Los Mártires de Chicago |
A LOS HÉROES DE LA RESISTENCIA
(En el llano, en las ciudades:
a todos los que fueron mártires.)
Dios mío, tú no les
darás a los que padecieron atrozmente
por la justicia, a
los enterrados vivos,
a los que les
sacaron los ojos o les arrancaron
los testículos, a
los amenazados
en lo más vulnerable,
la mujer o los hijos,
tú no les darás la
gloria efímera de un nombre
que se repite
vagamente en las conmemoraciones patrias,
un día que sirve
para que vayan a las playas
o el estudiante se
reúna con su novia,
tú no pondrás su
retrato a la puerta del taller
o le pondrás su
nombre a alguna escuela,
tú no les darás
esos premios hermosos,
pero sin duda
definitivamente insuficientes,
un estandarte
glorioso que mueve a las muchedumbres
a los nuevos
heroísmos necesarios,
pues esto, con ser
tanto, todavía es tan poco
para la
irreprimible exigencia del corazón,
y todavía sería
quedar en deuda con ellos,
pues la justicia de
amor ha de ser otra,
la que desea la
esposa para el esposo,
el amigo para el
amigo,
el hermano para la
hermana,
la madre para el
hijo,
tú le darás lo
único capaz de saciar la exigencia más alta
y nada menor que
esto,
llegará la hora de
la infinita dulzura no correspondida,
del amor mil veces
defraudado,
lo que espera
vagamente en el rostro de toda adolescente,
la hora del
encendido amor, la hora
de la que dijo el
poeta: los mutilados de las guerras
que volverán sanos
a sus hogares,
será el consuelo
profundo, el que sorprende revelando
hasta qué punto no
habíamos sido antes consolados,
la hora que llene
el vacío del satisfecho y el vacío
del insatisfecho,
la hora de la dicha
que siempre esperó
el corazón,
porque en el
momento de la agonía
no pudo ser
consuelo suficiente saber que no sería en vano,
ni todas esas
frases del ejemplo que no muere
y de que el héroe
no ha muerto,
porque el héroe se
muere y se muere siempre solo
porque tuvo que
haber un instante de absoluta soledad,
agonía del cuerpo y
agonía del espíritu,
un instante al cual
nada tenían que ofrecer
la historia ni los
partidos,
instante sacro del
por qué me has abandonado,
pero ese instante,
Dios mío, tú no lo olvidarás,
el Amor no puede
olvidar al amor,
el Amado a la
amada,
tú uno a uno
guardaste sus pasos, no esconderás su rostro,
tú lo harás
reclinar junto a tu pecho el día del regreso,
a la muerte de los
héroes
tú no la
conmemorarás con un día de duelo
sino con la
eternidad de la alegría,
no les darás la
bienaventuranza que ofreciste a los puros
y es que ellos
verían a Dios en su pureza,
ni la de los
pacíficos, a quienes prometiste
que ellos poseerían
la tierra,
ni la de los que
lloran de los que dijiste
que ellos serían
consolados,
sino la más alta
bienaventuranza, la última,
la promesa: pero
bienaventurados
los que padecieron
por la justicia
porque de ellos es
el reino de los cielos.
Fina García Marruz
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