Pastillas para dormir
La plata
sigue sin alcanzarme. Ya no sé qué más hacer ¿Qué más tengo que sacrificar?
Encima, las cosas siguen empeorando, ¡¡¡ parece mentira!!! Sé bien que lo
generado es mucho pero aún no es suficiente. Está comprobado que no puedo
cobrar más si quiero evitar problemas. Los nuevos sucesos me obligan a acelerar
el plan. Si logro soportar y aumentar la tarifa, la semana próxima quizás pueda
volver a casa. Vos, libreta del demonio, intentá no darme malas noticias; por
eso será mejor que te quedes debajo de la almohada hasta que vuelva con buenas
novedades. No puedo creer el frío que hace. ¿Siempre pueden empeorar las cosas?
Solo son unos días más y voy a poder volver. Ahora sería una carga imposible de
soportar, además las maletas ya están armadas y la vecina quedó en llamar si
pasa algo. Bueno, acá vamos, a trabajar. Este es mío; no voy a tener otra
posibilidad así; es re joven, los que vienen con esos autos son los viejos que
busco evitar, solo espero que no sea igual. ¿Qué nombre le invento? Karen me
llamo. Me invita a subir. ¡Qué suerte! La verdad es un alivio salir de ese frío
que congela los huesos. Ni el tapado me estaba ayudando, ojalá agarre viaje. No
puede ser cierto, me pidió toda la noche para poder estar tranquilos. Además tampoco
puso queja alguna por el precio, que es el necesario para cubrir la jornada
entera y un poco más.
Esto
pinta bien... y para aumentar mi suerte... tiene apartamento. Será mejor que me
relaje; no tendré que callejear más por hoy. Este departamento es un sueño y
este tipo le da un toque de placer a este oficio por demás sacrificado. Nada
que ver al cuarto de la pensión, solo el living es cuatro veces mi ratonera. La
barra es preciosa y los bancos son muy cómodos. El mojito está delicioso y la
verdad me viene perfecto. ¿Por qué siempre preguntan los motivos para hacer
esto? “Para conocer gente como vos”, respondí, evitando salirme del papel que
poco lugar va a ocupar en mi vida. Ya con los tragos algo subidos a la cabeza
supe que se venía aquello para lo que estaba ahí. Por costumbre le pedí para
darme una ducha y me dijo que lo hiciera en el baño del cuarto. El agua era
otro sueño y un verdadero placer. La presión era relajante al contacto con mi cuerpo.
Hasta el jabón era una delicia. Abrió la mampara y sentí su masculinidad contra
mis muslos. Fueron tres horas de buen sexo, imposibles de no repasar. Ya en la
mañana tomé otra ducha antes de volver a la pensión sin baño privado. Luego me
pagó lo pactado más el taxi, que la verdad también daba para un buen desayuno. “¿Por
qué no todas las noches fueron como esta? ...Déjeme por acá, voy a aprovechar a
comprar algo para desayunar en la panadería”, le dije al taxista.
El
cansancio físico es lógico pero alcancé a dormir un rato, así que una siesta
tiene que servir para la noche.
“Bueno,
libretita, como lo prometí: traje un buen monto para llegar a la meta de la
última hoja. Si hoy y mañana son como ayer, no tiene por qué haber un pasado
mañana; así que hacé el favor y aguántate un poco más, que pronto llegaremos”.
En la
siesta tuve una extraña pesadilla. Soñé que, sentada en la cama, abría la
libreta y ella me soltaba un número menor con cada vistazo. Desperté sudada y
aproveché que el baño estaba vacío para darme una ducha muy diferente a la
última, tanto así que terminé con los pezones duros a causa del frío. Mi forma
de vestir elevó la temperatura cargando mi cuerpo y mi mente de optimismo.
“Para mi
suerte no está tan helado como ayer”. Recorrí dos lugares y en ambos había
compañeras trabajando; el tercero es nuevo. “Nunca paré en esta esquina y eso
por algún motivo no me gusta, tiene alumbrado público pero reina cierta
penumbra por los árboles”. Me abrí el tapado dejando ver mi lencería con
encajes y transparencias. Luego de diez minutos llegó el primer posible cliente.
“Este en un clase A; uno de los viejos que intento evitar”. Le di un precio por
hora mayor al del día anterior para sacármelo de encima, aunque espero no sea
literalmente. Pasaron cuatro posibilidades más, pero fue el primero el que
volvió cerca de las tres y media, cuando estaba a punto de irme; ya que no
soportaba más los zapatos y el frío comenzaba a hacer lo suyo. Pidió tres
horas. “Una buena suma y no creo que venga nadie más. Todo sea por volver
pronto. El tapizado de cuero es hecho a pedido y, como la esquina, tiene algo
que tampoco me gusta... pero, bueno, ya entré, ahora a esperar lo mejor, ya que
no habrá mañana en este trabajo. El hotel es conocido y no queda lejos de la
pensión. La habitación es la clásica de los espejos”.
