domingo, 1 de marzo de 2015

Filos que teje el Silencio (7, 8 y 9)











La fila


Mirándose en el espejo le gusta lo que ve. Había dejado de lado el jean y la remera de Jorgito, para convertirse en Nicol. Combinó la blusa roja de un solo hombro con una minifalda negra, medias de red, botas altas. Se recoge el cabello dejando un mechón hacia un costado. Empolvándose la nariz, piensa “Algún día vas a ser más chica”.
Revoleando la cartera, sale en busca de sus amigas, quienes la invitaron a su primer baile. Con sus flamantes dieciocho años no habría motivo para que le impidan la entrada. Las cinco amigas salieron a reventar la noche; Nicol se siente a pleno con ellas, nunca le hicieron sentir diferente, la ven como mujer, como ella se ve y siente.
La fila es larguísima, como en todo pueblo chico. Todos se conocen; no le molesta que la reconozcan como el mariquita; algunos le dicen cosas graciosas, pero nada ofensivo. Ya en la puerta, van entrando sus amigas. Al llegar ella, el portero pone su mano delante, para decirle” “¡No podés entrar!” “Pero ¿por qué?” Fríamente recibe como respuesta “¡Andate, pibe!”
Retrocediendo sobre sus pasos, se va. La noche de verano es un poema. Con una mezcla de decepción y tristeza camina hacia su casa.
Al otro día sus amigas lamentan lo ocurrido. Otra le reprocha que se haya ido. “¿Qué hacer? No me dejaron entrar”.” ¡No, boluda! Cuando estamos en la fila entran los diez primeros.” “¿De verdad lo decís?” “Mira, la semana que viene hay un baile en la ciudad de al lado ¡Va a estar de más, vienen Los Pitufos!”
Ansiosa, espera ese día, al fin podrá ver a su banda predilecta.
La noche está tormentosa lo cual no impide a las amigas salir eufóricas al esperado baile. Ella repite la indumentaria; solo cambia su peinado: decide dejarlo suelto. Su madre, a escondidas de su padre, le da dinero extra, “Para un taxi, si amerita”, le dice. Le agradece con un beso y un te quiero.
Felices llegan al baile. La lluvia no se los impidió. Cuando se colocan en la fila, una de las amigas le dice: “Quedate atrás de nosotras, vas a ser una de las primeras diez”. Riendo entraron. Eso hizo. Pero al llegar a la puerta, una masa de carne, con una voz de trueno le dice: “No podés entrar”. Nerviosa, contesta: “Soy mayor, vengo con mis amigas, y soy la séptima”. El hombre la mira desconcertado, y crudamente agrega: “¡Aquí no se aceptan travestis!” Con una angustia que parece partirle el pecho, camina bajo la lluvia. No está en su pueblo, comienza a sentir miedo del miedo. Escucha con dolor las groserías que le dicen. Los autos paran para preguntarle su precio. Mirando al cielo, jura que un día va a ser una de las primeras diez.
Después de cinco años empolvando su pequeña nariz, recuerda con una sonrisa esa experiencia y lo incrédula que había sido. Se pregunta: “¿Sabrán mis amigas que hoy estoy en las marquesinas luminosas de la calle céntrica? ¿Sabrán que estoy entre las primeras diez? ¿SABRÁN?”


