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“Instruido por
impacientes maestros, el pobre oye
que es éste el mejor de los mundos,
y que la
gotera del techo de su cuarto
fue prevista por Dios en persona”
Bertholt Bretch
10 de febrero de 1898
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Muchos caminos se abren cuando de interpretar se trata y muy
especialmente si la lucidez de un intelectual de la talla de Bretch sigue
proyectando su luz sobre la realidad del mundo. Un mundo que, paso a paso, se
va acercando nuevamente a la Edad de
Piedra, sin mediar en esta consideración exageración alguna.
En esa época
cronológicamente tan lejana, sin duda, los niños serían testigos diarios de las
faenas implicadas en la caza de los animales para el sustento colectivo. Ni
depredación ni fascismo, para expresarlo en términos actuales entonces.
Pero en el suceso de este último domingo, no estaban
condicionados por el hambre los niños que, con la aquiescencia de sus padres y
de las autoridades del Zoológico de Copenhague, respaldados además en medidas
ya adoptadas por científicos de la Asociación Europea (“Dios en persona” todos
ellos), presenciaron el sacrificio inútil y el posterior destazamiento de una
jirafa macho.
El motivo de la decisión: evitar la consanguinidad, ya que una hermana del ejemplar residía en este recinto; otra vez
el asunto de “la pureza de la sangre”: el fascismo es un pulpo proteico de
tentáculos cuasi-inmortales, señoras y señores.
El verdadero objetivo de la decisión: acuñar en la psiquis aún
en construcción de esos/as niños/as, y con la mayor naturalidad, un acto salvaje
de aniquilación de la vida; para redondear la didáctica del hecho, también
pudieron observar cómo el resto de los animales devoraban la carne de la joven
jirafa.
Un acto de adiestramiento, en suma, para las futuras huestes
apocalípticas.
Claramente ello se desprende de las declaraciones del vocero del
Zoológico, quien afirmó sentirse orgulloso “por la clase de anatomía” de la que
participaron los visitantes.
Y como en la frase de Bretch, “el pobre” -padre o madre;
pobre de sentido común, pobre de capacidad crítica- “oye que es éste el mejor de los mundos, y que la gotera del techo de su
cuarto fue prevista por Dios en persona”, pues no sólo acompaña al hijo en
esta clase abierta sino que, en medio de la concurrencia, aprueba con su
silencio la demostración. Una ilustración real de aquella verdad que Anna
Arendt denominó “la banalidad del mal”. En eso se ha convertido “el Primer
Mundo”, en la olla donde se cuecen a fuego lento otros tentáculos del mal.
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Alguna vez volverá a ocurrir la rebelión que el Popol Vuh dejó registrada en el proceso de la creación humana. |