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Pintor
de Arbúcies, Girona (1914-2009), tuve la inmensa suerte de poder fotografiarle en su estudio-taller a los 94 años. Su arte de
momento permanece escondido, como así lo quiso él en vida.
De: http://martingallego.blogspot.com
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Nunca es tarde...
Nunca es tarde si la dicha es
buena, como dice el refrán y confirma la realidad a través de una de esas
historias no inventadas que, a veces, parecen ficción sin serlo; lo que voy a
contar ahora recuerda un cuento con desenlace feliz, pero, aunque tenga ese
final, no es un cuento.
Todo empezó hace seis décadas;
entonces, Jaume Serra era un hombre de 32 años al que le gustaba pintar y
empezó a hacerlo por hobby simplemente. Pero lo más curioso del caso es que, si
se dedicó a la pintura en sus ratos libres, no lo hizo con miras ulteriores, es
decir, no hubo afán de protagonismo ni de lucro, pintaba por amor al arte, como
se suele decir muchas veces cuando una persona hace algo que la realice pero
sin cobrar por ello.
El señor Serra, nacido en
Catalunya, en la masia —granja—, de Can Calçó, ha pintado durante sesenta años
completamente ajeno a las exigencias de la fama y al dinero que podía
reportarle su arte; lo que se dice un artista anónimo sin pretensiones de dejar
de serlo y, lo que es aun más incomprensible en este mundo actual tan
mercantilizado, carente de interés comercial respecto a su obra; tanto es así
que en el transcurso de sesenta años, ha llegado a destruir muchos de sus
lienzos sin la menor vacilación, sólo porque ya no le gustaban, y ahora, a los
92, se convierte en “artista revelación” aclamado por el público y la crítica.
Todo empezó cuando hace unos
meses un historiador del Museu Etnologic del Montseny —Catalunya—, tuvo
conocimiento de su obra, amontonada en el cobertizo que le sirve de estudio, y
el resto ha comenzado ya a ser historia con una magna exposición en el Museu
d’Art de Girona —Gerona—, bajo el título de Un art amagat —un arte escondido.
Hemos de recordar este seudónimo,
Calçó, nombre artístico de Jaume Serra, pintor que sin esperarlo ni buscarlo,
se ha visto convertido de la noche a la mañana en un firme valor dentro del
mundo de la pintura, lo que nos lleva a reflexiones muy profundas que tienen
que ver no sólo con el mundo del arte sino, también, con el de la literatura...
y que refrendan el título del presente artículo: nunca es tarde.
No, nunca es tarde para triunfar
en el mundo del arte, aunque, como en el presente caso, su protagonista no lo
haya ido a buscar precisamente.
El tiempo, la cuestión de la
edad, es un punto crítico en la vida de cualquier persona que se pueda dedicar
tanto a la pintura, la música o la literatura —y no continúo porque hay más—,
ya que existe el concepto equivocado de que se debe empezar joven si se quiere
conseguir algo apreciable, para unos la fama, para muchos el dinero, para otros
el reconocimiento y su disfrute, mas la historia del mundillo que tratamos no
tiene que ir necesariamente por esos derroteros ni debemos crear estereotipos
que nos condicionen en este sentido.
Hace algún tiempo, un novelista
español bastante conocido dijo en una entrevista que “ahora escribiría aunque
no le pagasen por ello”, lo que significa que antes lo hacía por dinero; no es
que le critique, un novelista debería vivir de su trabajo, es lo lícito y
correcto, pero el auténtico escritor no escribe sólo para que le paguen, lo
hace porque, en palabras del editor Mario Muchnik, “si no escribe se muere”, y
son legión los que escriben por el gusto de hacerlo y con pocas esperanzas de
ver algún día sus obras publicadas en papel.
Incluso Edgar Allan Poe,
eternamente endeudado y pobre de solemnidad, no paraba de escribir, cuando lo
más sensato, dadas sus circunstancias, hubiera sido dejar la pluma y trabajar
en algo rentable que permitiese rescatar de la miseria a su familia, o R. L.
Stevenson, enfermo crónico y desahuciado, que sólo dejó de escribir cuando
falleció.