Margot López












La función


¡Qué montón de gente! ¡Mejor!, así paso inadvertida. ¡Diablos! ¿Por qué dije que sí? Era tan fácil: no sé, quizá, tal vez, no te prometo nada, veré si puedo, ¡qué sé yo!, pero dije que sí y por eso vine.
Mmhh… a ver… a ver… un asiento en el que pueda ver y escuchar bien… sí… ¡aquí! Sí, parece un buen lugar. No… no te sientes delante de mí, cabezón; de lo contrario, cuando todo esto termine tendré complejo de jirafa con mi cuello diez centímetros más largo que el que tengo. Bueno, me correré una butaca, pero corro el peligro de quedar al medio como el fiambre en un refuerzo. ¡Ups! ¡Espero que esa gorda siga de largo, porque vería reducida mi butaca a la mitad!
-Permiso, ¿puedo?
- ¿Cómo no, señora?
-Menos mal que aún no ha empezado, pensé que llegaba tarde
-No, aún faltan unos 10 minutos. (En realidad estaban esperándote, vos sola llenás la sala y parece que ha venido una multitud.)
¡Oh, no! ¡Cacatúa a la vista! Mi vecina, que no me vea. Si por lo menos esta gorda sirviera para taparme, pero no, ¡ya me descubrió!
-¡Hola! ¿Cómo anda, mi vecina?
-Bien, ¿y vos?
-¡Geniiiaaaal!
-Me alegro, (¿Por qué no te quebraste una pierna o te engripaste?
¡Qué lástima! Menos mal que ya empieza, así no me veo obligada a charlar.)
Alguien presenta un nombre, un título, pero entre la gorda, mi vecina y el cabezón, que ahora resulta que también se corrió de lugar, casi no veo ni oigo nada.
-Nunca leí nada de este joven: escucho del lado de la gorda mientras me quita parte del aire que debo respirar.
-Yo tampoco -me dice la cacatúa del otro costado (¡Genial! ¡Una conversación
en estéreo! Mientras me muero por escuchar al joven escritor).
-¡Y vos, qué pensás?
-¿Sobre qué?
-Sobre este joven, ¿qué te parece?
-¡Ni idea! (Ahora sí que mi rostro se ha de estar poniendo de color azul por falta de aire, ¡qué falta de respeto! Una me quita el aire que tengo derecho a respirar mientras que la otra no puede evitar escupirme cada vez que habla. ¿Qué tal si aplaudimos? Quedaría tan mal que no lo hiciéramos. ¡Otra! ¡Otra! pero, ¿dónde está el escritor? Desapareció, supongo que también hará actos de ilusionismo, así que hay que aplaudir con más fuerza. ¡Quiero irme a casa! pero esta doble de “liberen a Willy” tiene problemas para levantarse, y la cacatúa está tan cómoda como si estuviera en una rama.)
-Qué buena esta tarde, con amigas y escuchar estas pequeñas obras...
-¡Oh sí! ¡Muy interesante! (Debería haberme quedado en casa, al lado de la estufa, leyendo un buen libro.)
-¿Qué les parece? La semana que viene en el Cabildo presentan “muros y murallas” de no sé quién, ¿vamos?
-¿Por qué no? -contestamos las dos.


Marta Malán











El viejo



Era flaco y largo. Con pliegues más que arrugas en su piel ajada. Curtido por el sol y los años. Le costaba mover las articulaciones, andaba un poco encorvado, como vencido por su altura y el tiempo.
Le gustaba ver el amanecer. De madrugada aprontaba el mate y se iba lejos, donde las casas y los árboles no tapaban la salida del sol. Allí se sentaba- con dificultad-, en el pastito, apoyado en algún tronco caído. Allí tomaba el mate. Alrededor se veían algunas vacas agrupadas, los verdes de los sembrados, algún pajonal. Empezaban a despertar los pájaros.
Lo acompañaba su perro. A él le decía:
-Viste, Negro, la yegua parece que va a tener cría. Hay que vigilarla de cerca. Vamos a entrenarla de chiquita para que nos acompañe a ver la salida del sol. Los hombres que se lleven a la madre si la precisan. Si se queda con hambre le damos mamadera. ¿Vamos a la cañada? Hoy hay poco para hacer allá arriba.
Siguieron hasta la cañada. El sol ya estaba alto. Se sacó las botas y puso los pies un rato en el agua fresca.
- ¿No te das un baño? Yo no me animo a meterme, no sea cosa que me tengas que sacar. ¿No te está picando el hambre? Capaz ya es hora de pegar la vuelta.-



Marta Maldonado















para más información. Gracias.