Marcha contra la violencia de género hoy, en Montevideo. |
Me quiere… no me quiere… me quiere…
Este es el puño de un macho.
Este es mi puño.
Cuando desarmaba cajas y cajones era un puño
sin nombre.
Una palanca más para el trabajo duro, recio,
animal.
Así vivió mi puño unos cuantos años.
Y no le importaba no tener nombre propio.
Pero una vez mi puño tuvo nombre, mi nombre.
Entonces descubrió que se sentía mejor que
siendo un puño cualquiera y
le gustó tanto que empezó a reclamarme:
“Llamame Jonathan, como vos,
llamame Jonathan que te seré mucho más fiel
que cuando vas al laburo
o a lo de la Flaca.
Llamame así, que vas a ser más macho de lo
que sos”.
Fue una tarde de verano cuando el otro
Jonathan empezó a ser
mi doble, mi hermano, mi confuso yo, pero más
macho que yo.
¿Te acordás de aquella tarde, vo’, Jonathan
1,
aquella tarde en que desparramaste toda tu
miel avispona
desde las mechas al dedo gordo de la María,
la María, la única que te creyó el verso
de que la tatuabas así,
con tu aguijón de néctar negro,
porque la querías?
Sí, vo’, cómo no acordarme.
Quedaba hecha una morcilla la María.
Las otras no, las otras no me querían.
Así que me ahorré las mieles.
Trompada y trompada, nada más, como
corresponde
a los machos bien plantados,
bien enterrados en este agrio barro
donde nos revolcamos con los cerdos.
Por eso no hay baño que salve, vo´, Jonathan:
las uñas, siempre negras, siempre oliendo a vómito, a sangre, a muerte:
la de María,
la
de todas,
la tuya,
la
mía.
Carbonilla
Jonathan 1 sabe que Jonathan 2 no podrá ser procesado por feminicidio ni por femicidio; el expediente velará impecablemente esas uñas siempre negras: un agravante es sólo un acercamiento a “lo grave” y “grave” es un adjetivo de terminación indiferente.
¡Especial suerte la tuya, Jonathan! Tendrás que agradecer con inusitado esmero a la Suprema Corte de Justicia y al Poder Legislativo, que tan varonilmente te protegen.