sábado, 21 de diciembre de 2013

“Mis recuerdos ya son mayoría frente a mis posibles sueños”- Raúl Zurita










       En semanas recientes se celebró en Montevideo el Mundial de Poesía, al que concurrieron poetas de renombre, entre ellos Raúl Zurita.

Según la información de Caras y Caretas, “hace exactamente veinte años, los suficientes para que la memoria le imprima carácter de leyenda, Luis Bravo, Maca y otros poetas montevideanos lograron armar la quimera de un festival de poesía de la ciudad. El contexto de la posdictadura permitió que coincidiera la experiencia autogestionaria de la editorial independiente Ediciones de Uno con los ciclos de poesía leída y performances en pubs como Amarcord, Laberinto y Juntacadáveres. Había ebullición, ruido, se buscaban espacios para la poesía, que se jugaba más allá del papel en otros territorios, en las búsquedas escénicas del propio Bravo, Héctor Bardanca, Lalo Barrubia, Clemente Padín, Luis Pereira, Gabriel Richieri y Los Malditos, Julio Inverso, la propia Marosa di Giorgio con sus rituales.

Así nació un primer festival en 1993, luego habría un segundo en 2006, y en el medio, actividades dispersas pero que aún resuenan: los “asaltos” poéticos al Cabildo y a la Estación Central, por poner dos ejemplos, y más acá en el tiempo la movida de lecturas que propició el Festival Eñe. Sin embargo, en la ciudad, en los bordes de las editoriales y la escasa ayuda pública, la poesía continuó en el margen, manteniéndose en ediciones de autor y ciclos de lectura en pubs. Poco a poco fue haciéndose un lugar, un territorio de camaradería poética, en el bar La Ronda –más precisamente en el espacio Cheesecake–, gestionado por el poeta Martín Barea Mattos. Y nuevamente la quimera, el sueño: armar un festival de la ciudad.

“Todo esto nació en una trasnochada idea luego de Ronda de Poetas, en 2011”, cuenta Barea Mattos. En lugar de dejarla como una idea de bar, se puso a trabajar, a diseñar el concepto de un mundial poético en Montevideo. La oportunidad concreta la dio el marco de la ciudad como Capital Iberoamericana en este 2013. Entre los conceptos que barajó y se mantienen inalterables está el de “acción pura” de la palabra poética en el espacio performático y sin programar mesas redondas ni conferencias. “El hecho de que el festival sea casi pura acción se debe al carácter fundacional. Hay en esta primera edición una urgencia de reunión, de encuentro. No hay un guion curaturial más trascendente que el hecho en sí. Por supuesto que hay presencias relevantes, como las de [Raúl] Zurita o [John] Bennett, pero tampoco es lo que importa en términos generales. Quisimos darle a Montevideo un evento que lo transforme en puerto natural de la poesía… Y si hay aparato crítico, que juegue”.

Dice Ana Inés Larre Borges en Brecha: “Desde la ventana del NH Columbia se ve el mar, más marrón y más río en compañía de un poeta chileno y oceánico, pero Zurita piensa en otra cosa. Recuerda que cuando su anterior visita a Montevideo se acababa de separar de su mujer y alguien le dijo que en su mismo hotel se había suicidado Amado Nervo; dice que no pudo evitar cierta aprensión. En 1985 el Parque Hotel no era la sede del Mercosur y, un poco decadente y municipal, servía para alojar a escritores invitados. Ese año también vino Nicanor Parra. El recuerdo de Zurita es equívoco; Nervo no se suicidó, pero murió en uno de esos cuartos un día de mayo de 1919, y cuentan que su último deseo fue que lo acercasen a la ventana para ver el mar.

Raúl Zurita es para muchos el mayor poeta vivo en español y, seguro, el más intenso. Cerró el Mundial Poético de Montevideo y presentó la breve antología Queridos seres humanos que le editó Hum, dosis frugal y necesaria para aplacar algo el deseo de poesía que dejó en los que escucharon su voz chilena y desencantada que, contra toda lógica, trasmite lo que niega: fe en el hombre y esperanza para la poesía”...


