sábado, 12 de agosto de 2017

Oportuna relectura

Hay muchas formas de estar condenado a muerte. ¡Ah, qué no habría dado, cretino de mí, en aquel momento por estar en la cárcel en lugar de allí! Por haber robado, previsor, algo, por ejemplo, cuando era tan fácil, en algún sitio, cuando aún estaba a tiempo. ¡No piensa uno en nada! De la cárcel sales vivo; de la guerra, no. Todo lo demás son palabras.

Si al menos hubiera tenido tiempo aún, pero, ¡ya no! ¡Ya no había nada que robar! ¡Qué bien se estaría en una cárcel curiosita, me decía, donde no pasan las balas! ¡Nunca pasan! Conocía una a punto, al sol, ¡calentita! En un sueño, la de Saint-Germain precisamente, tan cerca del bosque, la conocía bien, en tiempos pasaba a menudo por allí. ¡Cómo cambia uno! Era un niño entonces y aquella cárcel me daba miedo. Es que aún no conocía a los hombres. No volveré a creer nunca lo que dicen, lo que piensan. De los hombres, y de ellos sólo, es de quien hay que tener miedo, siempre.

De: VIAJE AL FIN DE LA NOCHE

LOUIS-FERDINAND CÉLINE
  

OPORTUNA OBSERVACIÓN BIOGRÁFICA:
Los claroscuros de la condición humana:
el autor antibelicista se transformó
en un colaborador del nazismo. 


Sin embargo, una de las últimas sorpresas que deparó Céline se produjo en 2009, cuando Henri Godard publicó en la colección de la Pléiade una abundantísima selección de la correspondencia de Céline, hasta entonces conocida parcialmente. Ahí aparecen las cartas que el niño que fue Céline escribía a sus padres, que lo habían enviado en estadías lingüísticas (esperaban convertirlo en un comerciante moderno) a Inglaterra y a Alemania.

Quizás a algo de este doblez inasible refiere el título que dio Juan Carlos Onetti a su nota elegíaca sobre Céline. Cuando empezaba a terminar 1961 y se cumplían seis meses de la muerte de Céline, Onetti publica “Para Destouches, para Celine” (Marcha, 1/XII/61), reuniendo en el título el patronímico del escritor y el nom de plume -Céline- tomado a la abuela que lo llevaba al cine a ver las películas de Meliès, y con el que terminó conviviendo.

Parco y zumbón, Onetti escribe sobre el drama evocado en estas páginas, declarando a Céline “hombre de un solo libro” (Viaje) y de “un solo tema (Destouches)” y calificando de “tonterías” sus otros escritos, entre los cuales Onetti hace figurar “un pésimo panfleto antisemita (inexplicablemente editado por Sur) que lo obligó a disparar de Francia cuando la caída del nazismo”. Y Onetti prosigue la desdramatización: “Consiguió asilo en casa de un admirador (Copenhague). Pero impuso una condición: viviría en la casilla del perro. Sus biógrafos no dicen una sola palabra respecto al desalojado.”

Pero por sobre todo, además de reconocer la enormidad de su deuda, Onetti repara en el doblez. “En Viaje eligió la ferocidad, la mugre y el regusto por la bazofia con singular entusiasmo. Sin embargo, un artista se parece a una mujer porque tarde o temprano acaba por aceptar fisuras y confesarse. En este caso hablamos del amor y la ternura”, escribe Onetti hablando de un Céline increíblemente parecido a él, y antes de citar uno de los textos de amor más hermosos que se hayan escrito, la despedida de Ferdinand Bardamu a su amante Molly, la prostituta que lo mantenía en EEUU.

Céline y Onetti, moralistas de lo inmundo -del estar en el mundo- y del amor, compartieron la vocación del exilio y el llamado de lo aéreo, de lo liviano que se eleva por el aire: a las bailarinas amadas de Céline (Elisabeth Craig, a quien está dedicado Viaje y Lucette, su compañera durante cincuenta años) acompaña la melodía de Dolly, la violista.

Por otra parte, ¿no puede leerse en “Eladio Linacero”, nombre del protagonista de El pozo, una forma anagramatizada de Louis-Ferdinand Celine? ¿No es “Linacero” una forma posible, vesre mediante, de Celin(a)?

Fragmentos de: Céline, el nuestro
de: Alma Bolón (Brecha)
En: http://lamaquinalamaquina.blogspot.com.uy