Recojo con las pestañas
sal del alma y sal del ojo
y flores de telarañas
de mis tristezas recojo.
De: El rayo que no cesa
de Miguel Hernández
Melissa Ruggiero tenía quince
años recién cumplidos. Con su familia preparaban la fiesta con que celebrarían
esa especie de rito tradicional que marca la iniciación a esa otra etapa de la
adolescencia; por alguna razón la habían diferido.
El sábado, asistió a un
cumpleaños: otra quinceañera cumplía con la soñada ceremonia. Pero Melissa no pudo
regresar a su casa, a sus seres queridos, a sus clases. Una bala le atravesó el
corazón; una bala disparada por otro joven quebró el frágil tallo de esta flor.
Melissa era alumna del Liceo de
Joaquín Suárez, una localidad rural del departamento de Canelones. Año a año
much@s docentes reelegimos nuestra carga horaria en esa Institución. No nos
anima la costumbre, nos atrae la cálida cercanía de la relación humana entretejida
en ese espacio. Un contexto educativo nunca está exento de conflictos, así
pertenezca al más elevado estrato social su población; pero no es éste el caso.
Además de la estrecha situación económica de la mayoría del alumnado, venimos
percibiendo una escalada de violencia doméstica y social en la zona, la misma
que se desplaza por todo el país y, por qué no, por toda América Latina. O sea
que no somos ilusos: tampoco nos alienta a ejercer en ese ámbito una idílica
idea.
Sin embargo, es un torturante
desgaste intentar la práctica de estrategias realmente formativas en medio de
una múltiple fragmentación -de las personas, de la familia, de la comunidad-
(aunque a esa tortura nos sometemos); es quimérico aspirar a que una sola
profesional Psicóloga pueda atender a más de mil doscientos alumnos; es
negligencia pura de las autoridades competentes no haber designado a ningún Asistente
Social para una Institución educativa donde la matrícula crece a un ritmo
irrefrenable y desde donde se les ha sido solicitado con desesperación.
Y rayano en el absurdo es que,
hasta ahora, ningún partido en el poder haya puesto su “solvente” mirada en una
necesidad tan obvia como la de un gimnasio, un centro cultural, un espacio de
sano entretenimiento, para l@s jóvenes de un paraje que, más allá del Liceo, sólo
es un caldo de cultivo para el ocio innoble.
La lista de responsables podría
continuar hasta la mención del mismo Presidente de la República, tan afecto a
demonizarnos, porque cuando la vida de un adolescente es tronchada de esta
manera -y por desgracia no es la primera situación- nadie puede dar un paso al
costado.
Detener esta espiral perversa es
cuestión ineludible, apremiante; un derecho intransferible que nuestr@s hij@s
reclaman, desde la Vida y desde la Muerte.
Así te sentimos tus docentes,
Melissa, con el profundo dolor de haber perdido a otr@ hij@ en un pestañeo. Te
dimos migajas cuando pudimos haberte provisto de pan suficiente para buena
parte del camino. Pero en Suárez sólo hay pequeños hornos, los rudimentarios
hornos de los pueblos pobres.
Y si a esta angustiosa pérdida
sumamos que esa misma noche, otra jovencita más había sido violada pocos
momentos antes, casi se podría decir, recordando a Vallejo, que Suárez nació “un
día en que Dios estuvo enfermo”.
![]() |
Despedida de sus compañer@s. |
![]() |
Tu corazón: el motor para el latido de nuestros próximos actos por transformarnos y transformar. |