16
Una mujer, cómo anima una casa. Ausente ella,
las cosas languidecen. Todo se cubre de polvo y se marchita. En el florero una
rama seca, la cómoda llena de pelusas, quemado el foco de la lámpara, percudida
la ropa. La mujer mantiene con las cosas de la casa un comercio asiduo. Son sus
cosas, posesiva ella, y las engríe y acariña. Las pone en su lugar, las pule y
embellece. Depositaria de los objetos domésticos, tiene para cada cual una palabra,
una pasión. Ella, solo ella, sabe; dónde están las tijeras, el hilo, la libreta
que en vano buscamos. Habita las cosas y las cosas la habitan. Sensible a lo
pequeño, descubre la mancha en la alfombra, la ceniza en la mesa. Nosotros,
desdeñosos-, distantes, adquirimos las cosas, pero luego las dejamos vivir
indiferentes y las vemos perecer sin pesadumbre.
Julio R. Ribeyro
Prosas apátridas