jueves, 26 de febrero de 2015

Filos que teje el Silencio (5 y 6)
















Pastillas para dormir


La plata sigue sin alcanzarme. Ya no sé qué más hacer ¿Qué más tengo que sacrificar? Encima, las cosas siguen empeorando, ¡¡¡ parece mentira!!! Sé bien que lo generado es mucho pero aún no es suficiente. Está comprobado que no puedo cobrar más si quiero evitar problemas. Los nuevos sucesos me obligan a acelerar el plan. Si logro soportar y aumentar la tarifa, la semana próxima quizás pueda volver a casa. Vos, libreta del demonio, intentá no darme malas noticias; por eso será mejor que te quedes debajo de la almohada hasta que vuelva con buenas novedades. No puedo creer el frío que hace. ¿Siempre pueden empeorar las cosas? Solo son unos días más y voy a poder volver. Ahora sería una carga imposible de soportar, además las maletas ya están armadas y la vecina quedó en llamar si pasa algo. Bueno, acá vamos, a trabajar. Este es mío; no voy a tener otra posibilidad así; es re joven, los que vienen con esos autos son los viejos que busco evitar, solo espero que no sea igual. ¿Qué nombre le invento? Karen me llamo. Me invita a subir. ¡Qué suerte! La verdad es un alivio salir de ese frío que congela los huesos. Ni el tapado me estaba ayudando, ojalá agarre viaje. No puede ser cierto, me pidió toda la noche para poder estar tranquilos. Además tampoco puso queja alguna por el precio, que es el necesario para cubrir la jornada entera y un poco más.
Esto pinta bien... y para aumentar mi suerte... tiene apartamento. Será mejor que me relaje; no tendré que callejear más por hoy. Este departamento es un sueño y este tipo le da un toque de placer a este oficio por demás sacrificado. Nada que ver al cuarto de la pensión, solo el living es cuatro veces mi ratonera. La barra es preciosa y los bancos son muy cómodos. El mojito está delicioso y la verdad me viene perfecto. ¿Por qué siempre preguntan los motivos para hacer esto? “Para conocer gente como vos”, respondí, evitando salirme del papel que poco lugar va a ocupar en mi vida. Ya con los tragos algo subidos a la cabeza supe que se venía aquello para lo que estaba ahí. Por costumbre le pedí para darme una ducha y me dijo que lo hiciera en el baño del cuarto. El agua era otro sueño y un verdadero placer. La presión era relajante al contacto con mi cuerpo. Hasta el jabón era una delicia. Abrió la mampara y sentí su masculinidad contra mis muslos. Fueron tres horas de buen sexo, imposibles de no repasar. Ya en la mañana tomé otra ducha antes de volver a la pensión sin baño privado. Luego me pagó lo pactado más el taxi, que la verdad también daba para un buen desayuno. “¿Por qué no todas las noches fueron como esta? ...Déjeme por acá, voy a aprovechar a comprar algo para desayunar en la panadería”, le dije al taxista.
El cansancio físico es lógico pero alcancé a dormir un rato, así que una siesta tiene que servir para la noche.
“Bueno, libretita, como lo prometí: traje un buen monto para llegar a la meta de la última hoja. Si hoy y mañana son como ayer, no tiene por qué haber un pasado mañana; así que hacé el favor y aguántate un poco más, que pronto llegaremos”.
En la siesta tuve una extraña pesadilla. Soñé que, sentada en la cama, abría la libreta y ella me soltaba un número menor con cada vistazo. Desperté sudada y aproveché que el baño estaba vacío para darme una ducha muy diferente a la última, tanto así que terminé con los pezones duros a causa del frío. Mi forma de vestir elevó la temperatura cargando mi cuerpo y mi mente de optimismo.
“Para mi suerte no está tan helado como ayer”. Recorrí dos lugares y en ambos había compañeras trabajando; el tercero es nuevo. “Nunca paré en esta esquina y eso por algún motivo no me gusta, tiene alumbrado público pero reina cierta penumbra por los árboles”. Me abrí el tapado dejando ver mi lencería con encajes y transparencias. Luego de diez minutos llegó el primer posible cliente. “Este en un clase A; uno de los viejos que intento evitar”. Le di un precio por hora mayor al del día anterior para sacármelo de encima, aunque espero no sea literalmente. Pasaron cuatro posibilidades más, pero fue el primero el que volvió cerca de las tres y media, cuando estaba a punto de irme; ya que no soportaba más los zapatos y el frío comenzaba a hacer lo suyo. Pidió tres horas. “Una buena suma y no creo que venga nadie más. Todo sea por volver pronto. El tapizado de cuero es hecho a pedido y, como la esquina, tiene algo que tampoco me gusta... pero, bueno, ya entré, ahora a esperar lo mejor, ya que no habrá mañana en este trabajo. El hotel es conocido y no queda lejos de la pensión. La habitación es la clásica de los espejos”.
Buscando aplazar lo inevitable me duché hasta que llamó desde la cama. Tal como las experiencias me lo indicaban el trato recibido fue de una total falta de respeto. Intentando calcular el tiempo, me dediqué a lo mío, hasta que una mano me pegó con fuerza en una de las nalgas desnudas. Con la mayor diplomacia le pedí más delicadeza. Estando en la posición que busqué evitar con el precio, me vi con aquel asqueroso ser sobre mí, soltando insultos denigrantes, hasta que me dio dos fuertes cachetadas en la cara y grité de dolor. Si bien la cama era ancha, la fuerza con la cual me lo saqué de arriba lo tiró al suelo. Me levanté y agarré la poca ropa que tenía y el tapado. Antes de salir vi la billetera junto a su reloj, en la mesa de luz, y tomé el monto acordado. Lo insulté, y me fui.
“Ese idiota me partió la boca, pero ya no importa porque voy a poder volver a casa”. Cuando contaba la plata vi su foto, y supe entonces que nada evitaría que regresara con mi madre cuanto antes y brindarle el cuidado necesario para luchar contra esa maldita enfermedad que son los años. “Estoy ansiosa por darle las noticias a mi libreta, y después sí, el merecido descanso”.
Decidí bañarme y ponerme ropa cómoda antes de tomar la libreta. Sentí el olor de mi pelo suelto y limpio sobre mis hombros. La habitación, sin ventanas ni ventilación, no opacaba el momento de gloria por haber llegado a la meta. “Por primera vez desde mi arribo a la ciudad, las valijas armadas tienen un destino cierto y lógico”. Antes de dar por concluida mi misión miré el sucio sillón que tantas veces había oficiado de ropero; también el resto de la pequeña habitación donde quedaría guardado el período más oscuro de mi vida y del cual yo sería la única testigo. Tomé un bolígrafo pero sonó el teléfono.
- Hola, Adela. ¡Qué sorpresa! ¿Pasó algo?... ¿Cómo ocurrió? Decime todo, por favor...
Cuando cortamos, el cuarto se me desmoronaba.
“¡No! ¡No puede ser! ¡Mamá! No pudiste esperarme unas horas más, viejita... ¡Qué horror esto! ¡No puede ser verdad! ¡No puede estar pasando! ¡Menos mal que no sufriste! ¡Que fue durmiendo! Un paro, dijo Adela, un paro cardíaco... ¡Ay, qué dolor! ... ¿Y si enrollo las piernas? ... ¡No, es igual, o peor! ¿Qué hago? ¡No puede estar pasándome! ¡Me duele mucho! ¡Aquí, en la cartera, yo tenía de esas pastillas! ¡Sí! ¡Las voy a tomar! ¡Todas voy a tomar!¡Todas...!

