
Servicio de mediación cultural del Centro de Formación Humanística PERRAS NEGRAS para Residenciales Geriátricas, Instituciones Sociales y domicilios particulares: Talleres de Lectura, de Literatura y de Escritura Creativa (grupales o individuales) / Talleres Presenciales / Talleres a Distancia.
** El Niño del Fuelle ** - Pablo Silveira Artagaveytia
miércoles, 30 de abril de 2014
"Con la eternidad de la alegría..."
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Los Mártires de Chicago |
A LOS HÉROES DE LA RESISTENCIA
(En el llano, en las ciudades:
a todos los que fueron mártires.)
Dios mío, tú no les
darás a los que padecieron atrozmente
por la justicia, a
los enterrados vivos,
a los que les
sacaron los ojos o les arrancaron
los testículos, a
los amenazados
en lo más vulnerable,
la mujer o los hijos,
tú no les darás la
gloria efímera de un nombre
que se repite
vagamente en las conmemoraciones patrias,
un día que sirve
para que vayan a las playas
o el estudiante se
reúna con su novia,
tú no pondrás su
retrato a la puerta del taller
o le pondrás su
nombre a alguna escuela,
tú no les darás
esos premios hermosos,
pero sin duda
definitivamente insuficientes,
un estandarte
glorioso que mueve a las muchedumbres
a los nuevos
heroísmos necesarios,
pues esto, con ser
tanto, todavía es tan poco
para la
irreprimible exigencia del corazón,
y todavía sería
quedar en deuda con ellos,
pues la justicia de
amor ha de ser otra,
la que desea la
esposa para el esposo,
el amigo para el
amigo,
el hermano para la
hermana,
la madre para el
hijo,
tú le darás lo
único capaz de saciar la exigencia más alta
y nada menor que
esto,
llegará la hora de
la infinita dulzura no correspondida,
del amor mil veces
defraudado,
lo que espera
vagamente en el rostro de toda adolescente,
la hora del
encendido amor, la hora
de la que dijo el
poeta: los mutilados de las guerras
que volverán sanos
a sus hogares,
será el consuelo
profundo, el que sorprende revelando
hasta qué punto no
habíamos sido antes consolados,
la hora que llene
el vacío del satisfecho y el vacío
del insatisfecho,
la hora de la dicha
que siempre esperó
el corazón,
porque en el
momento de la agonía
no pudo ser
consuelo suficiente saber que no sería en vano,
ni todas esas
frases del ejemplo que no muere
y de que el héroe
no ha muerto,
porque el héroe se
muere y se muere siempre solo
porque tuvo que
haber un instante de absoluta soledad,
agonía del cuerpo y
agonía del espíritu,
un instante al cual
nada tenían que ofrecer
la historia ni los
partidos,
instante sacro del
por qué me has abandonado,
pero ese instante,
Dios mío, tú no lo olvidarás,
el Amor no puede
olvidar al amor,
el Amado a la
amada,
tú uno a uno
guardaste sus pasos, no esconderás su rostro,
tú lo harás
reclinar junto a tu pecho el día del regreso,
a la muerte de los
héroes
tú no la
conmemorarás con un día de duelo
sino con la
eternidad de la alegría,
no les darás la
bienaventuranza que ofreciste a los puros
y es que ellos
verían a Dios en su pureza,
ni la de los
pacíficos, a quienes prometiste
que ellos poseerían
la tierra,
ni la de los que
lloran de los que dijiste
que ellos serían
consolados,
sino la más alta
bienaventuranza, la última,
la promesa: pero
bienaventurados
los que padecieron
por la justicia
porque de ellos es
el reino de los cielos.
Fina García Marruz
Día del Trabajador Rural: 30 de abril
El Arenero
¡Estas arenas del
Santa Lucía sí que son arenas!... ¿Y las aguas? Andan siempre entre las
piedras. No conocen el barro...
Además dan de beber
a una ciudad. Perico deseaba irse un día aguas abajo y conocer bien el río. Lo
que se dice bien. Porque un río debe tener cosas para ver que no se acaban
nunca. Lo piensa ahora que está paleando arena, llenando la carreta para ir al
pueblo.
En el cauce lento
se levanta una suave niebla. Los bueyes alientan un vaho que asciende en la
amanecida. El fueguito carrero calienta la pava ennegrecida. Vuelan rectos
hacia el cielo los aguateros, y las tijeretas, cortando con golpes de cola las
últimas estrellas.
—Hay arena más fina
en el mar —le dije un día.
¿El mar? El no lo
había visto. Pero conocía a un hombre que viajó por él. Nunca le había hablado
de las arenas del mar.
Le llevé un puñado
un día.
La miró y dijo
simplemente:
-Esto no es arena.
Es polvo. No ensucia las manos pero no es arena. Arena es esto!
Levantó del río un
puñado, la extendió en la palma de la mano:
—Se puede poner en
la boca. Es dulce y fresca.
Paleaba y paleaba
Perico. La mañana comenzaba a levantar árboles contra el sol que estaba
creciendo tras el bosque.
El mar sería lindo.
Pero no tenía árboles. Los barcos no eran sino carretas. No necesitaban caminos
para viajar. Y terminaba:
—Mi padre, que era
carrero, iba así por los campos. Las estrellas lo guiaban. El será arenero toda
la vida. Le gusta mucho el río, las arenas, los árboles. Cuando a uno le gusta
una cosa y puede serlo no precisa más...
—Todo es lindo. La
mañana y la tarde... ¿Y el mediodía? Guardar bajo las arenas una sandía, y
luego partirla, y comerla y beberla mientras arden las cigarras en el talar
crespo y gris.
—¿Y la noche? Hay
un rato que el río no canta. Oye.
—Creo que el agua
se queda quieta y no va a ningún lado. Oír esto es lindo. Es más lindo que oír
los ruidos.
—Claro, oír el
silencio tiene que ser lindo.
—Y sacar arena de
donde se debe sacar. No es cuestión de sacar y sacar. No. Hay que sacar la que
el río no necesita. Y para esto hay que conocer bien el río, que es una cosa
viva y está en su cauce como un cuerpo vivo en el aire, y se va por donde
necesita ir.
Y Perico hace en la
vida lo que desea hacer. Va por ella como un río por la tierra. Cumple su
misión con respeto de sacerdote por su religión. Pero él no sabe esto. Lo hace
así porque él también tiene arena dulce y rubia en el fondo. Perico es como un
río.
Juan José Morosoli
De: http://auroramartino.blogspot.com
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