En semanas
recientes se celebró en Montevideo el Mundial de Poesía, al que concurrieron
poetas de renombre, entre ellos Raúl Zurita.
Según la
información de Caras y Caretas, “hace exactamente veinte años, los suficientes
para que la memoria le imprima carácter de leyenda, Luis Bravo, Maca y otros
poetas montevideanos lograron armar la quimera de un festival de poesía de la
ciudad. El contexto de la posdictadura permitió que coincidiera la experiencia
autogestionaria de la editorial independiente Ediciones de Uno con los ciclos
de poesía leída y performances en pubs como Amarcord, Laberinto y
Juntacadáveres. Había ebullición, ruido, se buscaban espacios para la poesía,
que se jugaba más allá del papel en otros territorios, en las búsquedas
escénicas del propio Bravo, Héctor Bardanca, Lalo Barrubia, Clemente Padín,
Luis Pereira, Gabriel Richieri y Los Malditos, Julio Inverso, la propia Marosa
di Giorgio con sus rituales.
Así nació un
primer festival en 1993, luego habría un segundo en 2006, y en el medio,
actividades dispersas pero que aún resuenan: los “asaltos” poéticos al Cabildo
y a la Estación Central, por poner dos ejemplos, y más acá en el tiempo la
movida de lecturas que propició el Festival Eñe. Sin embargo, en la ciudad, en los
bordes de las editoriales y la escasa ayuda pública, la poesía continuó en el
margen, manteniéndose en ediciones de autor y ciclos de lectura en pubs. Poco a
poco fue haciéndose un lugar, un territorio de camaradería poética, en el bar
La Ronda –más precisamente en el espacio Cheesecake–, gestionado por el poeta
Martín Barea Mattos. Y nuevamente la quimera, el sueño: armar un festival de la
ciudad.
“Todo esto nació
en una trasnochada idea luego de Ronda de Poetas, en 2011”, cuenta Barea
Mattos. En lugar de dejarla como una idea de bar, se puso a trabajar, a diseñar
el concepto de un mundial poético en Montevideo. La oportunidad concreta la dio
el marco de la ciudad como Capital Iberoamericana en este 2013. Entre los
conceptos que barajó y se mantienen inalterables está el de “acción pura” de la
palabra poética en el espacio performático y sin programar mesas redondas ni
conferencias. “El hecho de que el festival sea casi pura acción se debe al
carácter fundacional. Hay en esta primera edición una urgencia de reunión, de
encuentro. No hay un guion curaturial más trascendente que el hecho en sí. Por
supuesto que hay presencias relevantes, como las de [Raúl] Zurita o [John]
Bennett, pero tampoco es lo que importa en términos generales. Quisimos darle a
Montevideo un evento que lo transforme en puerto natural de la poesía… Y si hay
aparato crítico, que juegue”.
Dice Ana Inés
Larre Borges en Brecha: “Desde la ventana del NH Columbia se ve el mar, más
marrón y más río en compañía de un poeta chileno y oceánico, pero Zurita piensa
en otra cosa. Recuerda que cuando su anterior visita a Montevideo se acababa de
separar de su mujer y alguien le dijo que en su mismo hotel se había suicidado
Amado Nervo; dice que no pudo evitar cierta aprensión. En 1985 el Parque Hotel no
era la sede del Mercosur y, un poco decadente y municipal, servía para alojar a
escritores invitados. Ese año también vino Nicanor Parra. El recuerdo de Zurita
es equívoco; Nervo no se suicidó, pero murió en uno de esos cuartos un día de
mayo de 1919, y cuentan que su último deseo fue que lo acercasen a la ventana
para ver el mar.
Raúl Zurita es
para muchos el mayor poeta vivo en español y, seguro, el más intenso. Cerró el
Mundial Poético de Montevideo y presentó la breve antología Queridos seres
humanos que le editó Hum, dosis frugal y necesaria para aplacar algo el deseo
de poesía que dejó en los que escucharon su voz chilena y desencantada que,
contra toda lógica, trasmite lo que niega: fe en el hombre y esperanza para la
poesía”...
