sábado, 25 de abril de 2015

Filos que Teje el Silencio (28) (29) (30)

















Talleres invitados:

***  Grupo ALAS (C.I.E.F.)



Ana María


El salón de clase era el lugar donde los adolescentes discutían, reían y se reencontraban. Tenían aproximadamente la misma edad y la misma ansiedad por lo que les depararía ese nuevo año.
Ana María tenía personalidad y era atractiva. Él se percató de su presencia inmediatamente.
Salieron amigablemente por un tiempo hasta que Ana María aceptó la relación más íntima que él le propuso. Estaba tan enamorado que lo único que ansiaba era estar con ella. Era perfecta.
Aquel día estaba esperándola… El otoño tejía redes de oro en el parque, era una hora mágica… Ella estaba un poco retrasada. El celular sonó, en la pantalla leyó el nombre de su amada pero no fue su voz la que, anhelante, escuchó: “Un accidente… Ana María se distrajo, iba apurada, no vio la moto”…
Ella pedía por él… Debía apurarse… A medida que se aproximaba, una sensación de irrealidad lo dominó.
El frágil cuerpo de Ana María yacía sobre el gris pavimento, la gente le abrió paso. Su mirada lo alentaba a acercarse, su débil voz lo llamaba, y con sus manos ya frías entre las suyas, selló su compromiso: “Contigo por siempre.”
Fiel a su promesa y acompañado siempre por la sombra de Ana María, pasó muchos años en soledad. Pero un día, Ella lo liberó: la pasión y la esperanza volvieron a su vida con Manuela. En ese momento tuvo la absoluta certeza de que su Amor, el de su juventud, lo había perdonado…


Graciela Cantón













Justamente


-Dr. Shalom, habla Justa. Necesito verlo a la brevedad. Es una urgencia.
-Usted sabe, Justa, que no doy cita fuera de su horario habitual. Pero la noto muy nerviosa, veo mi agenda y la llamo.
A la mañana siguiente entré apresuradamente al consultorio. Lo de siempre, no llamar si es temprano, no entrar sin ser anunciada, etc., etc. Bueno, la misma paparruchada del “encuadre”, que es su excusa para cobrar más caro.
No podía esperar para contarle lo sucedido. La muy perra, mi madre, claro, por fin se había sacado la máscara. Desde hace mucho se lo digo, pero él parece no oírme. No toma en cuenta los ocho años de terapia que llevamos.
Tiene puesto el saco a cuadros, aburrido y muy usado. En realidad le queda muy bien, resalta sus ojos claros. No hay nada ostentoso en su escritorio ni en su vestir. Claro que su barrio es de los más caros de Londres y atrás del consultorio parece haber una residencia suntuosa. ¡¡Y sí, con lo que me cobra!! Me dejo caer sobre el sillón que, dicho sea de paso, no es muy cómodo. Me observa con sus ojos inquisidores… ¿o será con interés?
Quisiera preguntarle ahora mismo si mira así a sus otras pacientes mujeres.
Eso me resulta insoportable, en cualquier momento hago un ataque de pánico. Yo soy más interesante que esas viejas pintarrajeadas que de seguro lo visitan. Sin duda a ellas les cobrará una tarifa superior. Después de todo no es tantooo tanto lo que me cobra. De a ratos tengo la sospecha de que no me escucha, lo siento como perdido en sus reflexiones. ¡Ah!, ¡eso sí que no se lo permito!! Estos son mis escasos 50 minutos en los que me pertenece. ¿Será que algún día se decidirá a contarme que tiene fantasías sexuales conmigo? Las mujeres somos muy perceptivas para eso. Él se separó, según rumores, al poco tiempo de conocerme. ¿JUSTAMENTE?
Puede que lo que más lo atraiga sea el hecho de que aún no he tenido relaciones con hombres. Sin contar, claro, las caricias con los muchachos de mi adolescencia. No sé si yo estoy pronta aún para una relación como la que él, seguramente, querría mantener conmigo. Parece muy pasional.
Espero que me tenga paciencia y pueda contenerse y esperarme. A mis 58 años no quiero apurar las cosas. Todo será a su debido tiempo. ¡Ay! ¡Qué sobresalto!
-...rece que hoy está más callada que de costumbre, llevamos 35 minutos de consulta y aún no abrió la boca para contarme la urgencia por la que está acá.”
Continúo en silencio. No es mi marido, aún. ¡Ni pienso hablar porque a él se le ocurra! ¡JUSTAMENTE!


Olga Devoto




 Así, no es amor


Es otra casa más de la cuadra. No es muy cómoda: apenas dos habitaciones bastante oscuras; las horas parecen detenidas acá.
En una de ellas, ya en el atardecer, el hombre habla con su compañera.
-Alicia, ¡mirá el vestido que compré! Ni bien lo vi en la vidriera me gustó para vos... Pero, ¿no lo querés tocar siquiera? ¿No vas a lucirlo para mí? ¡Otra vez enojada! ¿Acaso no sabés que vivo para hacerte feliz? ... Tenés que entender que un hombre debe cuidar a su esposa, protegerla como sea; ¡hay tantos peligros afuera! Yo no quiero que te suceda algo malo...
Vení, dame un beso... Caramba, por qué siempre te enojás. No te falta nada, creo. Te quiero, lo sabés; más aún: te quiero sólo para mí, como yo soy sólo para vos... ¡Por favor, no grites! ¡Me ponés nervioso! Dejá que te abrace, que te bese. No me rechaces. ¡No grites más, Alicia; no grites!!!
La noche cae, vertiginosa. Él también cae, y permanece inmóvil, mudo, con las manos flojas, viendo cómo el agua del jarrón, hecho trizas, sigue mojando con parsimonia el vestido nuevo.
Llaman a la puerta.
Pero como en una fotografía, la escena está congelada. Sólo el sonido del timbre vibra, indiferente, en el pequeño dormitorio.


Graciela Leone












Filos que Teje el Silencio (27)
















Talleres invitados

**  Centro Literario LLAMARADA (Santiago, Chile)














El abrazo


Su imagen se presenta enredada a otra época. Los cabellos oscuros y sus hermosos ojos negros siempre tristes. Si cierro los míos, visualizo las manos sosteniendo el libro de poemas que leía constantemente y era la excusa para mantenerse aparte de los demás. Siempre sola en un rincón de la sala, leyendo.
Me parece que percibo el frío de esa mañana en que salí temprano de casa. Recuerdo los charcos, el barro después de la lluvia. Las acacias desnudas y a unos queltehues insistiendo por agua. En que me fui caminando al liceo y en cada esquina la busqué para acompañarla parte del trayecto.
Apenas entré al recinto supe que algo sucedía. Una atmósfera diferente mezclada a la risa y juego de los más pequeños. Preocupada, fui al rincón donde ella solía esperar el sonido de la campana, pero no estaba.
La policía allanó su casa, dijo alguien a mi lado. Denuncia de drogas, agregaron. Desde el interior se defendieron y se produjo una balacera.
Dicen que murieron los padres.
También un carabinero.
No regresó al liceo ni volví a verla.
Esta noche, después de once años, creo reconocerla. En el noticiario de la televisión hablan del asalto a un banco. Los asaltantes huyeron en un automóvil robado. La policía les dio alcance en la comuna de Peñalolén.
En la pantalla la banda esposada sube al carro policial. Entre ellos una mujer. La reconozco. Tiene el pelo cortísimo, casi varonil. Sus ojos continúan tristes.
Un impulso hace ponerme de pie. Quiero darle el abrazo que le debo desde que murieron sus padres. Pero es un gesto absurdo.

Marcela Royo Lira