viernes, 6 de diciembre de 2013

Crear ... después de haber cumplido los cincuenta ...













Para no recurrir una vez más a la ficticia pero emblemática figura de Don Quijote, que pretendió forjarse una nueva vida después de los cincuenta, recordemos aquella frase del poeta Paul Eluard: “Hay otros mundos pero están en éste”.

Si reflexionamos acerca de ella, es fácil deducir que todas las manifestaciones de la Naturaleza así lo confirman: las estaciones -que nos renuevan panoramas, sensaciones y acciones-; los hábitats sucesivos -que entretejen desiertos, pedregales y selvas o miseria y opulencia-; las edades humanas -el ciclo convencional y el de los contrastes síquicos de la madurez e inmadurez en perpetuo desequilibrio instalados-; en fin, tantos mundos en uno solo.

Quizás nunca antes habíamos asumido esta perspectiva de “las cajitas chinas” o de “las muñecas rusas” para comprender que somos “seres en construcción”. Por lo tanto, cualquier momento puede ser viable para apelar al material que aún subyace en nuestro interior, como preciosa piedra ignorada e intacta. Que la adultez mayor sea un lapso de obligada inoperancia, de inevitable decadencia en nuestras facultades psíquicas superiores, de “fosilización en vida”, es hoy sólo un mito conveniente a diversos intereses del Poder Económico, esa dictadura desatada a lo largo y a lo ancho del planeta.

Desmitificar es uno de los objetivos inherentes al ejercicio docente. En consecuencia, se impone ilustrar acerca de esta realidad.


Por ejemplo, el escritor José Saramago, afirmó en varias entrevistas:


 Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo...
¡Qué importa eso!
Tengo la edad que quiero y siento.
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido.
Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
No quiero pensar en ello.
Unos dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir: Eres muy joven, no lo lograrás.
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
Y otras en un remanso de paz, como el atardecer en la playa.
¿Qué cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones rotas... valen mucho más que eso.
¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta!
Lo que importa es la edad que siento.
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.
¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa!
Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento”.

De: http://www.elojo.cl


“Cuando yo publiqué la novela que me abrió las puertas al reconocimiento internacional, que fue uno de mis mejores momentos, tenía sesenta años, y ahora tengo ochenta y dos. En veinte años he hecho todo lo que había sido incapaz de hacer antes. Por lo tanto, como a veces digo: ojo con los viejos porque ellos tienen muchas cosas que decir, y a ustedes les convendría aprovecharlos un poco, poner más de atención en los viejos”.




Otro caso a tener en cuenta es el de Isabel Allende. Empezó a escribir a los cuarenta y ahora, con más de setenta, ha declarado:

"No supe siempre que iba a ser escritora, lo supe cuando comencé a escribir; si siempre lo hubiera sabido tal vez hubiera tratado de escribir antes, pero tenía yo casi 40 años cuando comencé a escribir, entonces me demoré mucho en encontrar eso, porque no sabía que era eso lo que yo buscaba. Siempre me moví en la periferia de la literatura, teatro, periodismo, documentales, incluso cuentos para niños, pero sin atreverme a decir "yo quiero ser escritora", porque me parecía como muy pretencioso. Creo que cuando empecé a escribir ficción, cuando empecé a escribir "La casa de los espíritus", algo cambió en mí, yo no sabía si ese libro se iba a publicar, no sabía si era un libro, pensé que era una carta para mi abuelo, pero nada más sentarme a crear ese mundo personal de la novela donde uno es como un dios (uno hace las novelas, uno elige lo que van a decir, uno elige lo que van a hacer los personajes), eso le dio un vuelco completo a mi vida y comprendí que yo había nacido para eso."

De: MujerActual.cm


“Me lancé a la escritura por desesperación, me moría de aburrimiento con la vida que tenía y necesitaba contar el caudal de anécdotas que llevaba por dentro desde hacía años. Desde entonces he escrito 16 libros y siempre lo he hecho con alegría, aunque a veces el tema ha sido difícil o triste, como Paula, pero nunca he vuelto a sentir esa energía infantil - no se me ocurre otra manera de definirlo - con que escribí el primero”.













