Para
no recurrir una vez más a la ficticia pero emblemática figura de Don Quijote,
que pretendió forjarse una nueva vida después de los cincuenta, recordemos
aquella frase del poeta Paul Eluard:
“Hay otros mundos pero están en éste”.
Si
reflexionamos acerca de ella, es fácil deducir que todas las manifestaciones de
la Naturaleza así lo confirman: las estaciones -que nos renuevan panoramas,
sensaciones y acciones-; los hábitats sucesivos -que entretejen desiertos,
pedregales y selvas o miseria y opulencia-; las edades humanas -el ciclo
convencional y el de los contrastes síquicos de la madurez e inmadurez en
perpetuo desequilibrio instalados-; en fin, tantos mundos en uno solo.
Quizás
nunca antes habíamos asumido esta perspectiva de “las cajitas chinas” o de “las
muñecas rusas” para comprender que somos
“seres en construcción”. Por lo tanto, cualquier momento puede ser viable
para apelar al material que aún subyace en nuestro interior, como preciosa
piedra ignorada e intacta. Que la adultez mayor sea un lapso de obligada
inoperancia, de inevitable decadencia en nuestras facultades psíquicas
superiores, de “fosilización en vida”, es hoy sólo un mito conveniente a
diversos intereses del Poder Económico, esa dictadura desatada a lo largo y a
lo ancho del planeta.
Desmitificar
es uno de los objetivos inherentes al ejercicio docente. En consecuencia, se
impone ilustrar acerca de esta realidad.
Por
ejemplo, el escritor José Saramago,
afirmó en varias entrevistas:
“Frecuentemente me preguntan que cuántos
años tengo...
¡Qué importa eso!
Tengo la edad que quiero y siento.
La
edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer
lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido.
Tengo
la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué
importa cuántos años tengo!
No
quiero pensar en ello.
Unos
dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo.
Pero
no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente
y mi cerebro dicte.
Tengo
los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para
reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora
no tienen por qué decir: Eres muy joven, no lo lograrás.
Tengo
la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir
creciendo.
Tengo
los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las
ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo
los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse
en el fuego de una pasión deseada.
Y
otras en un remanso de paz, como el atardecer en la playa.
¿Qué
cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues mis anhelos
alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al
ver mis ilusiones rotas... valen mucho más que eso.
¡Qué
importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta!
Lo
que importa es la edad que siento.
Tengo
los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para
seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y
la fuerza de mis anhelos.
¿Qué
cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa!
Tengo
los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento”.
De: http://www.elojo.cl
“Cuando
yo publiqué la novela que me abrió las puertas al reconocimiento internacional,
que fue uno de mis mejores momentos, tenía
sesenta años, y ahora tengo ochenta y dos. En veinte años he hecho todo lo que había sido incapaz de hacer antes.
Por lo tanto, como a veces digo: ojo con
los viejos porque ellos tienen muchas cosas que decir, y a ustedes les
convendría aprovecharlos un poco, poner más de atención en los viejos”.
De: www.taringa.net
Otro
caso a tener en cuenta es el de Isabel
Allende. Empezó a escribir a los cuarenta y ahora, con más de setenta, ha
declarado:
"No supe siempre que iba a
ser escritora, lo supe cuando comencé a escribir; si siempre lo hubiera sabido
tal vez hubiera tratado de escribir antes, pero tenía yo casi 40 años cuando
comencé a escribir, entonces me demoré mucho en encontrar eso, porque no sabía
que era eso lo que yo buscaba. Siempre me moví
en la periferia de la literatura, teatro, periodismo, documentales, incluso
cuentos para niños, pero sin atreverme a decir "yo quiero ser
escritora", porque me parecía como muy pretencioso. Creo que cuando empecé a escribir ficción, cuando empecé a
escribir "La casa de los
espíritus", algo cambió en mí, yo no sabía si ese libro se iba a publicar,
no sabía si era un libro, pensé que era una carta para mi abuelo, pero nada más sentarme a crear ese mundo
personal de la novela donde uno es como un dios (uno hace las novelas, uno
elige lo que van a decir, uno elige lo que van a hacer los personajes), eso le dio un vuelco completo a mi vida y comprendí que yo
había nacido para eso."
