jueves, 3 de julio de 2014

"Tú podrías decirme quién soy"- Franz Kafka












"Mis dibujos son una escritura privada"

























Durante la época de verano, Franz Kafka nadaba en la piscina de la Escuela Civil de Natación, instalada en la rivera, bajo la colina del Belvedere. Otra de sus aficiones era remar "en el mejor de los estilos" por el Moldava; acerca de ello le escribió a Milena Jesenská:

Hace algunos años yo solía pasear frecuentemente por el Moldava, en canoa, remaba aguas arriba y luego me dejaba llevar por la corriente, acostado bajo el puente. Considerando mi delgadez, debe haber sido un espectáculo bastante cómico para los que estaban en el puente. Este empleado [de su oficina], que justamente me vio una vez desde allí, sintetizó de este modo su impresión, después de hacer resaltar suficientemente el aspecto cómico de la misma: le había parecido una escena previa al Juicio Final: el momento en que ya levantaban las lápidas de las tumbas, pero los muertos seguían acostados e inmóviles.

Le gustaba también dar largos paseos. Caminaba ligero durante una o dos horas y, en ocasiones, describía en sus Diarios algunos detalles de la ruta que había seguido:

Bonito paseo solitario más allá del Hradschin y del Belvedere. En la Nerudagasse, una placa: ”Anna Krizrová, costurera, formada en Francia en casa de la duquesa viuda de Ahrenberg, nacida princiesa Ahrenberg”. Me detuve en el centro del primer patio del castillo y estuve mirando un ensayo de alarma de guardia. (Diciembre de 1911)

A veces se sentaba en los Jardines de Chotek, “el lugar más bello de Praga” y disfrutaba del canto de los pájaros y “de los añosos árboles”. El 1 de noviembre de 1914 anotó:

Hoy, hermoso domingo en parte. En los jardines de Chotek he leído el escrito de defensa de Dostoievski. La guardia en el interior del castillo y en el cuartel general. La fuente del palacio de Thun.–Muy contento conmigo durante todo el día. Y ahora, completo fracaso en el trabajo.

Solía acudir a representaciones de teatro y de ópera. Desde muy joven frecuentaba el Nuevo Teatro Alemán, donde compraba una entrada de estudiante; y, a menudo, se le podía ver en el grandioso Teatro Nacional, construido frente al río.

Entre septiembre de 1911 y enero de 1912 permaneció en Praga una compañía de teatro yidish, de Lenberg. El grupo se alojaba en el hotel Central, y después en el café Savoy, en el que, además, actuaba. “Anoche café Savoy. Compañía de teatro judía”, escribía Kafka 5 de octubre de 1911.

El Savoy, un oscuro y pequeño café, como lo describía Hugo Bergmann, se encontraba muy cerca de la antigua judería, en la Ziegenplatz (Vězeňská). Allí Kafka trabó una gran amistad con el actor polaco Jizchak Löwy, quien representaba para él ese judaísmo oriental vivo, frente al judaísmo occidental asimilado de su padre.

Entusiasmado por el teatro yidish, que tanto influiría en su obra, y por la propia jerga, Franz Kafka organizó una velada en el Ayuntamiento. Sobre ella, el 25 de febrero de 1912, escribió en su diario:

Hace mucho que no escribo nada porque he organizado un recital de Löwy en el salón de actos del Ayuntamiento Judío el 18 de febrero y en ese recital he dado una conferencia introductoria sobre el yidish. He pasado dos semanas llenas de preocupaciones, pues era incapaz de sacar adelante mi conferencia.

En otra ocasión, Kafka intervino en un acto celebrado en la sala Toynbee del Ayuntamiento judío en el que, según recuerda su amigo Hugo Bergmann, “con entusiasmo leyó el Michael Kohlhaas de Kleist ante un público judío proletario o semiproletario (el proletario en sentido estricto apenas existía en Praga)”. Sin embargo, Kafka no se sintió satisfecho de aquella lectura, a la que se refirió en los Diarios el 11 de diciembre de 1913:

He leído en la sala Toynbee el comienzo de Michael Kohlhaas. Fracaso total y absoluto. He elegido mal, recitado mal, a la postre braceado insensatamente dentro del texto. Oyentes modélicos. En la primera fila, unos jovencitos. Uno de ellos trata de escapar de su inocente aburrimiento tirando cuidadosamente su gorra al suelo y recogiéndola luego cuidadosamente, y así una y otra vez. Como es demasiado bajo para poder hacerlo desde su asiento, tiene que dejarse caer un poco de la silla. He leído de forma salvaje y pésima y descuidada e incomprensible. Y por la tarde temblaba de ganas de leer, apenas podía mantener la boca cerrada.

