En tiempos pasados, la realidad acuñó la
frase “Uruguay, país de inmigrantes”, adjudicable también a otros países
latinoamericanos. ¿Quién de nosotras/os no desciende de afros, italianos,
españoles, rusos, alemanes y demás naciones europeas que, en momentos aciagos
en sus terruños, debieron tomar la dura decisión de emigrar?
Pero la diáspora también nos alcanzó en
épocas recientes. ¿Quién de nosotros/as no está desgarrado por la ausencia de
un hermano, una tía, un hijo, un amigo, una entrañable compañera de escuela?
En el ámbito pedagógico existe una ley de oro
que los docentes no olvidamos: “Con el niño o joven que ingresa a la Institución,
ingresa todo su contexto”. En el fenómeno de la migración ocurre lo mismo: toda
la cultura propia de la tierra del “peregrino” se instala con él y enriquece el
hábitat, hasta que se transforma en un “compatriota”. Horacio Quiroga, otro
emigrante, decía:
“-La patria, hijo
mío, es el conjunto de nuestros amores. Comienza en el hogar paterno, pero no
lo constituye él solo. En el hogar no está nuestro amigo querido. No está el
hombre de extraordinario corazón que veneramos y que la vida nos ofrece como
ejemplo cada cien años. No está el hombre de altísimo pensamiento que refresca
la pesadez de la lucha. No hallamos en el hogar a nuestra novia. Y dondequiera
que ellos estén, el paisaje que acaricia sus almas, el aire que circunda sus
frentes, los seres humanos que como nosotros han sufrido el influjo de esos nuestros
grandes amores, su patria, en fin, es a la vez la patria nuestra. Cada metro cuadrado de tierra ocupado por
un hombre de bien es un pedazo de nuestra patria. La patria es un amor y no
una obligación. Hasta dondequiera que el alma extienda sus rayos, va la patria
con ella”.
En general, estos grupos mantienen vivas sus
tradiciones en forma oral y colectiva, aunque la mayoría de las veces hay
portavoces vitales, esenciales. Portavoces que con el paso del tiempo van
languideciendo... No es frecuente registrar por escrito ni anécdotas, ni
odiseas, ni formas artísticas... ni siquiera los platos ancestrales y
preferidos por la colectividad. Si en una máxima fueron totalmente asertivos
los romanos fue en aquella: “Verba
volant, scripta manent”, o sea: “Las palabras dichas vuelan; las escritas
permanecen”. En definitiva, todo ese acervo cultural, toda esa Vida, va
siendo olvidada, que es la peor forma de negar la identidad, la peor forma que
pueda existir de la Nada.
La más sana de las
sugerencias para detener ese sutil desvanecimiento de la historia familiar,
social y política, no es -como sería predecible- que concurran a un Taller
Literario (ésa sería una sugerencia ideal e interesada, por cierto) sino que en
cualquier libretita o con un simple grabador, empiecen a registrar esos sucesos
íntimos de la familia y de la comunidad, todos los días y cada vez que sea
oportuno, aunque no sigan un orden predeterminado en esta primera etapa. Pronto
será otra la mirada sobre sus propias huellas y otra la autoestima, otra la
satisfacción de lo obrado y otra la calidad de una herencia que no es posible
mensurar de otra manera.
Ejemplos contundentes de tan sencilla
operación pueden ser, por ejemplo, en principio, las recetas de cocina que dejó
anotadas Leonardo Da Vinci, famoso
pintor autor de la Última Cena y de tantas otras obras capitales de la cultura
renacentista. Durante más de treinta años, Leonardo ejerció como Maestro de
Banquetes en la Corte de los Sforza, después de importantes fracasos en
restaurantes florentinos junto a su amigo Boticelli.
Veamos cuál fue el menú sugerido para la boda
de la sobrina de Ludovico:
- Una anchoa
enrollada descansando sobre una rebanada de nabo tallada a semejanza de una
rana.
- Otra anchoa
enroscada alrededor de un brote de col.
- Una zanahoria,
bellamente tallada.
- El corazón de
una alcachofa.
- Dos mitades de
pepinillo sobre una hoja de lechuga.
- La pechuga de
una curruca.
- El huevo de un
avefría.
- Los testículos
de un cordero con crema fría.
- La pata de una
rana sobre una hoja de diente de león.
- La pezuña de una
oveja hervida, deshuesada.