Pero hoy la intención
es mostrar otra arista de Zurita, una que emerge a través de ciertos fragmentos
seleccionados de una entrevista publicada en COSAS.COM. y dice así:
“El parkinson no
lo deja controlar sus movimientos como antes, pero es un poeta obsesivo que no
para de escribir. Acaba de publicar “In-Memoriam” como un modo de darle a la
memoria un lugar sagrado en su presente. Zurita comparte aquí una mirada
tristona del Chile actual, del país aterrado que él observa y, de paso, dice
que Bachelet ha tenido más voluntad por hacer cambios que Lagos. También
critica al mundo literario y la precariedad en la que se mueve. “A ellos, no
les debo nada”, afirma.
Por Claudia Alamo
A su espalda, un muro azul. En la mesa, un café excesivamente azucarado
y un paquete de cigarrillos. En el centro del living, un chaisse long antiguo
sencillamente espectacular y ahí, casi como en un escenario, está Raúl Zurita,
el poeta que mira la vida por ventanas tan diversas como alucinantes. Hubo
épocas en que Zurita fue un artista rabioso, capaz de autoagredirse para dar un
mensaje. Hubo etapas en que fue un soñador que escribía en el cielo para llamar
la atención. Hubo también épocas en que se cayó, se hundió, pero nunca se
quebró. Hoy, Zurita es un poeta comprensivo, centrado en las carencias de los
seres humanos y de las suyas también. Ya no hay ni bronca ni agresión. Está
centrado en las fragilidades del ser humano y convencido de que tenemos que
volver a conectarnos con nuestras simplicidades para poder respirar.
“Al mundo literario no le debo nada”, dice crudamente, pero no por
golpear sino que para describir lo que él llama la precariedad en la que viven
los escritores e intelectuales como él. Confiesa que ese mundo nunca lo ha
querido y que sus amigos son sus ex compañeros de ingeniería y los viejos
comunistas de su etapa de militante.
Aquejado de un parkinson que no le permite moverse con la destreza de
antaño, acaba de publicar el libro “In-Memoriam”, donde el poeta mira el
presente y el pasado con ojos experimentados. Debe ser que, como él mismo dice,
“mis recuerdos ya son mayoría frente a mis posibles sueños”.
Con lucidez, Zurita enfrenta esta etapa de su vida en que se declara
viejo, feliz y enamorado de su actual mujer, Paulina Wend, con quien armó nido
en una acogedora calle de Pedro de Valdivia Norte y confiesa: “Espero que sea
ella la que me cierre los ojos”, dice tras una bocanada de humo y un rápido
sorbo de café.
–Los escritores, los poetas, siempre tienen temas que los rondan. ¿Qué
obsesiones, qué temáticas andas masticando?
–Yo creo que el que escribe, por lo menos el que escribe poesía, en una
parte está desajustado del mundo. Es una parte que no funciona cómo debería. Es
como una fractura. Y desde allí nace esta necesidad, bastante obsesiva y
compulsiva, de escribir o hacer que te supla esa falta, esa carencia de algo
que no sabes qué diablos es.
–Pero puedes pasar toda la vida sin saberlo…
–Es lo más probable. Intuyo que eso lo sabrás cuando estés muriendo,
debe ser como la gran película final. Sin embargo, también creo que uno siempre
se da cuenta de las carencias que tiene.
–¿Y cuáles son las tuyas?
–Bueno, mi padre murió cuando yo tenía 2 años. Por lo tanto, no tengo
recuerdos de él. Sabía de mi padre por lo que me contaba mi madre o mi abuela.
Pero no puedes imaginarte algo que nunca ha estado. Para mí, era lo más natural
vivir así… hasta que me cayó la teja de la falta que me hizo no tener padre.
–¿Cuándo te diste cuenta?
–Como a los 35 años, cuando yo mismo estaba destrozado en la vida. Ahí
me di cuenta de golpe, de toda la falta y la necesidad que había tenido.
–Entonces, ¿los temas que te persiguen tienen que ver con esa carencia?
–Creo que siempre los temas tienen que ver con las carencias. Yo
siento, fundamentalmente, un sentimiento de orfandad muy grande producto de mi
infancia. Claro, entiendo que envejezco. ¡Cómo no lo voy a entender! Me cuesta
más moverme; me estoy encorvando, pero sin embargo hay una sensación de
fragilidad que está ahí y, en algún punto, sigo siendo un niño desprotegido.
