Toda persona «vive» en algún momento de su vida tres acontecimientos fundamentales: el nacimiento, el amor y la muerte.
El acontecimiento abre una brecha en el tiempo, una fisura, una grieta.
Por eso, frente a los acontecimientos, sólo cabe el consuelo. Esta es la
función de la narración.
Esta es, pues, una de las funciones fundamentales del relato: hacer de
lo inhóspito e inquietante algo que nos sea familiar y accesible. Las
narraciones hacen posible que podamos soportar la temible amenaza de los
acontecimientos.
Los acontecimientos no tienen que ver con la acción sino con la pasión.
No «hacemos» acontecimientos; son los acontecimientos los que «nos hacen», nos
pasan, e inevitablemente nos forman, nos deforman y sobre todo nos transforman.
Yo no puedo decidir vivir al margen de los acontecimientos, puesto que esta
decisión no está en mi poder.
JOAN-CARLES MÈLICH
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