El menú fue rechazado aunque Leonardo
argumentara muchas veces que “"Hay
más belleza en un solo brote de col, y más dignidad en una pequeña zanahoria,
que una docena de cuencos dorados llenos a rebosar de carne; hay más sutileza
en una vieja ciruela y más alimento en dos judías verdes. ¿Qué he de hacer para
mostrárselo a mi señor?"
El hecho es interesante porque nos muestra
otra arista insólita pero similar a la de su vocación por la pintura: Leonardo
se comportaba como un artista siempre; tenía la sensibilidad de un artista
hasta para cocinar.
Muchos escritores, o se iniciaron a partir de
simples registros de experiencias reales o, para mostrar otro aspecto del tema
gastronómico, incorporaron, y por diversos motivos, recetas culinarias a sus
obras. Es el caso de Laura Esquivel
en “Como agua para chocolate”. Veamos
un fragmento:
Pastel Chabela
II. Febrero
INGREDIENTES:
175 gramos de
azúcar granulada de primera
300 gramos de
harina de primera,
tamizada tres
veces
17 huevos
Raspadura de un limón
Manera
de hacerse:
En
una cacerola se ponen cinco yemas de huevo, cuatro huevos enteros y el azúcar.
Se baten
hasta que la masa espesa y se le anexan dos huevos enteros más. Se sigue
batiendo y cuando vuelve a espesar se le agregan dos huevos completos, repitiendo
este paso hasta que se terminan de incorporar todos los huevos, de dos en dos.
Para elaborar el pastel de boda de Pedro con Rosaura, Tita y Nacha hablan
tenido que multiplicar por diez las cantidades de esta receta, pues en lugar de
un pastel para 18 personas tenían que preparar uno para 180.
¡El
resultado da 170 huevos! Y esto significaba que habían tenido que tomar medidas
para tener reunida esta cantidad de huevos, de excelente calidad, en un mismo
día.
Para
lograrlo fueron poniendo en conserva desde hacía varias semanas los huevos que ponían
las gallinas de mejor calidad. Este método se utilizaba en el rancho desde
época inmemorial
para proveerse durante el invierno de este nutritivo y necesario alimento. El mejor
tiempo para esta operación es por los meses de agosto y septiembre. Los huevos
que se destinan a la conservación deben ser muy frescos. Nacha prefería que
fueran del mismo día.
Se
ponen los huevos en una vasija que se llena de cebo de carnero derretido,
próximo a enfriarse,
hasta cubrirlos por completo. Esto basta para garantizar su buen estado por
varios meses. Ahora, que si se desea conservarlos por más de un año, se colocan
los huevos en una orza y se cubren con una lechada de un tanto de cal por diez
de agua. Después se tapan muy bien para interceptar el aire y se guardan en la
bodega. Tita y Nacha habían elegido la primera opción pues no necesitaban
conservar los huevos por tantos meses. Junto a ellas, bajo la mesa de la
cocina, tenían la vasija donde los habían puesto y de ahí los tomaban para elaborar
el pastel.
El
esfuerzo fenomenal que representaba batir tantos huevos empezó a hacer estragos
en la mente de Tita cuando iban apenas por los 100 huevos batidos. Le parecía
inalcanzable llegar a la cifra de 170.
Tita
batía mientras Nacha rompía los cascarones y los incorporaba. Un
estremecimiento recorría
el cuerpo de Tita y, como vulgarmente se dice, se le ponía la piel de gallina
cada vez que se rompía un huevo. Asociaba los blanquillos con los testículos de
los pollos a los que habían capado un mes antes. Los capones son gallos
castrados que se ponen a engordar. Se eligió este platillo para la boda de
Pedro con Rosaura por ser uno de los más prestigiados en las buenas mesas,
tanto por el trabajo que implica su preparación como por el extraordinario sabor
de los capones.
Desde
que se fijó la boda para el 12 de enero se mandaron comprar doscientos pollos a
los que se les practicó la operación y se pusieron a engordar de inmediato.
Las
encargadas de esta labor fueron Tita y Nacha. Nacha por su experiencia y Tita
como castigo
por no haber querido estar presente el día en que fueron a pedir la mano de su hermana
Rosaura, pretextando una jaqueca.
-No
voy a permitir tus desmandadas -le dijo Mamá Elena-, ni voy a permitir que le arruines
a tu hermana su boda, con tu actitud de víctima. Desde ahora te vas a encargar
de los preparativos para el banquete y cuidadito que yo te vea una mala cara o
una lágrima, ¿oíste?