Marcos Correa


















Una ciudad



La guerra comenzó hace ya mucho tiempo en esta ciudad. Inocentes y ajenos a los intereses de quienes desarrollan y justifican la violencia masiva por medio de las armas y en nombre de la LIBERTAD de una NACIÓN, sus habitantes tratan de vivir el día a día sin saber cuál será el último... Un juego de azar, como tantos.
Entrada la noche, la madre toma de la mano a su pequeña hija y con la otra coge un cubo de lata. Nerviosa y alerta sale a la calle; comienza a caminar por las veredas rotas, llenas de escombros, hasta llegar a la plaza.
Allí, la única canilla con agua potable... Ve entonces a otras personas y niños haciendo fila para llenar sus cubos.
La madre sabe que estar en la plaza es tan peligroso como necesario para sus vidas. Hace la fila, muy nerviosa, muy alerta. Ante la canilla, sostiene el cubo. Ya lleno, sale de la fila y busca a su hija: estaba a su lado. No la ve. La desesperación invade su alma. Cae el cubo al suelo. La llama a gritos por su nombre, busca entre las ruinas, en cada rincón agrietado y sangriento. Hasta que la ve, en el medio de la calle, llorando, totalmente desorientada. El tiempo se detiene en su corazón. Desesperada, corre y aprieta el cuerpito atemorizado de la niña.
Un zumbido ensordecedor irrumpe en la noche. Como en tantas otras, como en cada día, un bombardeo cae sobre la ciudad.
Al amanecer, el agua que deja caer la canilla ha dibujado pequeños y deformes dedos en la tierra de la plaza. Dedos sanguinolentos que recorren el contorno inmóvil y mutilado de muchos cuerpos. Dedos que no pudieron fracturar el abrazo entre una madre y su hija.

Beatriz De León