De:
MujerActual.cm
“Me lancé a la escritura por
desesperación, me moría de aburrimiento con la vida que tenía y necesitaba
contar el caudal de anécdotas que llevaba por dentro desde hacía años. Desde entonces he escrito 16 libros y siempre lo he
hecho con alegría, aunque a veces el tema ha sido difícil o triste, como Paula,
pero nunca he vuelto a sentir esa energía infantil - no se me ocurre
otra manera de definirlo - con que escribí el primero”.
Cercano, muy pertinente porque
además es uruguayo, fallecido en el 2007: Ruben D´Alba, sumamente recomendable.
“Narrador
y poeta. Nació en Montevideo. Hasta los cincuenta años se dedicó a la
actividad comercial. A principios de los años noventa comienza a escribir. Participó activamente de los talleres literarios de
Sylvia Lago y Jorge Arbeleche, y del de Lauro Marauda. En 1994 dio a conocer un
libro de corte autobiográfico, Javier, y desde entonces ha escrito y publicado
casi anualmente, en volúmenes propios o, colectivos. Incursionó en el cuento y
en la poesía, dentro de ésta en formas como el haiku. En más de una ocasión la
propia literatura, el narrador y otros personajes son la materia prima del
relato.”
De: LaMochila.com.uy
Margaret Atwood (1939) reconocida escritora canadiense y activista social
representante de Amnistía Internacional, entrevistada por el Suplemento Cultural de
La Nación, comenta:
“Escribo
a mano y luego transcribo. No soy muy metódica. El problema con ser metódico es
que, si algo aparece e interrumpe el método, uno queda muy alterado. Y con la
vida que yo llevo eso sería imposible. Durante años vivimos, con mi
marido y mis hijos, en una granja con vacas, ovejas, perros, gatos, gallinas,
pollitos, gansos, pavos reales y caballos. Cuando no estaba alimentando,
limpiando, curando u ocupándome de los animales ni dedicada a mi huerta de
hortalizas, o haciendo dulces y mermeladas con la fruta vieja, y si los chicos
me dejaban tranquila, entonces sí, escribía. Ahora mi vida es un poco más
tranquila pero, claro, está el teléfono. Supongo
que podría desconectarlo pero mi madre tiene 95 años y no me animo.
-No
es la imagen tradicional del escritor.
-Es
verdad. A partir de Keats, Shelley y Byron, la imagen del escritor es la
inmediatamente postromántica, uno tiene que ser un genio loco o morir joven,
tener algún tipo de adicción, o al menos una vida sentimental escandalosa para
calificar. Cuando los escritores
escriben sus biografías tratan de destacar lo extraños que son. Si no hay
alguna adicción severa, mmm... empieza a parecer sospechoso. Creo que a mí
me faltan rarezas para ser interesante.
De: lanacion.com - Suplemento Cultura
Y
por último, nada mejor que referirnos al
Premio Nobel 2013, conocida como “la
Chéjov canadiense”: Alice Munro.
En
una ocasión comentó a The Paris Review:
“No sé si es porque a mi edad me sigo
rebelando contra la educación puritana, pero amo la ropa, amo salir de shopping
y tener un almuerzo como éste que sea una excusa para arreglarme en medio del
campo. Pensá que durante treinta años yo cociné cada bocado que mi familia y
yo nos poníamos en nuestras bocas. Cuando nadie mira, devoro Vogue, pero me
molesta ver los precios, me parecen indecentes. Antes, cuando podía, me
escapaba a Toronto a ver vidrieras. ¡Ay, qué vergüenza! No sé si Eudora Welty
se la pasaría pensando en este tipo de cosas. Al menos estoy segura de que
Katherine Mansfield sí lo hacía, y ya les conté que fue una gran inspiración,
¿no?”.
Y en
síntesis, qué mayor símbolo de la
capacidad de reinventarnos, de reconstruirnos, en especial en la adultez,
que ese hombre singular que ha sido Nelson
Mandela, a quien hemos perdido en el plano físico, y cuyas acciones
deberían de ser antorcha en la oscuridad
creciente del mundo.
Franz Kafka
acuñó esta frase: “Quien conserva la
facultad de ver la belleza no envejece.” Esa belleza no está sólo en los
libros. Pero los libros son el estuche donde descansa la seductora belleza
imperecedera de la emoción humana universal. Por eso, Fernando de Pessoa escribió: “Leer
es soñar de la mano de otro”. ¡A soñar, entonces!
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