sábado, 14 de marzo de 2015

Filos que Teje el Silencio (19)



















El título


(…) En mi frente, cueva que habita un relámpago
Pero, todo se ha poblado de alas
OCTAVIO PAZ


Eran 9.30 a.m. Yuan había llegado a tiempo para su trámite en el centro. Un bostezo de viento fresco serpenteaba por los rincones de los comercios e iba a parar a su pecho, hasta enfriar sus extremidades. El leve estremecimiento que experimentó le hizo notar el cambio de estación que se avecinaba y que había olvidado al vestirse por la mañana.
Entró al viejo edificio decorado de oficina pública y ordenada por la burocracia administrativa. De modo que siguió las señalizaciones hasta el escritorio correspondiente a su trámite. Apenas se asomó Yuan se dirigió a la única señora que había detrás del mostrador:
-Buenos días, señora. Vengo a firmar mí título, que según me avisaron, ya está pronto.
-Decime cuál es tu nombre.
-Yuan Pires. Con una Y al principio el nombre.
Al ver que pasaban unos segundos y la administrativa continuaba recorriendo con sus ojos interminables listas con posibles nombres, Yuan acotó:
-Tal vez no esté en esa lista. Quizás mi nombre figure en esta otra.
-Acá estás. Final del pasillo a la derecha. Tu número es el cuatro.
Yuan continuó caminando por el corredor. Llevaba prisa, pero no de esas necesarias para llegar a tiempo a un lugar, sino más bien esas que son producto de una ansiedad interna. Tomó asiento en los lugares de espera, al lado de una muchacha de la que pudo ver tenía el número tres.
-Discúlpame, ¿tú también estás para firmar el título, verdad?
-Sí.
-Es emocionante, ¿no te parece? Después de tantos años de haber pasado jornadas enteras en la Facultad por los puentes horarios, fines de semanas eternos de estudio y ahora, acá. ¿Vos también practicaste tu firma?
-¿La firma? Ah sí, claro. No, en realidad no; de hecho hace tiempo que no la uso pero supongo que no me debo haber olvidado.
-Yo estuve practicando una firma más elegante. Leí en Internet que las curvas holgadas en la escritura representan una personalidad fuerte, entonces estuve ensayando un garabato legible con vocales bien redondas, alargadas y profundas. Para que se note, ¿viste?
-Es mi turno. Suerte
Cuando Yuan siguió con la mirada el desplazamiento de la chica, se detuvo a observar al joven parado detrás del escritorio. Tenía puesta una camisa desgastada rosada con un dejo de arrugas, producto de la falta de planchado. El abotonado casi perfecto lo llevaba hasta el rostro del muchacho que le resultaba bastante familiar.
De pronto su celular sonó y lo distrajo, tanto de la escena como del mundo real. En el aparato, pudo ver una cadena de mensajes perteneciente al grupo de sus amigos desde la época del colegio.
-Muchachos, como ya sabemos, se recibió Yuan. Hay que festejarlo con todo. Mi casa está disponible.
-Yo estoy.
-Yo también puedo. Llegamos a las 11 después de la práctica con Manu.
Yuan respondió:
-Cuenten conmigo. Llevo dos botellas de tequila que me trajo mi tío desde México y después pinta Buddha, un boliche que me dijeron se pone muy bueno,
lleno de cachorras.
Desde el mundo real, Yuan escuchó una voz:
-¡Discúlpame! ¿Tú tienes el número cuatro?
-Sí, soy yo. Vengo a firmar mi título.
-Tu nombre, por favor.
-Yuan Pires
-¿Yuan Pires? ¿Vos fuiste al Saint Joseph?, yo era tu compañero. Soy Sebastián. Sebastián Verón. ¿Te acordás de mí? Vos y yo íbamos juntos a clases de dibujo además.
-Ah, claro, es verdad. No te había reconocido. Tu pelo está más largo, al igual que tu barba. En fin, pareces otro. ¿Qué es de tu vida?
-Bueno, acá me ves trabajando desde hace unos meses. Tenés que completar este formulario con tus datos. Tomá una lapicera.
-Gracias. Si mal no recuerdo, Jazmín me comentó que te había cruzado en la calle en una oportunidad, y vos le comentaste que estabas estudiando sociología. ¿Te acordás de ella? Los tres íbamos juntos a clases de dibujo.
-Sí, me acuerdo de ella y también de haberla cruzado.
-Pero, ¿por qué dejaste de estudiar?
-Nunca dejé, de hecho terminé la licenciatura.
-¿Entonces por qué estás trabajando acá?
-Me di cuenta de que no era lo mío.
