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Estatuilla de una cantante del templo de Ishtar, en Mari, Mesopotamia. |
En el 1750 A.C., en Mesopotamia, época de Hammurabi,
vivió Erishti-Aya, hija de Zimri-Lim, rey de la ciudad-estado de Mari.
Registran las crónicas que las mujeres
pertenecientes a la aristocracia, como Erishti-Aya, gozaban de una
situación de simetría con respecto a los varones.
La descendencia de este rey fue
prolífica: ocho fueron sus hijas. Como otra de sus hermanas, Erishti-Aya
consagró su vida a las divinidades, por lo cual residía en el templo. Era
habitual que mantuviera comunicación con su familia a través de cartas.
En una de las tantas epístolas
dirigidas a su madre, es posible constatar cuán veraces fueron las crónicas
acerca de los privilegios de las mujeres de la nobleza.
La carta dice así:
“¡Soy hija de rey! ¡Eres esposa de rey! Incluso obviando las tablillas
en las que tu marido y tú me hicisteis entrar en el “claustro”, ellos (los
oficiales del templo) me tratan como lo hacen los soldados con su botín.
¡Trátame bien!... Mis raciones de grano y ropa con las cuales mi padre me
mantiene viva, me las dieron sólo una vez, haced que al menos me den para que
no muera de hambre”.
¿Desde este Uruguay del 2015, será complejo
suponer a qué condiciones estaban sometidas una esclava o una vendedora del
mercado?
El Tiempo parece atascado... Pero
el Patriarcado, su hijo el Machismo y su hermano el Capitalismo no se han
detenido nunca.