El benteveo en la
ventana
- Elvira, recordá poner
en el bolso la camisa verde y la azul y el
buzo de manga larga por si hace frío – dice Pedro con su vozarrón mientras que
se anuda la corbata frente al espejo.
Elvira asiente
silenciosamente mientras su mirada se pierde en la pared blanca y algo
descascarada que tiene ante sí.
-También tenés
que tener todo pronto para las cinco y
media. Acordarte de poner todas las cosas que te indiqué en la lista que te
dejé ayer. ¡No se te vaya a olvidar nada! Todas me son imprescindibles. Ya sabés
que me pongo muy ansioso cuando me falta algo que necesito. Todo tiene que
salir perfecto.
Elvira, que ya
buscaba en el caos del ropero las camisas, vuelve a asentir con la cabeza sin
decir nada.
- Mi amor – dice Pedro, volviéndose hacia Elvira.
¿Cuántas veces te voy a pedir que vayas a la peluquería? No podés ir así como
estás. ¡Modernizate un poco! ¡Qué van a
pensar si llegás a presentarte así delante de todos! ¡No quiero ni imaginar que
se rían de mí¡ ¡Sabés que soy muy querido entre mis colegas de trabajo, que
siempre recurren a mí por consejo¡ ¿Qué dirían de mí si me ven llegar contigo,
tan desaliñada y desagradable? Sé que no tenés una mente brillante como la
mía pero, bueno, por lo menos hay que aparentar- dice, riendo.
De pronto su
semblante se torna serio.
- ¡Ah! Cuánta
razón tenía mi padre – dice, bajando un
poco la voz. Pero yo insistí tanto, ¡bah! si hubiera sabido entonces que
aquello pasaría. Yo... bueno… No importa.
Elvira traga fuerte y en un esfuerzo
se aclara la garganta mientras sigue revolviendo nerviosamente la ropa.
- Bueno, me voy a
trabajar, recordá que vengo temprano. Tené todo pronto para irnos enseguida. Te
llamo durante el día para ver cómo vas ya que sos muy olvidadiza. Tengo que
estar recordándotelo todo. ¡Qué harías sin mí, mi amor, qué harías!
Pedro toma su
maletín, apenas besa a Elvira en la frente y sale como un torbellino. Elvira respira
profundamente. Tiene aún muchas cosas por hacer: ir a la ridícula peluquería,
arreglar un sinfín de ridículas cosas, ponerse presentable para los ridículos
colegas de su marido. Pero antes decide
tomar un té. Va a la cocina, y pone agua a calentar. Se deja caer en
una silla y mira por la ventana mientras espera que hierva. Hay un inusual silencio en la calle o al
menos eso le parece a ella. Puede sentir el susurro de los árboles balanceados
por el viento, el ruido del mar a lo lejos, los pájaros cantando. De pronto un
benteveo se posa en la ventana. Inmóvil, ella lo observa. El benteveo, llenando
su soberbio pecho amarillo, canta, y enseguida emprende el vuelo.
El agua hierve ya.
Y continuó
hirviendo.
Andrea Alves
Taller de
Narrativa
Pasiones
Literarias
Centro de
Formación Humanística
PERRAS NEGRAS
PERRAS NEGRAS
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