Varios testimonios contradicen esa visión que Kafka tenía de sí mismo. Su íntimo amigo, Oskar Baum –escritor, crítico musical y profesor de piano, que quedó ciego a los once años–, nos dejó estos recuerdos:  Cuando leía en voz alta –era una de sus pasiones–, la expresión de cada palabra, en medio de la total claridad de cada sonido, mientras la lengua se movía a una velocidad capaz de marear, se subordinaba por completo a la amplitud musical de sus frases de largo aliento, interminables, y a los crescendo en formidable aumento de los dinámicos planos, como ocurre también con su prosa…

El 4 de diciembre de 1912, junto a otros escritores como Franz Werfel y Maz Brod, Fafka participó en una velada organizada por el Círculo de Herder, en el hotel Erzherzog Stephan de la plaza de Wenceslao. En una sala de ese hotel, ahora llamado Europa, Franz Kafka leyó La condena. Rudolf Fuch, que formaba parte del círculo escritores en lengua alemana que se reunía en el Café Arco, contaba sus impresiones de aquella lectura: En una ocasión, Willy Haas consiguió que participara en una lectura de autores praguenses en una pequeña sala de un hotel, en la plaza de San Wenceslao. (...) Kafka leyó la narración titulada “La condena”, que más tarde apareció en la editorial Kurt Wolff. Leyó con una magia tan tranquilamente desesperada, que aún hoy día, después de no menos de veinte años, le veo ante mí en la estrecha y oscura sala de conferencias. Todo lo demás, evidentemente, lo he olvidado.

Aquella noche, después de la lectura, Kafka escribió una carta a Felice Bauer:

¡Ay, mi amor, mi infinitamente querida Felice! Tal como presentí con temor, se ha hecho ya demasiado tarde para seguir con el cuento [La metamorfosis], tendrá que quedarse hasta mañana noche sin terminar (...). Cualquier otra tarde es más importante que la de hoy, que solo ha sido válida en lo que se refiere a mi placer, mientras que las otras tardes están destinadas a mi liberación. ¿Sabes, mi amor?, le saco un gusto endiablado a eso de leer en público, el que los oídos preparados y atentos de los oyentes reciban mis vociferantes tiradas le hace tanto bien a mi pobre corazón. Desde luego les he vociferado de lo lindo, la música que venía de los salones contiguos, pareciendo querer ahorrarme la molestia de leer, ni más ni menos que la reduje a la nada con mis voces.

Franz Kafka no era un desconocido en los ambientes culturales de Praga. En su época de estudiante había asistido a las veladas –en las que alguna vez quizá coincidiera con Einstein– en casa de los Fanta, en el Altstädter Ring, como recordaba su amigo Hugo Bergmann:

En los últimos años de nuestros estudios universitarios nos encontramos de nuevo en el círculo filosófico de la casa de los Fanta, del que más tarde surgió el Círculo del Louvre –llamado así por el café Louvre, en el que se reunía, que se encontraba bajo el patronato espiritual del profesor Anton Mary, discípulo de Brentano.


El Louvre era un elegante café que se había inaugurado en 1902 en la Ferdinandstrasse (Národní trida). Pasaron allí “horas hermosas y amables”, según escribía Max Brod en su diario.En 1907 se abrió el café Arco en la Hibernergasse (Hyberská 16). Estaba cerca de la estación Central de Ferrocarril y del Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo, donde trabajaría Kafka. El Arco se convirtió en el café de los escritores alemanes; entre sus clientes se encontraban Franz Werfel y el marido de Milena, Ernst Pollak. El 8 de abril de 1914 Kafka anotó:


El café Arco (Hyberská, 16)
Hoy con Werfel en el café. Su aspecto desde lejos, sentado a la mesa del café. Encorvado, medio recostado en la silla de madera, la cara, de hermoso perfil, inclinada, casi jadeante de plenitud.

 Y el 17 de enero de 1915 escribe: 

Ayer dicté por primera vez cartas en la fábrica. Trabajo carente de valor (una hora), pero no de satisfacción. Antes, una mañana horrible. Continuamente dolores de cabeza, de forma que, para calmarme, hube de sostenerme ininterrumpidamente la cabeza con la mano (mi estado en el café Arco), y en casa, en el canapé, dolores cardíacos.

Años más tarde, el Arco se había convertido para Kafka en el lugar que le recordaba Milena, de la que, más que la distancia, «lo separaba el “mar” entre “Viena” y “Praga” con sus olas inmensas e insalvables»:

¿Y ahora? Ahora viene lo más estúpido de todo. Me voy al Café Arco, donde hace años que no pongo los pies, para ver si encuentro a alguien que te conozca. Por suerte no había nadie, y pude irme inmediatamente. ¡Nunca más un domingo semejante, Milena!

Una noche, a finales de octubre de 1921, los padres de Kafka jugaban a las cartas, como era su costumbre. El padre le dijo que jugara con ellos, pero Kafka se excusó:

¿Qué significaba ese rechazo mío, que se ha repetido tantas veces desde mi infancia? Esa invitación me daba acceso a la vida comunitaria, en cierta medida la vida pública, yo habría ejecutado, si no bien, sí pasablemente, la acción que se me pedía para participar, es posible que jugar ni siquiera me hubiera aburrido demasiado –no obstante, lo rechazaba. Si se juzga por eso, no tengo razón cuando me quejo de que a mí la corriente de la vida jamás me ha arrastrado, de que nunca me he emancipado de Praga, de que jamás he sido empujado al deporte o a un trabajo manual, etc. – es probable que siempre hubiera rechazado esas ofertas, de igual manera que siempre he rechazado la invitación de jugar a las cartas.