Buscando
aplazar lo inevitable me duché hasta que llamó desde la cama. Tal como las
experiencias me lo indicaban el trato recibido fue de una total falta de
respeto. Intentando calcular el tiempo, me dediqué a lo mío, hasta que una mano
me pegó con fuerza en una de las nalgas desnudas. Con la mayor diplomacia le
pedí más delicadeza. Estando en la posición que busqué evitar con el precio, me
vi con aquel asqueroso ser sobre mí, soltando insultos denigrantes, hasta que
me dio dos fuertes cachetadas en la cara y grité de dolor. Si bien la cama era
ancha, la fuerza con la cual me lo saqué de arriba lo tiró al suelo. Me levanté
y agarré la poca ropa que tenía y el tapado. Antes de salir vi la billetera
junto a su reloj, en la mesa de luz, y tomé el monto acordado. Lo insulté, y me
fui.
“Ese
idiota me partió la boca, pero ya no importa porque voy a poder volver a casa”.
Cuando contaba la plata vi su foto, y supe entonces que nada evitaría que
regresara con mi madre cuanto antes y brindarle el cuidado necesario para
luchar contra esa maldita enfermedad que son los años. “Estoy ansiosa por darle
las noticias a mi libreta, y después sí, el merecido descanso”.
Decidí
bañarme y ponerme ropa cómoda antes de tomar la libreta. Sentí el olor de mi
pelo suelto y limpio sobre mis hombros. La habitación, sin ventanas ni
ventilación, no opacaba el momento de gloria por haber llegado a la meta. “Por
primera vez desde mi arribo a la ciudad, las valijas armadas tienen un destino
cierto y lógico”. Antes de dar por concluida mi misión miré el sucio sillón que
tantas veces había oficiado de ropero; también el resto de la pequeña
habitación donde quedaría guardado el período más oscuro de mi vida y del cual
yo sería la única testigo. Tomé un bolígrafo pero sonó el teléfono.
- Hola,
Adela. ¡Qué sorpresa! ¿Pasó algo?... ¿Cómo ocurrió? Decime todo, por
favor...
Cuando
cortamos, el cuarto se me desmoronaba.
“¡No! ¡No
puede ser! ¡Mamá! No pudiste esperarme unas horas más, viejita... ¡Qué horror esto!
¡No puede ser verdad! ¡No puede estar pasando! ¡Menos mal que no sufriste! ¡Que
fue durmiendo! Un paro, dijo Adela, un paro cardíaco... ¡Ay, qué dolor! ... ¿Y
si enrollo las piernas? ... ¡No, es igual, o peor! ¿Qué hago? ¡No puede estar
pasándome! ¡Me duele mucho! ¡Aquí, en la cartera, yo tenía de esas pastillas!
¡Sí! ¡Las voy a tomar! ¡Todas voy a tomar!¡Todas...!
Marcos Correa
Una ciudad
La guerra
comenzó hace ya mucho tiempo en esta ciudad. Inocentes y ajenos a los intereses
de quienes desarrollan y justifican la violencia masiva por medio de las armas
y en nombre de la LIBERTAD de una NACIÓN, sus habitantes tratan de vivir el día
a día sin saber cuál será el último... Un juego de azar, como tantos.
Entrada
la noche, la madre toma de la mano a su pequeña hija y con la otra coge un cubo
de lata. Nerviosa y alerta sale a la calle; comienza a caminar por las veredas
rotas, llenas de escombros, hasta llegar a la plaza.
Allí, la
única canilla con agua potable... Ve entonces a otras personas y niños haciendo
fila para llenar sus cubos.
La madre
sabe que estar en la plaza es tan peligroso como necesario para sus vidas. Hace
la fila, muy nerviosa, muy alerta. Ante la canilla, sostiene el cubo. Ya lleno,
sale de la fila y busca a su hija: estaba a su lado. No la ve. La desesperación
invade su alma. Cae el cubo al suelo. La llama a gritos por su nombre, busca
entre las ruinas, en cada rincón agrietado y sangriento. Hasta que la ve, en el
medio de la calle, llorando, totalmente desorientada. El tiempo se detiene en
su corazón. Desesperada, corre y aprieta el cuerpito atemorizado de la niña.
Un
zumbido ensordecedor irrumpe en la noche. Como en tantas otras, como en cada
día, un bombardeo cae sobre la ciudad.
Al
amanecer, el agua que deja caer la canilla ha dibujado pequeños y deformes
dedos en la tierra de la plaza. Dedos sanguinolentos que recorren el contorno
inmóvil y mutilado de muchos cuerpos. Dedos que no pudieron fracturar el abrazo
entre una madre y su hija.
Beatriz De León