Pero hoy la intención es mostrar otra arista de Zurita, una que emerge a través de ciertos fragmentos seleccionados de una entrevista publicada en COSAS.COM. y  dice así:

“El parkinson no lo deja controlar sus movimientos como antes, pero es un poeta obsesivo que no para de escribir. Acaba de publicar “In-Memoriam” como un modo de darle a la memoria un lugar sagrado en su presente. Zurita comparte aquí una mirada tristona del Chile actual, del país aterrado que él observa y, de paso, dice que Bachelet ha tenido más voluntad por hacer cambios que Lagos. También critica al mundo literario y la precariedad en la que se mueve. “A ellos, no les debo nada”, afirma.

Por Claudia Alamo

A su espalda, un muro azul. En la mesa, un café excesivamente azucarado y un paquete de cigarrillos. En el centro del living, un chaisse long antiguo sencillamente espectacular y ahí, casi como en un escenario, está Raúl Zurita, el poeta que mira la vida por ventanas tan diversas como alucinantes. Hubo épocas en que Zurita fue un artista rabioso, capaz de autoagredirse para dar un mensaje. Hubo etapas en que fue un soñador que escribía en el cielo para llamar la atención. Hubo también épocas en que se cayó, se hundió, pero nunca se quebró. Hoy, Zurita es un poeta comprensivo, centrado en las carencias de los seres humanos y de las suyas también. Ya no hay ni bronca ni agresión. Está centrado en las fragilidades del ser humano y convencido de que tenemos que volver a conectarnos con nuestras simplicidades para poder respirar.

“Al mundo literario no le debo nada”, dice crudamente, pero no por golpear sino que para describir lo que él llama la precariedad en la que viven los escritores e intelectuales como él. Confiesa que ese mundo nunca lo ha querido y que sus amigos son sus ex compañeros de ingeniería y los viejos comunistas de su etapa de militante.

Aquejado de un parkinson que no le permite moverse con la destreza de antaño, acaba de publicar el libro “In-Memoriam”, donde el poeta mira el presente y el pasado con ojos experimentados. Debe ser que, como él mismo dice, “mis recuerdos ya son mayoría frente a mis posibles sueños”.

Con lucidez, Zurita enfrenta esta etapa de su vida en que se declara viejo, feliz y enamorado de su actual mujer, Paulina Wend, con quien armó nido en una acogedora calle de Pedro de Valdivia Norte y confiesa: “Espero que sea ella la que me cierre los ojos”, dice tras una bocanada de humo y un rápido sorbo de café.

–Los escritores, los poetas, siempre tienen temas que los rondan. ¿Qué obsesiones, qué temáticas andas masticando?
–Yo creo que el que escribe, por lo menos el que escribe poesía, en una parte está desajustado del mundo. Es una parte que no funciona cómo debería. Es como una fractura. Y desde allí nace esta necesidad, bastante obsesiva y compulsiva, de escribir o hacer que te supla esa falta, esa carencia de algo que no sabes qué diablos es.

–Pero puedes pasar toda la vida sin saberlo…
–Es lo más probable. Intuyo que eso lo sabrás cuando estés muriendo, debe ser como la gran película final. Sin embargo, también creo que uno siempre se da cuenta de las carencias que tiene.

–¿Y cuáles son las tuyas?
–Bueno, mi padre murió cuando yo tenía 2 años. Por lo tanto, no tengo recuerdos de él. Sabía de mi padre por lo que me contaba mi madre o mi abuela. Pero no puedes imaginarte algo que nunca ha estado. Para mí, era lo más natural vivir así… hasta que me cayó la teja de la falta que me hizo no tener padre.

–¿Cuándo te diste cuenta?
–Como a los 35 años, cuando yo mismo estaba destrozado en la vida. Ahí me di cuenta de golpe, de toda la falta y la necesidad que había tenido.