Tita
trataba de no olvidar esta advertencia mientras se disponía a iniciar la
primera operación.
La capada consiste en hacer una incisión en la parte que cubre los testículos
del pollo: se mete el dedo para buscarlos y se arrancan. Luego de ejecutado, se
cose la herida y se frota con mantequilla fresca o con enjundia de aves. Tita
estuvo a punto de perder el sentido, cuando metió el dedo y jaló los testículos
del primer pollo. Sus manos temblaban, sudaba copiosamente y el estómago le
giraba como un papalote en vuelo. Mamá Elena le lanzó una mirada taladrante y
le dijo:
«¿Qué
te pasa? ¿Por qué tiemblas, vamos a empezar con problemas?» Tita levantó la
vista y la miró. Tenía ganas de gritarle que sí, que había problemas, se había
elegido mal al sujeto apropiado para capar, la adecuada era ella, de esta
manera habría al menos una justificación real para que le estuviera negado el
matrimonio y Rosaura tomara su lugar al lado del hombre que ella amaba. Mamá
Elena, leyéndole la mirada, enfureció y le propinó a Tita una bofetada
fenomenal que la hizo rodar por el suelo, junto con el pollo, que pereció por
la mala operación.
Tita
batía y batía con frenesí, como queriendo terminar de una vez por todas con el martirio.
Sólo tenía que batir dos huevos más y la masa para el pastel quedaría lista.
Era lo único que faltaba, todo lo demás, incluyendo los platillos para una
comida de 20 platos y los bocadillos de entrada, estaban listos para el
banquete. En la cocina sólo quedaban Tita, Nacha y Mamá Elena. Chencha,
Gertrudis y Rosaura estaban dando los últimos toques al vestido de novia.
Nacha, con un gran alivio, tomó el penúltimo huevo para partirlo. Tita, con un
grito, impidió que lo hiciera.
-¡No!
Suspendió
la batida y tomó el huevo entre sus manos. Claramente escuchaba piar a un pollo
dentro del cascarón. Acercó el huevo a su oído y escuchó con más fuerza los pillidos. Mamá Elena
suspendió su labor y con voz autoritaria preguntó:
-¿Qué pasa? ¿Qué
fue ese grito?
(...)

El siguiente, ya más elaborado, también
revela la intención de no dejar escapar esos datos que pertenecen a un ámbito
privado a compartir:
Anotaciones para
una autobiografía
“Con el sol en
Piscis y ascendente en Acuario, y un horóscopo de estratega en derrota y
enamorada trágica, nací en Toay (La Pampa), y salí sollozando al encuentro de
temibles cuadraturas y ansiadas conjunciones que aún ignoraba. Toay es un lugar
de médanos andariegos, de cardos errantes, de mendigas con collares de
abalorios, de profetas viajeros y casas que desatan sus amarras y se dejan
llevar, a la deriva, por el viento alucinado. Al atardecer, cualquier piedra,
cualquier pequeño hueso, toma en las planicies un relieve insensato. Las
estaciones son excesivas, y las sequías y las heladas también. Cuando llueve,
la arena envuelve las gotas con una avidez de pordiosera y las sepulta sin
exponerlas a ninguna curiosidad, a ninguna intemperie. Los arqueólogos
encontrarán allí las huellas de esas viejas tormentas y un cementerio de
pájaros que abandoné. Cualquier radiografía mía testimonia aún ahora esos depósitos
irremediables y profundos. Cuando chica era enana y era ciega en la oscuridad.
Ansiaba ser sonámbula con cofia de puntillas, pero mi voluntad fue débil, como
está señalado en la primera falange de mi pulgar, y desistí después de algunas
caídas sin fondo. Desde muy pequeña me acosaron las gitanas, los emisarios de
otros mundos que dejaban mensajes cifrados debajo de mi almohada, el basilisco,
las fiebres persistentes y los ladrones de niños, que a veces llegaban sin
haberse ido. Fui creciendo despacio, con gran prolijidad, casi con esmero, y
alcancé las fantásticas dimensiones que actualmente me impiden salir de mi
propia jaula. Me alimenté con triángulos rectángulos, bebí estoicamente el
aceite hirviendo de las invasiones inglesas, devoré animales mitológicos y me
bañe varias veces en el mismo río. Esta última obstinación me lanzó a una fe
sin fronteras. En cualquier momento en que la contemple ahora, esta fe flota,
como un luminoso precipitado en suspensión, en todos los vasos comunicantes con
que brindo por ti, por nosotros y por ellos que son la trinidad de cualquier
persona, inclusive de la primera del singular.
