lunes, 10 de febrero de 2014

La ética del Primer Mundo

“Instruido por impacientes maestros, el pobre oye 
que es éste el mejor de los mundos, 
y que la gotera del techo de su cuarto 
fue prevista por Dios en persona”
Bertholt Bretch
10 de febrero de 1898


















Muchos caminos se abren cuando de interpretar se trata y muy especialmente si la lucidez de un intelectual de la talla de Bretch sigue proyectando su luz sobre la realidad del mundo. Un mundo que, paso a paso, se va acercando nuevamente  a la Edad de Piedra, sin mediar en esta consideración exageración alguna. 
En esa época cronológicamente tan lejana, sin duda, los niños serían testigos diarios de las faenas implicadas en la caza de los animales para el sustento colectivo. Ni depredación ni fascismo, para expresarlo en términos actuales entonces.

Pero en el suceso de este último domingo, no estaban condicionados por el hambre los niños que, con la aquiescencia de sus padres y de las autoridades del Zoológico de Copenhague, respaldados además en medidas ya adoptadas por científicos de la Asociación Europea (“Dios en persona” todos ellos), presenciaron el sacrificio inútil y el posterior destazamiento de una jirafa macho.

El motivo de la decisión: evitar la consanguinidad, ya que una hermana del ejemplar residía en este recinto; otra vez el asunto de “la pureza de la sangre”: el fascismo es un pulpo proteico de tentáculos cuasi-inmortales, señoras y señores.

El verdadero objetivo de la decisión: acuñar en la psiquis aún en construcción de esos/as niños/as, y con la mayor naturalidad, un acto salvaje de aniquilación de la vida; para redondear la didáctica del hecho, también pudieron observar cómo el resto de los animales devoraban la carne de la joven jirafa.
Un acto de adiestramiento, en suma, para las futuras huestes apocalípticas. 
Claramente ello se desprende de las declaraciones del vocero del Zoológico, quien afirmó sentirse orgulloso “por la clase de anatomía” de la que participaron los visitantes.

Y como en la frase de Bretch, “el pobre” -padre o madre; pobre de sentido común, pobre de capacidad crítica- “oye que es éste el mejor de los mundos, y que la gotera del techo de su cuarto fue prevista por Dios en persona”, pues no sólo acompaña al hijo en esta clase abierta sino que, en medio de la concurrencia, aprueba con su silencio la demostración. Una ilustración real de aquella verdad que Anna Arendt denominó “la banalidad del mal”. En eso se ha convertido “el Primer Mundo”, en la olla donde se cuecen a fuego lento otros tentáculos del mal.


Alguna vez volverá a ocurrir la rebelión que
el Popol Vuh dejó registrada
en el proceso de la creación humana.



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