–Entonces, ¿los temas que te persiguen tienen que ver con esa carencia?
–Creo que siempre los temas tienen que ver con las carencias. Yo siento, fundamentalmente, un sentimiento de orfandad muy grande producto de mi infancia. Claro, entiendo que envejezco. ¡Cómo no lo voy a entender! Me cuesta más moverme; me estoy encorvando, pero sin embargo hay una sensación de fragilidad que está ahí y, en algún punto, sigo siendo un niño desprotegido. Por otro lado, sé que no soy frágil. Las he pasado duras y no me he roto. Pero la sensación de habitar un cuerpo de niño, es una sensación sicológica que aún tengo.

–¿Y cómo se expresa en la vida cotidiana?
–Es un cierto desamparo y también una sobreprotección hacia quienes dependen de ti. Por ejemplo, en la relación con mis hijos, soy tremendamente sobreprotector. Me da pánico que a alguno de ellos le pase algo, se suicide. O sea, que no logre tolerar el sufrimiento. Los umbrales del dolor son tan distintos… Yo sé lo que he aguantado, pero uno nunca puede saber cuál es el aguante que tiene el otro.

–Pero eso, ¿no es como desconfiar de la capacidad del otro?
–No, no es un tema de confianza. Mi temor es más hacia la capacidad de aguante de los seres humanos. Por eso, cuando uno escribe, pone esas cosas. Ese es el único sentido que tiene hacer arte. Sacar esos fantasmas, esos dolores, pero no tanto por ti, sino por los otros. Porque si tú llegas al final de ti mismo, también vas a llegar al final de los otros. Finalmente, todos sufrimos por lo mismo. Todos tenemos necesidad de amor, miedo a la muerte. Somos hermanos en eso.

–¿Y qué sentido tiene poner esos temores en la palestra si, enfrente, tienes una sociedad que no quiere saber mucho?
–Es cierto. Esta es una sociedad aterrorizada, deprimida. Toda esta fiebre del consumismo que tenemos, te habla de una sociedad que anda mal; que no quiere saber nada que le pueda desarmar los esquemas o le mueva la cancha. Pero la pega de los escritores es dar cuenta tanto de la pasión como de la infelicidad. Ese dato de la existencia, de buscar una cierta desnudez, es de lo que quiero dar cuenta. 

–¿Por qué?
–Porque si uno se da cuenta, realmente, de lo que es estar vivo, las cosas empiezan a adquirir un cierto sentido. Entonces, al escribir, uno está tratando que la gente no se fije en el poema, sino en la gente que está leyendo ese poema. O sea, que se fije en la vida. Y que este segundo que nos tocó estar acá es atemorizante y deslumbrador a la vez.

–Antes eras un poeta más rabioso. ¿Cómo es que Zurita entró en este círculo existencial, más de la simpleza?
–Son derivas… Tal vez, esto tiene que ver con una sensación de ridículo que siempre he tenido. O sea, te hablo de esa sensación de ridículo en que quedas cuando has leído mal una situación o el gesto del otro. Y te confieso que en mi vida he tratado de ser lo suficientemente lúcido como para no leer mal los mensajes.

–¿Y lo logras?
–No lo sé. Frente a un mundo de gente tan segura y tan prepotente, lo único que puedes hacer, buenamente, es saber que eres honesto con lo que crees.

–En estos cambios sociales tan rotundos, ¿qué ha pasado con tus amigos poetas, escritores e intelectuales con los que compartiste batallas?
–Mira, yo estudié ingeniería, y en ese mundo están mis amigos. Con ellos tengo amistad cotidiana. Con los poetas he tenido relaciones muy, muy intensas, pero han quedado ahí.

–¿Por qué?
–No quiero que se entienda que ahí están mis enemigos. No. Lo que digo es que mis amigos de verdad no son del mundo literario. Mi relación con los poetas es súper extraña, de mucho resentimiento. Y ahí no soy yo el equivocado. Hay una animadversión, que la puedo entender, pero eso no significa que no la haya sentido.

–¿Qué crees que ha gatillado esa animadversión hacia ti?
–Creo que se debe a que ese mundo es muy precario. Muchos creen que si el otro ocupa un sillón, se acabaron los sillones. Entonces, cuando me dieron el Premio Nacional de Literatura, fue feroz. De algún modo, forma parte de mi vanidad el pensar que si hay tanta rabia conmigo es porque algo pasa. Pero en general, al mundo de la literatura no le debo absolutamente nada.