En cuanto hablo de
mí, se insinúa entre los cortinajes interiores un yo que no me gusta: es algo
que se asemeja a un fruto leñoso, del tamaño y la contextura de una nuez. Trato
de atraerlo hacia afuera por todos los medios, aun aspirándolo desde el
porvenir. Y en cuanto mi yo se asoma, le aplico un golpe seco y preciso para
evitar crecimientos invasores, pero también inútiles mutilaciones. Entonces ya
puedo ser otra. Ya puedo repetir la operación. Este sencillo juego me ha
impedido ramificarme en el orgullo y también en la humildad. Lo cultivé en
Bahía Blanca junto a un mar discreto y encerrado, hasta los dieciséis años, y
seguí ejerciéndolo en Buenos Aires, hasta la actualidad, sin llegar jamás hasta
la verdadera maestría, junto con otras inclinaciones menos laboriosas: la
invisibilidad, el desdoblamiento, la traslación por ondas magnéticas y la
lectura veloz del pensamiento. Mis poderes son escasos. No he logrado trizar un
cristal con la mirada, pero tampoco he conseguido la santidad, ni siquiera a
ras del suelo. Mi solidaridad se manifiesta sobre todo por el contagio: padezco
de paredes agrietadas, de árbol abatido, de perro muerto, de procesión de
antorchas y hasta de flor que crece en el patíbulo. Pero mi peste pertinaz es
la palabra. Me punza, me retuerce, me inflama, me desangra, me aniquila. Es
inútil que intente fijarla como a un insecto aleteante en el papel. ¡Ay, el
papel! "blanca mujer que lee el pensamiento" sin acertar jamás. ¡Ah
la vocación obstinada, tenaz, obsesiva como el espejo, que siempre dice
"fin"! Cinco libros impresos y dos por revelar, junto con una pieza
de teatro que no llega a ser tal, testimonian mi derrota. En cuanto a mi vida,
espero prolongarla trescientos cuarenta y nueve años, con fervor de artífice,
hasta llegar a ser la manera de saludar de mi tío abuelo o un atardecer rosado
sobre el Himalaya, insomne, definitivo. Hasta el momento sólo he conseguido
asir por una pluma el tiempo fugitivo y fijar su sombra de madrastra perversa
sobre las puertas cerradas de una supuesta y anónima eternidad. No tengo descendientes. Mi historia está en
mis manos y en las manos con que otros la tatuaron. Mi heredad son algunas posesiones
subterráneas que desembocan en las nubes. Circulo por ellas en berlina con
algún abuelo enmascarado entre manadas de caballos blancos y paisajes
giratorios como biombos. Algunas veces un tren atraviesa mi cuarto y debo
levantarme a deshoras para dejarlo pasar. En la última ventanilla está mi madre
y me arroja un ramito de nomeolvides. ¿Qué más puedo decir? Creo en Dios, en el
amor, en la amistad. Me aterran las esponjas que absorben el sol, el misterioso
páncreas y el insecto perverso. Mis amigos me temen porque creen que adivino el
porvenir. A veces me visitan gentes que no conozco y que me reconocen de otra
vida anterior. ¿Qué más puedo decir? ¿Que soy rica, rica con la riqueza del
carbón dispuesto a arder? "
Olga Orozco (Toay,
La Pampa, Argentina, 1920-1999)
De: EMMA GUNST
O este
pequeño fragmento extraído de un precioso y completo estudio del Profesor Leonardo Garet sobre nuestra
poeta salteña Marosa Di Giorgio:
En esos años vivieron en la
quinta mis padres, los abuelos, Josefina, melliza de mi madre y su hija
Poupeé y la empleada Magdalena criada por los abuelos, con su hijo Pocho. Llegaron a trabajar con nosotros trece peones. Hermano de
Magdalena era Julio, uno de los peones, que de noche tocaba la guitarra para
todos nosotros.
De: http://www.marosadigiorgio.com.uy
En fin,
sin sangre no hay vida. Cuando se nos ha concedido el privilegio de que ostente
todos los sabores, la consigna es conservarlos. Escribir es el único acto cierto
de permanencia. Los invito a quedarse en la única patria, en aquella de la que
hablaba Horacio Quiroga, el otro emigrante/inmigrante: en la patria de sus
amores.