Por otro lado, sé que no soy frágil. Las he pasado duras y no me he roto. Pero
la sensación de habitar un cuerpo de niño, es una sensación sicológica que aún
tengo.
–¿Y cómo se expresa en la vida cotidiana?
–Es un cierto desamparo y también una sobreprotección hacia quienes
dependen de ti. Por ejemplo, en la relación con mis hijos, soy tremendamente
sobreprotector. Me da pánico que a alguno de ellos le pase algo, se suicide. O
sea, que no logre tolerar el sufrimiento. Los umbrales del dolor son tan
distintos… Yo sé lo que he aguantado, pero uno nunca puede saber cuál es el
aguante que tiene el otro.
–Pero eso, ¿no es como desconfiar de la capacidad del otro?
–No, no es un tema de confianza. Mi temor es más hacia la capacidad de
aguante de los seres humanos. Por eso, cuando uno escribe, pone esas cosas. Ese
es el único sentido que tiene hacer arte. Sacar esos fantasmas, esos dolores,
pero no tanto por ti, sino por los otros. Porque si tú llegas al final de ti
mismo, también vas a llegar al final de los otros. Finalmente, todos sufrimos
por lo mismo. Todos tenemos necesidad de amor, miedo a la muerte. Somos
hermanos en eso.
–¿Y qué sentido tiene poner esos temores en la palestra si, enfrente,
tienes una sociedad que no quiere saber mucho?
–Es cierto. Esta es una sociedad aterrorizada, deprimida. Toda esta
fiebre del consumismo que tenemos, te habla de una sociedad que anda mal; que
no quiere saber nada que le pueda desarmar los esquemas o le mueva la cancha.
Pero la pega de los escritores es dar cuenta tanto de la pasión como de la
infelicidad. Ese dato de la existencia, de buscar una cierta desnudez, es de lo
que quiero dar cuenta.
–¿Por qué?
–Porque si uno se da cuenta, realmente, de lo que es estar vivo, las
cosas empiezan a adquirir un cierto sentido. Entonces, al escribir, uno está
tratando que la gente no se fije en el poema, sino en la gente que está leyendo
ese poema. O sea, que se fije en la vida. Y que este segundo que nos tocó estar
acá es atemorizante y deslumbrador a la vez.
–Antes eras un poeta más rabioso. ¿Cómo es que Zurita entró en este
círculo existencial, más de la simpleza?
–Son derivas… Tal vez, esto tiene que ver con una sensación de ridículo
que siempre he tenido. O sea, te hablo de esa sensación de ridículo en que
quedas cuando has leído mal una situación o el gesto del otro. Y te confieso
que en mi vida he tratado de ser lo suficientemente lúcido como para no leer
mal los mensajes.
–¿Y lo logras?
–No lo sé. Frente a un mundo de gente tan segura y tan prepotente, lo
único que puedes hacer, buenamente, es saber que eres honesto con lo que crees.
–En estos cambios sociales tan rotundos, ¿qué ha pasado con tus amigos
poetas, escritores e intelectuales con los que compartiste batallas?
–Mira, yo estudié ingeniería, y en ese mundo están mis amigos. Con
ellos tengo amistad cotidiana. Con los poetas he tenido relaciones muy, muy
intensas, pero han quedado ahí.
–¿Por qué?
–No quiero que se entienda que ahí están mis enemigos. No. Lo que digo
es que mis amigos de verdad no son del mundo literario. Mi relación con los
poetas es súper extraña, de mucho resentimiento. Y ahí no soy yo el equivocado.
Hay una animadversión, que la puedo entender, pero eso no significa que no la
haya sentido.
–¿Qué crees que ha gatillado esa animadversión hacia ti?
–Creo que se debe a que ese mundo es muy precario. Muchos creen que si
el otro ocupa un sillón, se acabaron los sillones. Entonces, cuando me dieron
el Premio Nacional de Literatura, fue feroz. De algún modo, forma parte de mi
vanidad el pensar que si hay tanta rabia conmigo es porque algo pasa. Pero en
general, al mundo de la literatura no le debo absolutamente nada.
