martes, 18 de marzo de 2014

Producción de Talleres (12)















LA SORTIJA


Siempre le he temido. Mucho. Es como el ácido, la fiebre amarilla o la peste bubónica. El agua: brebaje extraño por el cual matarían los que de sed mueren aunque revivan con paso cansino; espejo cristalino, que no refleja otra cosa que las lóbregas capas de la miseria humana, encolerizada, superflua... Sencillamente; le tengo miedo. Esa virgen compostura de pestilentes gorgoritos que huelen a sal, a tierra, a ruines y asquerosos sapos, otra de mis pesadillas.        
          
Mi relato comienza poco antes de las siete y treinta. El sol, acariciando las bermejas nubes entintadas peculiarmente esa mañana, me mostró el camino a la joyería. Pues a mi pareja, la señorita Emilia, le esperaba apaciblemente una enorme sortija de matrimonio. La merecía.

Ya con el paquete entre mis manos, lo aseguré en mi bolsillo derecho y  me escabullí entre los transeúntes. Hice mío el boulevard por hora y media mientras desayunaba y caminaba sin ton ni son frente a las vidrieras. Entonces ocurrió lo peor. ¡Qué estúpido fui, Dios bendito! Quise observar una vez más la glamorosa sortija que la señora Línea Nieves había lustrado para mí. No podía parar de regodearme suponiendo la sonrisa de algarabía, casi enajenada,  de mi adorada mujer cuando observase la fabulosa sorpresa de ofrecerme ante ella. Me detuve, y al mirar el anillo vi la dulzura adolescente de mi Emilia reflejada en la blanquecina perla que la decoraba. Fue entonces cuando un estúpido niño con su estúpida bicicleta me desparramó de improviso sobre los adoquines.

Pasaron treinta segundos hasta que pude ver mi obsequio enquistado en un charco del empedrado.                                               
En cinco segundos, una maldita casualidad me forzaba a convertirme en el centinela que nunca creí tener dentro, a pesar de no tener ni siquiera un presagio de qué diablos sucedería. No podía irme pero de ninguna manera iba a mojar mis manos. Mi temor me lo impedía ¿Acaso nunca se han quemado con agua? Yo no soy un superhéroe aunque existan peores temores que el mío.                                               
         
Me encontraba allí, celando mis intereses, hacía ya tres horas, desbordado de rabia. Entonces intenté arrastrar la sortija con una vara. Pero sólo conseguí escurrirla entre una de las tantas grietas formadas por los hexaédricos bloques de piedra que contenían el agua. La perla, disparando brillos en mi rostro, encendió mi ira.   
                                                   
Pasaron cuatro horas más, y mi estado de nervios no podía ser peor: estaba sudando mucho, ojeroso y despeinado, con hambre. Como quien introduce su mano en un insaciable y destructor magma, decidí sumergir la mía en el charco. Me acerqué lentamente, parecía evitar el momento, el encuentro. Retrocedí automáticamente apenas toqué el agua con la yema de mis dedos. Las sequé con extrema velocidad y sentí un alivio tremendo. Pero la visión de un horrendo sapo verde, cubierto de verrugas, me obligó a retroceder aún más. Me causan pavor estos animales. Con pequeños saltos, se dirigió al charco, ingresó, sacó su lengua y, casi sin esfuerzo, se tragó de un bocado la costosa y brillante sortija. Su serena y juguetona retirada me causó gracia, y luego risa, y después, tantas carcajadas que no pude truncar ni siquiera al llegar a casa.


Bruno Pérez

Taller de Narrativa
Pasiones Literarias

Centro de Formación Humanística

PERRAS NEGRAS


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