–¿Has percibido la envidia hacia ti?
–La palabra envidia me cuesta mucho, pero sí he sentido una hostilidad súper fuerte. Hay gente que estimo y que aprecio, pero si hubiese algo así, no tengo ni una onda con esa cosa gremial del mundo literario. A mí no me enseñaron nada. No aprendí nada de ellos. Sí he aprendido de Nicanor Parra, pero él es una sola persona. Lo que pasa es que la gran mayoría de los tipos que ha dedicado una vida a escribir, llega a la vejez sin un peso. Por eso se arman esas tremendas peleas por el Premio Nacional. Al final, no es tanto por el honor, sino por asegurarse una pensión. Y eso no puede sino conmoverme y hacerme sentir compasión por una sociedad de mierda que trata a estos fulanos de la peor manera.

–Y a ti, ¿te da miedo la pobreza en la vejez? ¿Es un fantasma con el que cargas?
–No, para nada. Y es extraño… Mi madre, que toda la vida se mató trabajando porque tuvo que cargar con su propia madre y con dos niños chicos, vivía aterrorizada porque yo no imponía. Como tenía pegas esporádicas, no era un tema para mí. Pero ella siempre me decía: “Raúl, qué vas a hacer cuando seas viejo”. Entonces, cuando me gané el Premio Nacional de Literatura, lo primero que hice fue llamarla y decirle: “Mamá, tenemos jubilación”.

–Debe haber sido un regalo para ella y también para ti, ¿no?
–Más para ella, para su tranquilidad. Yo siempre supe que iba a tener una jubilación. No sé cómo, pero sabía que algo me iba a llegar por algún lado. Mi gran amigo Carlos Hurtado me preguntó una vez por el tema y yo le dije: “Dios proveerá”. Y él se río y me dijo: “Dios provee a los pajaritos. ¡Cómo no va a proveer a los poetas!”. Y así fue, tal cual. Entonces, no tengo esa angustia.

–¿Y frente a la vejez, tampoco?
–No, al contrario. Ya estoy en la postura del viejo. O sea, entiendo que mis recuerdos ya son mayoría frente a mis posibles sueños. Tampoco le temo al deterioro físico que ya lo tengo con el parkinson. Entonces, la verdad es que la vejez no me produce ni el más mínimo temor. Por eso detesto a esa gente que dice que ha llegado a la etapa de “la madurez”. La vida no es así. Eres joven o eres viejo.

–Cuando dices: “Tengo más recuerdos que posibilidades futuras”, eso ¿no genera frustración?
–No, me produce alegría. Ese es el milagro de la poesía: que puedo hablar de esto y puedo construir desde aquí. Tengo todos los naipes en la mano. Pero si estuviera en la postura del “maduro” no construyo nada. Ahí te gana la cautela.

–Claramente, la cautela no es lo tuyo.
–¡No! Jamás he sido cauteloso. No quiero fanfarronear, pero la verdad es que siempre me he ido con todo.





 Guárdame en ti


Amor mío: guárdame entonces en ti
en los torrentes más secretos
que tus ríos levantan
y cuando ya de nosotros
sólo quede algo como una orilla
tenme también en ti
guárdame en ti como la interrogación
de las aguas que se marchan
Y luego: cuando las grandes aves se
derrumben y las nubes nos indiquen
que la vida se nos fue entre los dedos
guárdame todavía en ti
en la brizna de aire que aún ocupe tu voz
dura y remota
como los cauces glaciares en que la primavera desciende.



 Inscripción 178


Te hablan ahora las rompientes de tu vida
Te cuentan de las falsas Itacas,
del naufragio en costas remotas
de tu cansancio doblándote hacia las olas
Te dicen que más allá está el final
de la tierra
que allí el mar se derrumba, que tu mar
amado se derrumba y que los barcos
nunca han vuelto
Te hablan en tu propia noche los temores

Que suenen entonces como algo que se
despierta estos poemas
como algo que está en tí, como algo que cruce el mar y se despierta.


De: http://www.letras.s5.com

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