Talleres invitados:
*** Grupo ALAS (C.I.E.F.)
Ana María
El salón de clase era el lugar
donde los adolescentes discutían, reían y se reencontraban. Tenían
aproximadamente la misma edad y la misma ansiedad por lo que les depararía ese
nuevo año.
Ana María tenía personalidad y
era atractiva. Él se percató de su presencia inmediatamente.
Salieron amigablemente por un
tiempo hasta que Ana María aceptó la relación más íntima que él le propuso.
Estaba tan enamorado que lo único que ansiaba era estar con ella. Era perfecta.
Aquel día estaba esperándola… El
otoño tejía redes de oro en el parque, era una hora mágica… Ella estaba un poco
retrasada. El celular sonó, en la pantalla leyó el nombre de su amada pero no
fue su voz la que, anhelante, escuchó: “Un accidente… Ana María se distrajo,
iba apurada, no vio la moto”…
Ella pedía por él… Debía
apurarse… A medida que se aproximaba, una sensación de irrealidad lo dominó.
El frágil cuerpo de Ana María
yacía sobre el gris pavimento, la gente le abrió paso. Su mirada lo alentaba a
acercarse, su débil voz lo llamaba, y con sus manos ya frías entre las suyas,
selló su compromiso: “Contigo por siempre.”
Fiel a su promesa y acompañado
siempre por la sombra de Ana María, pasó muchos años en soledad. Pero un día,
Ella lo liberó: la pasión y la esperanza volvieron a su vida con Manuela. En
ese momento tuvo la absoluta certeza de que su Amor, el de su juventud, lo
había perdonado…
Graciela Cantón
Justamente
-Dr. Shalom, habla Justa. Necesito verlo a la brevedad. Es
una urgencia.
-Usted sabe, Justa, que no doy cita fuera de su horario
habitual. Pero la noto muy nerviosa, veo mi agenda y la llamo.
A la mañana siguiente entré apresuradamente al consultorio.
Lo de siempre, no llamar si es temprano, no entrar sin ser anunciada, etc.,
etc. Bueno, la misma paparruchada del “encuadre”, que es su excusa para cobrar más
caro.
No podía esperar para contarle lo sucedido. La muy perra, mi
madre, claro, por fin se había sacado la máscara. Desde hace mucho se lo digo, pero
él parece no oírme. No toma en cuenta los ocho años de terapia que llevamos.
Tiene puesto el saco a cuadros, aburrido y muy usado. En
realidad le queda muy bien, resalta sus ojos claros. No hay nada ostentoso en
su escritorio ni en su vestir. Claro que su barrio es de los más caros de
Londres y atrás del consultorio parece haber una residencia suntuosa. ¡¡Y sí,
con lo que me cobra!! Me dejo caer sobre el sillón que, dicho sea de paso, no
es muy cómodo. Me observa con sus ojos inquisidores… ¿o será con interés?
Quisiera preguntarle ahora mismo si mira así a sus otras
pacientes mujeres.
Eso me resulta insoportable, en cualquier momento hago un
ataque de pánico. Yo soy más interesante que esas viejas pintarrajeadas que de seguro
lo visitan. Sin duda a ellas les cobrará una tarifa superior. Después de todo
no es tantooo tanto lo que me cobra. De a ratos tengo la sospecha de que no me
escucha, lo siento como perdido en sus reflexiones. ¡Ah!, ¡eso sí que no se lo
permito!! Estos son mis escasos 50 minutos en los que me pertenece. ¿Será que
algún día se decidirá a contarme que tiene fantasías sexuales conmigo? Las
mujeres somos muy perceptivas para eso. Él se separó, según rumores, al poco
tiempo de conocerme. ¿JUSTAMENTE?
Puede que lo que más lo atraiga sea el hecho de que aún no
he tenido relaciones con hombres. Sin contar, claro, las caricias con los
muchachos de mi adolescencia. No sé si yo estoy pronta aún para una relación
como la que él, seguramente, querría mantener conmigo. Parece muy pasional.
Espero que me tenga paciencia y pueda contenerse y
esperarme. A mis 58 años no quiero apurar las cosas. Todo será a su debido
tiempo. ¡Ay! ¡Qué sobresalto!
-...rece que hoy está más callada que de costumbre, llevamos
35 minutos de consulta y aún no abrió la boca para contarme la urgencia por la que
está acá.”
Continúo en silencio. No es mi marido, aún. ¡Ni pienso
hablar porque a él se le ocurra! ¡JUSTAMENTE!
Olga Devoto
Es otra casa más de la cuadra. No es muy cómoda: apenas dos
habitaciones bastante oscuras; las horas parecen detenidas acá.
En una de ellas, ya en el atardecer, el hombre habla con su
compañera.
-Alicia, ¡mirá el vestido que compré! Ni bien lo vi en la
vidriera me gustó para vos... Pero, ¿no lo querés tocar siquiera? ¿No vas a
lucirlo para mí? ¡Otra vez enojada! ¿Acaso no sabés que vivo para hacerte feliz?
... Tenés que entender que un hombre debe cuidar a su esposa, protegerla como sea;
¡hay tantos peligros afuera! Yo no quiero que te suceda algo malo...
Vení, dame un beso... Caramba, por qué siempre te enojás. No
te falta nada, creo. Te quiero, lo sabés; más aún: te quiero sólo para mí, como
yo soy sólo para vos... ¡Por favor, no grites! ¡Me ponés nervioso! Dejá que te abrace,
que te bese. No me rechaces. ¡No grites más, Alicia; no grites!!!
La noche cae, vertiginosa. Él también cae, y permanece
inmóvil, mudo, con las manos flojas, viendo cómo el agua del jarrón, hecho
trizas, sigue mojando con parsimonia el vestido nuevo.
Llaman a la puerta.
Pero como en una fotografía, la escena está congelada. Sólo
el sonido del timbre vibra, indiferente, en el pequeño dormitorio.
Graciela Leone