jueves, 23 de abril de 2015

Filos que Teje el Silencio (24) (25) (26)

















Talleres Invitados:

*  Otra Luz para Tu Luz (AUTE)


Como dialogando


-Carlos, ¡cuánto tiempo! ¿Cómo andás?
-Bien y con tiempo para distraerme conversando con amigos. ¿Cómo van tus cosas?
-Lindo, y la verdad que me venís como anillo al dedo, porque justo tengo que elaborar un diálogo para el Taller El Rincón.
-El que tenía un taller en el rincón más apartado del pueblo era Juan, ¿te acordás?, lo salvaba su condición de buen mecánico porque hasta ahí, daban pocas ganas de ir…
-Y sí. Era lejos mismo, pero clientes le sobraban. Buen mecánico el Juan...
-Y nada que ver con el tema pero ¡qué hermana!, ¿no?
-Bueno; ese es un tema aparte. Era menor que Juan. ¿Qué edad tendrá?
-Tiene tres edades.
-¿Cómo va a tener tres edades?...
-Sí, la que aparenta tener, la que dice que tiene y la que tiene en realidad. Yo creo que anda por los treinta y seis.
-Interesante, la vi el viernes pasado.
-El que iba pasado, pero de bebida, era Manolo. ¡Pobre!, para centrarse bien entre cordones de vereda, te juro que necesitaba unas calles como las de Paso de los Toros o Treinta y Tres…
-El que fue a Treinta y Tres pero a una timba fue Roberto. Volvió más pelado que Condorito…
-Roberto es otro que suele andar por los rincones. A lo mejor es parte de ese taller que te pide el diálogo.
-No lo veo con esas inclinaciones.
-Sí, más bien es de inclinarse horas en las mesas, cartas en mano.
-Al que se le fue la mano es a Milton.
-¿Otra vez le pegó a la esposa?
-No. La sierra circular. Trabajar sin poner atención tiene esas cosas.


Eduardo Berriel




Horas


Afuera, la vida deslizándose calle abajo
por el empedrado,
despareja ruta, maloliente y gris.
La lengua de un perro equilibrista de veredas
la busca con avidez
y ella escapa alcantarilla adentro,
buscando entre corrientes espumosas de deshechos,
la ruta indicada a su destino de mar.
Adentro, las pestañas
floreciendo lentas a las primeras luces,
ventanas verde agua, fieles y seguras.
Las manos de una mujer alquimista de sábanas
rizando el cabello de la cabeza
que se hunde en su pecho de lavandas y azahares,
siguiendo el rastro del camino al hogar.
Adentro, la brisa danza en círculos
y las agujas gravitan sin peso.
Afuera, la ciudad desoye
los anuncios de marea a contrapelo,
pretendiendo cumplir su derrotero.
Acá y allí, lo cierto.
Aquí y allá, el transcurrir.


Marita Cabrera






 Informe final


Es cierto:
lo he sentido,
escuchado,
hablado,
y hasta visto impreso.
El “informe final”.
Con incisos, puntos y comas.
Tu nombre se ensanchaba
incluso en letra oficial
(pero no decía Pocho,
como te llamábamos en casa)
Decía: “Casado,
de ocupación albañil,
de treinta y dos años de edad.
Oriental, dos hijos...“
(que esa noche te esperaban
con los carné de la escuela;
tampoco supieron que en tu último
cumpleaños hubo risas,
asado, vino y cantarola
en el fondo, al lado del parral )
“Que fue interceptado
(según testigos)
a pocos metros de su casa
por un auto azul del que
hombres armados bajaron
(y a empujones lo subieron)
y se lo llevaron.“
Su paradero es
hasta hoy desconocido.“
......................................................

(Aunque en un Cuartel lo vieron
compañeros
gritar encapuchado).
....................................................
En este paréntesis de silencio,
espera y bronca,
el Informe te decreta muerto,
pero yo sé (aunque
el viento y la lluvia
en alguna pancarta te golpeen el rostro,
y coreen tu nombre en primeros de mayo)
que una noche cualquiera
tu llave abrirá definitivamente
la puerta de calle,
y nos dirá su adiós
tu mano compañera...
y recién entonces...
entonces...
podré dejar que
en paz,
Pocho,
te vayas...


Hugo Leytón 






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