viernes, 17 de febrero de 2017

“Gracias al arte, una y otra vez la muerte queda reducida a su verdadera dimensión: es el fin de la vida, pero no el límite de lo humano”.- Zygmunt Bauman

(Poznań, Polonia,1925 – Leeds, Reino Unido, 2017)





















Para Bauman existen dos teorías del arte que han tratado de explicar la íntima relación entre el arte y la cuestión de la muerte-inmortalidad.

Por un lado, se encuentra la propuesta del artista Otto Rank, quien ostenta que el creador artístico tiene el deseo individual de inmortalizarse a través de su obra de arte; se trata de un impulso de creación para la auto-inmortalización, en que el artista sustituye la mortalidad colectiva y la convierte en inmortalidad individual.

Por otro lado, Bauman se refiere a la propuesta de Hannah Arendt quien, por el contrario, sostiene que la inmortalidad de la obra se da sólo en retrospectiva, y lo que pone en evidencia es su calidad y no las intenciones del artista. De tal manera que lo que logra la inmortalidad es la obra y no el individuo-artista, pero aquélla sólo puede perdurar si se aleja de cumplir una función práctica y mundana, como el deseo del artista de inmortalizarse individualmente.
Cuando el arte se aleja de la funcionalidad cobra mayor belleza, pues: “Gracias al arte, una y otra vez la muerte queda reducida a su verdadera dimensión: es el fin de la vida, pero no el límite de lo humano”.

¿Qué ocurre con el arte en la posmodernidad? 
Irónicamente, el arte en la dinámica del consumo cobra una función distinta: “la de compensar y equilibrar lo perecedero y lo mortal de las cosas propias de lo cotidiano […], el arte supo preservar su vínculo con lo perpetuo”. Sin embargo, si asociamos los hechos, los objetos y el arte a lo consumible no como algo que se destruye, sino como la pérdida de su capacidad de divertir, sorprender, seducir o emocionar, podemos observar que en la posmodernidad el arte se vuelve algo tediosamente familiar, ya no seduce ni emociona, y “acaba prometiendo la pasada sensación de déjà vu en lugar de la aventura”. Por lo tanto, el arte tiene que ser “rescatado” de su cotidianidad con eventos especiales, espectaculares, únicos e irrepetibles; acontecimientos grandes, exposiciones únicas de las que “todos” hablan, a las cuales acuden millones de personas, con rasgos carnavalescos e inclusive mercantiles; cobrando un carácter de consumo que se inmortaliza pero que tiene una fecha de caducidad.

José Luis Castillo
De: Una nota sobre arte, ¿líquido?, de Zygmunt Bauman y otros

En: http://www.scielo.org.mx