A grandes rasgos, y ya se trate de una
actividad de Lectura en Voz Alta, de un Taller de Literatura o de un Taller
Literario (que son las variedades posibles), resulta
indispensable un primer contacto, un
primer acercamiento que sutilmente nos dotará de una información básica pero
ineludible, tanto en relación con su perfil emocional como para la elaboración
de un guion adecuado, aunque siempre flexible, sobre los textos a proponer.
Para nuestros activos receptores, ese
conocimiento primario del orientador también es vital, porque ellos necesitan
experimentar qué grado de simpatía se produce ante esa persona desconocida que
viene a prometerles “villas y castillos” a construir en el aire.
En los sucesivas sesiones, es obvio que un
acto tan comunicacional como el de la lectura, estará siempre sostenido en la
interacción espontánea propia del encuentro humano, o sea que el diálogo será el hilván invisible
desde principio a fin, a pesar de que, en el momento específico de la lectura en voz alta, un natural y casi
sagrado silencio se instale sin resistencia, así se escuche solamente o se
acompañe con una lectura silenciosa la del orientador.
El diálogo enciende, mantiene y conduce a
destino; el destino es la libertad: la que cada uno tiene para interpretar y expresar lo escuchado, es
decir, lo que su sensibilidad “releyó”.
Paulo Freire, el célebre y absolutamente
vigente pedagogo, nos demostró que el diálogo es acción y reflexión en cualquier
ámbito y por eso es esencialmente transformador.
Asimismo, ese espacio de conversación que se
conquista, va erosionando el ensimismamiento tan propio del adulto mayor o la
rutina de comunicación que apenas versa sobre las necesidades inmediatas. Es
más, la mayoría de las veces la persona genera una actitud expresiva tan
autónoma que es capaz de expandir fuera del marco del Taller de Lectura y
recuperar durante toda su jornada la sociabilidad debilitada. Nunca mejor
aplicado aquel lema, entonces, de “pan y rosas”; ya no le importará sólo que la
cena se sirva a las siete.
Por último, cabe acotar que, como
herramientas auxiliares podrán presentarse, sin duda, en ocasiones varias, motivaciones musicales o pictóricas; en
fin, el grupo siempre provoca nuevas arquitecturas al orientador.
En el caso de que se hubiera optado por la
instancia de un Taller de Literatura,
habría que complementar el proceso
anterior con el planteo de otros elementos, como el contexto de época, la
filiación literaria del autor, estrategias literarias empleadas... en suma:
cierto acopio de orden más intelectual que sensible.
Quienes se asomaran a la práctica de un Taller Literario, redondearían la
lectura con un trabajo personal de
escritura, el cual puede concretarse a partir de una infinidad de
“consignas” abiertas o cerradas propuestas por quien orienta.
Sería muy
emocionante y gratificador que los/as talleristas pudieran ver publicados luego
sus textos en un libro, un libro que muchos/as podrán leer, lo cual implica cerrar
el propio ciclo y convertirse en los gestadores de otro, tal cual ocurre en la
Naturaleza. Los seres humanos somos parte de la Naturaleza, como las piedras
ásperas, como los bellos colibríes. Al libro, a ese retacito de tangible
inmortalidad, quedan invitados.
Como es posible advertir, ninguna de las tres
variedades se aparta de la lectura
ya que es la columna vertebral de este
Programa, científica y experimentalmente sustentado, tal cual puede verificarse
en la Página de “Marco Teórico”.