenderse pero ¿qué te vas a defender
con las manos atadas? Me violaba día por medio, cada dos días. Y después siempre
me sentaba junto a mi marido. Era muy duro”.
“En
el momento de las violaciones no te preguntaban nada, sólo te llevaban para
tener relaciones. Ellos andaban calladitos y cada cual tenía su mujer. Yo, se
ve que era la mujer de ese hombre porque él siempre venía a mí”.
Luego
de dos meses en el 300 Carlos “a un grupo grande de mujeres y hombres nos
llevaron al cuartel 14, en Camino Maldonado. Allí nos daban de comer, estábamos
sentados, las cosas eran diferentes. Al tiempo nos procesaron, estábamos
esperando para ir al penal. Pero antes me dijeron que me aprontara porque me
llevaban al 300 de vuelta. Me torturaron, no fue mucho, a esa altura de la vida
después de que me violaron yo deseaba que me colgaran (de los brazos); me
dolió, no me hago la campeona, me dolió mucho pero ta, pasó”.
“Volví
seis veces al 300 y todas las veces que fui me violaron. Y una vez entre seis o
siete hombres, en condiciones macabras. En los baños había tazas donde el pichí
y la caca corrían a raudales. Me tiraron encima de eso, estaba acostada en el
piso. Los tipos repugnantes, inmundos. Al principio mi actitud con las
violaciones era apretar el cuerpo como forma de defenderme pero no te defendés,
al contrario, después me di cuenta porque te ahorcaban para que te aflojaras, y
lo hacías”.
“Los
milicos nos decían: ‘mirá quien vino, llegó una gordita linda, una flaca linda…
Y se referían a nuestro cuerpo, lo que nos iban a hacer, todo lo que te puedas
imaginar, me da hasta vergüenza repetirlo, pero eran así. La parte más difícil
para mí fue la del 300 y las vueltas allí. Cada vez que me llevaban era
terrible. A mí no me violó ninguno de los altos cargos, estoy segura. Por eso
yo digo: fui violada por la tropa”.
“Éramos
botín de guerra. Cuando nos llevaban al baño los tipos se paraban enfrente para
mirarnos. Nos desnudaban para eso, éramos todas jóvenes; decían: ‘mirá que
caderas que tiene ésta, mirá que tetas tiene ésta’. Y nosotras, calladitas.
Había grados de perversidad muy fuertes. Otra cosa que hacían era ponernos
paradas en fila y dos o tres tipos con penes erectos pasaban refregándonos,
tratando de penetrarnos. Por ejemplo, se masturbaban con nuestras colas, con
nuestros senos y después bueno, te penetraban… Era terrible”.
“En
el grupo (Denuncia) somos 28 mujeres y aparecieron dos casos de violación; y
hay otra compañera que tiene testigos de que la violaron pero ella no lo
recuerda. Es horrible, es la forma que encontró para poder sobrevivir”.
Florencia
Pagola
De:
deciresytestimonios.blogspot.com
A 41 años del inicio de la Dictadura Cívico-Militar en Uruguay. |
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