(Mi abuelo paterno escribía y en
la familia llegó a especularse con que tal vez publicara alguna novela a
escondidas y bajo seudónimo, parece ser que existían indicios, pero nunca se
supo con certeza, y a uno de sus hijos, mi tío Miguel, le gustaba inventar
historias —sobre todo cuentos infantiles de los que yo era ávida receptora—, y
también escribir, quizá para continuar la tradición, pero, estoy bien cierta de
que mi tío nunca publicó nada, ni siquiera con seudónimo; a su muerte, a los 54
años, con él desapareció su obra, y yo era una adolescente para impedirlo).
Indudablemente que triunfar joven
tiene muchas ventajas, la principal es no arrastrar una carga de frustración
durante toda la existencia, pero ello no equivale a una condena que niegue que
lo que no pudo ser en una época no pueda serlo en otra, y de eso hay que ser
conscientes.
Una muestra: Gauguin empezó a
dedicarse a la pintura a los cuarenta años, y yéndonos a nuestro terreno
literario, tenemos, sin ir más lejos, ejemplos que por ellos mismos son lo
suficientemente explícitos, he aquí el de Giovanni Tomasi de Lampedusa, autor
de El Gatopardo, un príncipe italiano del siglo XX que escribió al final de su
vida, tenía sesenta años cumplidos, la famosa novela. En su caso, no obstante,
él nunca la vio publicada ya que falleció antes, pero mientras llevaba a cabo
su célebre obra, alternó también escribiendo Recuerdos de infancia, varios
relatos y el esbozo de otra novela.
Hemos de tener en cuenta una
cosa: lo único que importa en un escritor es que escriba, nada más, los
laureles pueden llegar o no hacerlo nunca en vida del autor, sin embargo eso no
tiene realmente importancia, lo que importa es su criatura, su obra y la
satisfacción inigualable que le reporta escribirla; ella, cuando nace, ya lleva
consigo su propio destino, recordemos el caso de Moby Dick y Herman Melville o
de Billy Budd y Herman Melville; de la primera se vendieron unos 17 ejemplares,
si mis fuentes de información son veraces, y la segunda, veinte años después de
la muerte de Melville fue hallada por una nieta suya, oculta en el doble fondo
de un cajón de escritorio.
Y en cuanto al handicap (?) de la
edad, no hay tal. Para probarlo tenemos al premio Nobel José Saramago, un autor
que empieza a dedicarse plenamente a la literatura —después de una breve
incursión a los 25 años con Tierra de pecado—, en lo que está en llamarse “la
tercera edad” ya que a los 60 años publicó la novela que le haría
internacionalmente famoso, Memorial del convento, y no podemos decir que le
haya ido mal; la edad no tiene por qué ser un obstáculo si el cerebro está
lúcido.
Otro ejemplo y éste también de
actualidad: Manuel S. Gautier, el escritor dominicano que empezó su exitosa
carrera a los 60 años.
(Lo casual de que los citados
hayan empezado a triunfar esa edad no quiere decir que haya en la cifra algo de
mágico, sino que es el comienzo de lo que se ha dado en llamar “ancianidad”).
Y si vamos a los clásicos de
entre el XVII y XVIII, nos encontramos con escritores que empezaron tarde, como
un Charles Perrault cincuentón de entonces, cuando las personas envejecían
antes, o una Baronesa D’Aulnoy o una Madame Leprince de Beaumont, ídem de ídem
cuarentonas y en plena actividad literaria.
Un escritor que haya empezado su
carrera joven puede llegar a viejo escribiendo y nadie se extraña, ¿por qué
entonces hacerlo si empieza tarde o mirarle con aire de conmiseración ya que
dejó muy atrás la juventud, siendo éste, como es, un oficio en el que sólo
basta tener pluma y papel, u ordenador, y el resto lo pone la imaginación, algo
que afortunadamente no envejece nunca?
Que no desesperen pues los
noveles escritores maduros, que no tiren la toalla. Recordad: nunca es tarde
para empezar.
Estrella Cardona Gamio
De: Letralia.com
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Escribir es descubrir cuántas he sido... y cuántas podré continuar siendo... |