–¿Has percibido la envidia hacia ti?
–La palabra envidia me cuesta mucho, pero sí he sentido una hostilidad
súper fuerte. Hay gente que estimo y que aprecio, pero si hubiese algo así, no
tengo ni una onda con esa cosa gremial del mundo literario. A mí no me
enseñaron nada. No aprendí nada de ellos. Sí he aprendido de Nicanor Parra,
pero él es una sola persona. Lo que pasa es que la gran mayoría de los tipos
que ha dedicado una vida a escribir, llega a la vejez sin un peso. Por eso se
arman esas tremendas peleas por el Premio Nacional. Al final, no es tanto por
el honor, sino por asegurarse una pensión. Y eso no puede sino conmoverme y
hacerme sentir compasión por una sociedad de mierda que trata a estos fulanos
de la peor manera.
–Y a ti, ¿te da miedo la pobreza en la vejez? ¿Es un fantasma con el
que cargas?
–No, para nada. Y es extraño… Mi madre, que toda la vida se mató
trabajando porque tuvo que cargar con su propia madre y con dos niños chicos,
vivía aterrorizada porque yo no imponía. Como tenía pegas esporádicas, no era
un tema para mí. Pero ella siempre me decía: “Raúl, qué vas a hacer cuando seas
viejo”. Entonces, cuando me gané el Premio Nacional de Literatura, lo primero
que hice fue llamarla y decirle: “Mamá, tenemos jubilación”.
–Debe haber sido un regalo para ella y también para ti, ¿no?
–Más para ella, para su tranquilidad. Yo siempre supe que iba a tener
una jubilación. No sé cómo, pero sabía que algo me iba a llegar por algún lado.
Mi gran amigo Carlos Hurtado me preguntó una vez por el tema y yo le dije:
“Dios proveerá”. Y él se río y me dijo: “Dios provee a los pajaritos. ¡Cómo no
va a proveer a los poetas!”. Y así fue, tal cual. Entonces, no tengo esa
angustia.
–¿Y frente a la vejez, tampoco?
–No, al contrario. Ya estoy en la postura del viejo. O sea, entiendo
que mis recuerdos ya son mayoría frente a mis posibles sueños. Tampoco le temo
al deterioro físico que ya lo tengo con el parkinson. Entonces, la verdad es
que la vejez no me produce ni el más mínimo temor. Por eso detesto a esa gente
que dice que ha llegado a la etapa de “la madurez”. La vida no es así. Eres
joven o eres viejo.
–Cuando dices: “Tengo más recuerdos que posibilidades futuras”, eso ¿no
genera frustración?
–No, me produce alegría. Ese es el milagro de la poesía: que puedo
hablar de esto y puedo construir desde aquí. Tengo todos los naipes en la mano.
Pero si estuviera en la postura del “maduro” no construyo nada. Ahí te gana la
cautela.
–Claramente, la cautela no es lo tuyo.
–¡No! Jamás he sido cauteloso. No quiero fanfarronear, pero la verdad
es que siempre me he ido con todo.
Guárdame en ti
Amor mío: guárdame entonces en ti
en los torrentes más secretos
que tus ríos levantan
y cuando ya de nosotros
sólo quede algo como una orilla
tenme también en ti
guárdame en ti como la interrogación
de las aguas que se marchan
Y luego: cuando las grandes aves se
derrumben y las nubes nos indiquen
que la vida se nos fue entre los dedos
guárdame todavía en ti
en la brizna de aire que aún ocupe tu voz
dura y remota
como los cauces glaciares en que la primavera desciende.
Te hablan ahora las rompientes de tu vida
Te cuentan de las falsas Itacas,
del naufragio en costas remotas
de tu cansancio doblándote hacia las olas
Te dicen que más allá está el final
de la tierra
que allí el mar se derrumba, que tu mar
amado se derrumba y que los barcos
nunca han vuelto
Te hablan en tu propia noche los temores
Que suenen entonces como algo que se
despierta estos poemas
como algo que está en tí, como algo que cruce el mar y se despierta.
De: http://www.letras.s5.com