De: http://denadapuedovereltodo.blogspot.com















Unas cartas inéditas muestran a un Kafka naturista y receloso de la medicina

Un Franz Kafka escéptico con la medicina tradicional y partidario de una filosofía naturista es el retrato que hacen del escritor checo las cartas inéditas que acaban de ser recopiladas y publicadas en un libro.
Las misivas están escritas por el médico húngaro Robert Klopstock y por el último amor de Kafka, la actriz polaca Dora Diamant, y dirigidas a la familia del autor de "El proceso", en la época en que se encontraba ingresado en el sanatorio austríaco de Kierling y su vida estaba a punto de extinguirse por la tuberculosis.
"Estaba en contra de los medicamentos, de los rayos X, de las inyecciones. Era incluso ingenuo en cómo usaba medios humanos que no resultaban dañinos, pero que tampoco ayudaban", declaró hoy a Efe el germanista Josef Cermak, que acaba de publicar en un libro esa colección de cartas inéditas.
En esas nuevas misivas "hay ahí muchas cosas desconocidas. Se ponen de manifiesto las dos opiniones. Kafka era partidario de la medicina natural, según el principio de que lo que naturaleza estropea, puede ella misma arreglarlo", afirmó Cermak.
Por su parte, "Robert Klopstock era partidario del concepto clásico de medicina, lo que significa que intentaba incesantemente aplicar la cirugía", explicó el experto.
Esta nueva correspondencia forma parte del libro "Zivot ve stinu smrti" (Vida a la sombra de la muerte), en concreto, en una sección titulada "Cartas de Robert".
Además de las casi 66 cartas ya conocidas que documentan la relación de amistad entre Klopstock y Kafka, el libro incluye otras 35 cartas nunca publicadas que Klopstock y Diamantova escribieron a la familia del escritor.
Kafka sucumbió a una tuberculosis de garganta y, según Cermak, "Robert Klopstock le sirvió mucho como médico en los últimos meses de su vida en el sanatorio austríaco de Kierling, donde Kafka murió. Se ocupó de él de forma conmovedora, junto a su novia de entonces, Dora Diamantova".
El literato y Klopstock habían coincidido antes en el sanatorio eslovaco de Tatranské Matliare, a los pies del macizo de los Montes Tatra, y allí llegaron a intimar, a pesar de que el húngaro era 16 años más joven que el autor de "La Metamorfosis".
Kafka, exceptuando a Max Brod y a ese círculo tan estrecho al que pertenecía el médico, "no se refería a la gente por su nombre, y conseguir su amistad, su verdadera amistad, no era fácil", afirma Cermak.
Tras examinar en su conjunto la correspondencia surgida de dos años de trato entre ambos, es evidente para el estudioso la amistad sincera que se profesaron y que llevó a Klopstock a posponer sus estudios por la situación turbulenta que atravesaba Kafka.
Ambos "tenían intereses comunes, que eran filosóficos y teológicos. Porque este judío húngaro tenía gran simpatía hacia el cristianismo. Y después de la muerte de Kafka, se hizo protestante", afirmó Cermak, que trata de reconstruir en el libro algunas de sus conversaciones, en la frontera entre la filosofía y religión.
Cermak ha podido realizar este trabajo gracias a que en los años 60 la familia de Kafka le encomendó publicar las cartas del escritor a su hermana Otilia.
"Y esta publicación se vio frustrada por la llegada de los tanques soviéticos y la prohibición de publicar cosas de Kafka en este país", apostilló Cermak.


De: http://www.elcomercio.com

 



“Un libro imprescindible para tener una idea más terrenal de Kafka. Un instrumento intelectual y humano de primera necesidad.”
Ernesto Ayala-Dip, El Correo

“Quien se sienta tentado por conocer al desnudo al autor de El castillo ha de leer este libro.”
Iñaki Urdanibia, Gara


“Un libro delicioso, que cuenta con 41 testimonios sobre el escritor, ordenados cronológicamente según la aparición de esas personas en la vida de Kafka”. 
Paz Balmaceda, La Tercera (Chile)


“El conjunto de estos testimonios tiene la virtud de ofrecer un retrato colectivo que respira autenticidad y cercanía. Tras su lectura, el acercamiento a la obra de Kafka puede –y quizá debe– cambiar”.
Rodrigo Pinto, Mercurio (Chile)


“Una lectura deliciosa y justa con la «persona humana» de Franz Kafka. El lector no encontrará en librerías un libro más adecuado que éste para hacerse una idea de todo lo que las biografías ad usum no suelen traer nunca.”
Jordi Llovet, El País


El Kafka menos kafkiano” (Sergi Doria, ABC)


De: http://www.acantilado.es