-¿Muy difícil conseguir trabajo de sociólogo?
-No sabría decírtelo, nunca llegué siquiera a hojear el diario. En realidad, ya en el último tiempo de la carrera comencé a sentir el gusto amargo de la desolación. Era como una tristeza desalentadora, y nada me motivaba. Yo lo definí como una crisis de destino y sentido. Entonces, empecé a cuestionarme qué era lo que quería hacer con mi vida.
-Es raro. Nunca me sucedió. Pero supongo debe ser un tema de suerte. Yo en cambio, siempre supe que quería ser un licenciado en números. Además, mi madre ha tenido un estudio desde hace años, por lo que era lógico yo continuara con su operativa.
-Sí, claro, no esperaba menos de vos.
-Y entonces, ¿a qué te dedicás ahora?
-En ese punto de crisis que te comenté, estaba congelado. Sentía una fuerza enorme que me empujaba desde los hombros hacia el piso y me quitaba todas mis energías. Los días eran insípidos, nada valía demasiado la pena para mí. Llegué al punto crítico de cuestionarme si la vida necesariamente debería ser así: “vivir para hacer”, era lo que habían hecho de mí.
-Te me pusiste muy profundo. ¿Te gusta la filosofía?
-En realidad, no. Pero hay preguntas que me debía hacer, sentía que se lo debía a mi propio ser. “Ser” en el sentido subjetivo, no objetivo.
Entonces me dediqué a pensar, a reflexionar acerca de mi vida. Y con el correr del tiempo, me di cuenta de que solo de vez en cuando corría algo de electricidad por mi cuerpo. En ocasiones concretas: cuando me sentaba a dibujar. Como un destello de luz, que de manera fugaz aparecía para alumbrar mi vida pero luego pum, se iba. Ahí mismo me acordé de lo que nos dijo aquel día el gordo de Dibujo cuando se hartó de que no hiciéramos nunca los deberes, ¿vos te acordás?
-Ni idea, no. ¿Qué dijo?
-Niños, en mi asignatura el deber en casa no es un sinónimo de responsabilidad, sino de oportunidad. Oportunidad para que ustedes continúen volando, al igual que en clase.
-¡Qué gordo loco! ¿En serio nos dijo eso?
-Recién en ese momento entendí lo que había querido decir. Retomé las clases de Dibujo y conseguí este trabajo para costearme la vida.
-Entonces seguís viviendo con tus padres, como yo.
-No, vivo con un amigo desde hace un mes.
-Yo sigo con mis padres. Estoy trabajando en una gran empresa. Aunque pagan poco, es útil para aprender mi profesión. Además, quedarme en mi casa me permite ahorrar más plata: me quiero ir a estudiar un master al exterior. Entonces ahí sí, cuando vuelva soy Gardel.
-¡Qué bueno! Y decime: ¿qué hacés en tu trabajo? ¿Tiene que ver con lo que querés estudiar en el exterior? ¿Te gusta? Este es tu título, por favor firmá arriba de la línea recta del medio.
Al fin el momento tan añorado en que el título había llegado. Era el momento de firmar, para que Yuan aplicara aquella firma majestuosa tan bien diseñada.
-Yuan, ¡Yuan! ¿Estás bien?
-Perdón, perdón. ¿Dónde firmo?
-Perfecto. Felicitaciones. Yuan, me alegro de verte bien. Dentro de 30 días podés pasar a buscarlo por bedelía de tu Facultad. Saludos.
-¿Cuántas veces a la semana vas a clases de Dibujo? ¿Volviste a hacer aquellas historietas de Pipo y Renato?
-Veo que no te olvidaste de todo. En realidad retomé los personajes, pero con una nueva historia. Ahora justo estoy trabajando en los diálogos.
Me acuerdo que vos eras muy ocurrente y gracioso para contar.
-Sí, de todas formas no tengo tiempo. Estoy preparando un examen internacional para aplicar a una prestigiosa universidad de Londres y sumado al trabajo, no me queda mucho tiempo libre.
-Sí, claro. La vida es dura a veces, ¿no?
-Ya veré los resultados, espero.
Yuan se retiró apurado para poder llegar a tiempo a la oficina. Esta vez, la prisa correspondía a la necesidad constante de llegar siempre en hora. Al mismo tiempo, Sebastián guardaba el título firmado por su viejo compañero de clase. No pudo evitar pensar en el reencuentro y en la charla, mientras se detenía a observar aquella firma hecha por Yuan. Le llamó poderosamente la atención aquel trazo y, sobre todo, su parecido con una espada.


Diego Yacovoni






















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