Cercano, muy pertinente porque además es uruguayo, fallecido en el 2007:  Ruben D´Alba, sumamente recomendable.

“Narrador y poeta. Nació en Montevideo. Hasta los cincuenta años se dedicó a la actividad comercial. A principios de los años noventa comienza a escribir. Participó activamente de los talleres literarios de Sylvia Lago y Jorge Arbeleche, y del de Lauro Marauda. En 1994 dio a conocer un libro de corte autobiográfico, Javier, y desde entonces ha escrito y publicado casi anualmente, en volúmenes propios o, colectivos. Incursionó en el cuento y en la poesía, dentro de ésta en formas como el haiku. En más de una ocasión la propia literatura, el narrador y otros personajes son la materia prima del relato.”

De: LaMochila.com.uy




Margaret Atwood (1939) reconocida escritora canadiense y activista social representante de Amnistía Internacional,  entrevistada por el Suplemento Cultural de La Nación, comenta:

“Escribo a mano y luego transcribo. No soy muy metódica. El problema con ser metódico es que, si algo aparece e interrumpe el método, uno queda muy alterado. Y con la vida que yo llevo eso sería imposible. Durante años vivimos, con mi marido y mis hijos, en una granja con vacas, ovejas, perros, gatos, gallinas, pollitos, gansos, pavos reales y caballos. Cuando no estaba alimentando, limpiando, curando u ocupándome de los animales ni dedicada a mi huerta de hortalizas, o haciendo dulces y mermeladas con la fruta vieja, y si los chicos me dejaban tranquila, entonces sí, escribía. Ahora mi vida es un poco más tranquila pero, claro, está el teléfono. Supongo que podría desconectarlo pero mi madre tiene 95 años y no me animo.

-No es la imagen tradicional del escritor.

-Es verdad. A partir de Keats, Shelley y Byron, la imagen del escritor es la inmediatamente postromántica, uno tiene que ser un genio loco o morir joven, tener algún tipo de adicción, o al menos una vida sentimental escandalosa para calificar. Cuando los escritores escriben sus biografías tratan de destacar lo extraños que son. Si no hay alguna adicción severa, mmm... empieza a parecer sospechoso. Creo que a mí me faltan rarezas para ser interesante.


De: lanacion.com - Suplemento Cultura




Y por último, nada mejor que referirnos al Premio Nobel 2013, conocida como “la Chéjov canadiense”: Alice Munro.

En una ocasión comentó  a The Paris Review:

“No sé si es porque a mi edad me sigo rebelando contra la educación puritana, pero amo la ropa, amo salir de shopping y tener un almuerzo como éste que sea una excusa para arreglarme en medio del campo. Pensá que durante treinta años yo cociné cada bocado que mi familia y yo nos poníamos en nuestras bocas. Cuando nadie mira, devoro Vogue, pero me molesta ver los precios, me parecen indecentes. Antes, cuando podía, me escapaba a Toronto a ver vidrieras. ¡Ay, qué vergüenza! No sé si Eudora Welty se la pasaría pensando en este tipo de cosas. Al menos estoy segura de que Katherine Mansfield sí lo hacía, y ya les conté que fue una gran inspiración, ¿no?”.



Y en síntesis, qué mayor símbolo de la capacidad de reinventarnos, de reconstruirnos, en especial en la adultez, que ese hombre singular que ha sido Nelson Mandela, a quien hemos perdido en el plano físico, y cuyas acciones deberían de ser antorcha en la oscuridad  creciente del mundo. 



Franz Kafka acuñó esta frase: “Quien conserva la facultad de ver la belleza no envejece.” Esa belleza no está sólo en los libros. Pero los libros son el estuche donde descansa la seductora belleza imperecedera de la emoción humana universal. Por eso, Fernando de Pessoa escribió: “Leer es soñar de la mano de otro”. ¡A soñar, entonces!